Barca de Papel (20): Novela de Iniciación II se refiere a una serie sobre este género en América Latina que prosigue con Mario Vargas Llosa. JCDN.

Primera edición de la noveleta

Los cachorros (Pichula Cuéllar) (1967) de Mario Vargas Llosa. Al igual que “Piedra de Mar” de Francisco Massiani, esta noveleta conmovió el corazón reavivando las hormonas adolescentes de los lectores. Esta cuarta incursión novelística nos sedujo en virtud de su espontaneidad, depuración técnica que opera en la inmediatez expresiva y el clima lírico que le es muy propio.

La oralidad limeña de la clase media, el parvulario y la complicidad juvenil, se desenvuelve sin artificios como registro nostálgico y amoroso del habla, “Era chanconcito (pero no sobón): la primera semana salió quinto y la siguiente tercero y después siempre primero hasta el accidente, ahí comenzó a flojear y a sacarse malas notas” (Vargas Llosa, 1976, p. 54).

Frontispicio de otra edición de la novela por la Editorial Lumen

No creemos que sea un título menor en la obra del escritor peruano, pues además de sus innegables virtudes, su escritura estaba muy cercana a la conclusión de “La Casa Verde” (1966) y era, si se quiere, simultánea a “Conversación en la Catedral” (1969). Es más, puede acompañarse su lectura con otras afortunadas incursiones en nuestra novelística de formación como “Al Sur del Ecuanil” (1963) del venezolano Renato Rodríguez y “Un mundo para Julius” (1970) del peruano Alfredo Bryce Echenique, igualmente explosivas y celebratorias en las inmediaciones de la nostalgia, cada cual a su modo.

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Pichula Cuéllar, el protagonista, sufre no sólo su condición de castrado físico por el mordisco del perro gran danés Judas, sino su autoexclusión en el ámbito competitivo de la sociedad de Lima, sea la locación el colegio marista, los boliches o el mundo empresarial capitalista. La escuela regentada por el episcopado represivo, no se diferencia gran cosa del Colegio militar de la “La Ciudad y los Perros” (1962), dado el sesgo requisitorio izquierdista de la obra inicial de Vargas Llosa contra los totalitarismos de todo tipo [en 1967, cuando recibió el Premio de Novela Rómulo Gallegos, el autor destacó en su discurso una apuesta por el socialismo encarnado en la Revolución Cubana].

Un joven Vargas Llosa de la época de su consagración en el Premio Rómulo Gallegos

El confinamiento, tanto en el internado católico ultramontano como en el campamento militar escolar, apuntala la soledad, la culpabilidad y la mutilación del ser por vía del envilecimiento de hecho [no importa si en el contexto de la política de ultratumba o el orden cerrado y el comando del día]. A tal respecto, destaca la carga simbólica del Bestiario encarnado en el gran danés que guarda las sacrosantas puertas de acceso a este infierno invertido: “y en su jaula Judas se volvía loco, guau, paraba el rabo, guau guau, les mostraba los colmillos, guau guau guau, tiraba saltos mortales, guau guau guau guau, sacudía los alambres” (Vargas Llosa, 1976, p. 55).

La letanía religiosa, las repeticiones obsesivas de anécdotas por parte de la grey ebria, el estribillo musical de boleros y milongas, simular la narración deportiva futbolística, amén del lenguaje publicitario en los medios, se integran al magma conversacional del discurso novelístico como reivindicación terrena del lenguaje. He allí la mayor virtud de esta breve y magnífica muestra de este bildungsroman transandino y latinoamericano.

José Miguel Oviedo sintetiza la historia en un proceso de seis partes que comprenden el raudo ascenso y desacelerada caída de Pichulita, el anti-héroe miraflorino: “A un ritmo acelerado se muestran los hechos claves que constituyen la vida de los ‘cachorros’, desde el fin de la infancia hasta su entrada a la madurez (de los 8 años a los treinta y tantos, aproximadamente)” [Vargas Llosa, 1976, p. 14].

El novelista y Marqués bailando con su actual pareja Isabel Preysler

Se pudiera pues hablar de un vía crucis de mediometraje o una emotiva épica que, sin embargo, dignifica, conforta y festeja a este contradictorio personaje en la memoria de sus condiscípulos [Choto, Chingolo, Mañuco, Lalo, Pusy, Fina, Chabuca, Teresita] y, extramuros del papel, los lectores agradecidos de este álbum literario formidable. Claro está, bajo la mirada intervenida de la adultez y el conformismo: “pobre, decíamos en el entierro, cuánto sufrió, qué vida tuvo, pero este final es un hecho que se lo buscó” (Vargas Llosa, 1976, p. 117).

La muerte de Pichulita Cuéllar en un accidente automovilístico, al igual que el actor James Dean y el cantante de tangos Julio Sosa, se nos antoja un acto de expiación más que un posible suicidio: Se renuncia a ser adulto cosificado en el sedentarismo arterioesclerótico del hogar pequeñoburgués, ello en la búsqueda de la eterna y desenfadada juventud.

BIBLIOGRAFÍA:

Vargas Llosa, Mario (1976). Los cachorros. Barcelona, España: Editorial Lumen.

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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