Barca de Papel (31): Ángel Orcajo es una reseña a su libro sobre el post-modernismo publicado a finales del siglo pasado. JCDN.
Ángel Orcajo: La Postmodernidad o la fractura de las ilusiones (1996; 1998). Valencia, Venezuela: Universidad de Carabobo / Compugráfica.
Si nos atenemos al Postmodernismo como moda intelectual trasnochada en Venezuela, el profesor Ángel Orcajo se hallaría –según los posibles detractores- perdido en el andén pues no pudo tomar el tren de las seis de la tarde. Sin perder de vista las coordenadas de cambio, aún hoy año 2019, Orcajo se nos antoja una voz díscola en los médanos (los de Coro y el bar restaurant que está en la avenida Lara), sobre todo luego de la lectura de su libro La Postmodernidad o la fractura de las ilusiones.
Nos propone una revisión sobria y crítica de la Postmodernidad, sin encarnar la condición de notable profeta del desastre. Esto es a contracorriente del rol egótico de autoridad intelectual o, peor aún, lámpara fundida del siglo XXI. Para nuestro profesor de filosofía, no es fácil admitir la esencia gratuita del slogan Vale Todo. El relativismo postmoderno no es más que una pose acomodaticia con la recomposición de los poderes fácticos.
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Relativizar alegremente la Razón para adecuarla a un contexto frágil y contingente, implica cambiar un discurso autorizado por otro más disfrazado de falsa flexibilidad. ¿Cómo se explica que el individualismo viva la virgen se asimile a la Globalización, cuando se trata de desmontar el Poder que nos agobia en todos los órdenes?
Como bien lo observa el autor, la actuación o ciudadanía individual al garete se torna cómoda, en especial cuando se endilga toda responsabilidad y culpabilidad en el Estado, lo cual lo convierte en una entidad moralizante y peligrosa. Vale Todo, claro está, según la mirada que se imponga: Los Chicago’s Boys patentaron a Pinochet como promotor del libre mercado, porque la democracia representativa o, peor, la participativa son diques que obstruyen al capitalismo globalizador.
El pesimismo de Orcajo lo hace patinar, como Chaplin en uno de sus cortos, al borde de una visión escatológica y apocalíptica del mundo actual. Es patente el choque de trenes desbocados entre la puerilidad posmo con sus banalidades discursivas y el conservadurismo de quien lo cuestiona mordida a mordida.
Ciertamente, coincidimos con Orcajo cuando observa el fenómeno tras bastidores: “La postmodernidad es la modernidad, pero llevada a sus últimas consecuencias. La que trabaja es la misma razón, pero en función de retro y autocrítica”. En otras palabras, topamos con el plagio a escondidas o fusil de un programa histórico para forjar otro, no muy diferente. Se copia, se mejoran las fallas y al final se pega. El orden no cambia en esencia sino de vestimenta retro.
¿Qué hacer con los Grandes Relatos que sostenían y explicaban a la Humanidad? El pensamiento postmoderno que poco dice en su enrevesado discurso, cambia títulos como La Biblia, El Corán, Los Evangelios Apócrifos, El Capital, El Manifiesto del Partido Comunista o ¿Qué es la Propiedad? por El fin de la historia de Fukuyama o cualquier libro de auto-ayuda de Walter Riso o Paulo Coelho.
Deleuze nos habla de la cultura de la sensación: Inmediatez de los sentidos muy por encima del intelecto. El cuerpo y la psiquis es un todo integrado al otro lado de la acera racional. Lo erótico se discierne de la razón, su represor por excelencia. ¿Qué decir entonces de la inteligencia mística de San Juan de la Cruz o la inteligencia emocional de la nueva psicología? A los postmodernos se les olvida que el Doctor Jekyll y Míster Hyde son las dos caras de una misma persona. Su separación fue un desaguisado de la ciencia.
El arte queda a merced, lo cual no es casual y sí causal, del mercado y no de los criterios estéticos que contravengan el nuevo y escurridizo orden establecido: “Quizá responde, eso sí, a las condiciones de mercado que, por lo menos, son más pluralistas (…) La obra de arte se ha hecho absolutamente efímera y escurridiza, como el ser y como los otros significantes”. Partiendo de tal especulación, se puede mercadear una instalación como La extracción de la piedra de la locura de Javier Téllez en su totalidad o por partes, ello para beneplácito de los coleccionistas naturales o los consorcios transnacionales.
¿A qué formas neo-místicas se refiere Orcajo? ¿Era de Acuario? ¿New Age? ¿Teología de la Liberación rediviva por el Papa Francisco? Suponemos que a excepción de los Boff, Gutiérrez, Frey Beto, Cardenal y Bonhoeffer, nuestro catedrático se mantiene amparado en los místicos españoles como San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Santa Teresa de Ávila, el portentoso trío de Castilla y León. Lectura excitante, significativa y ecuménica que convoca a liberales, conservadores y marxistas como Ludovico Silva.
La problemática de los grandes relatos se refiere a la infiltración ideologizante que apuntala el poder terrenal vertical, amén de la toxicidad de las interpretaciones desencaminadas o mal encaminadas en función del status quo, no importa su ajuar moderno o posmo.
El tono ensayístico y conversado de este libro esclarecedor, va de la mano con una línea de investigación y estilo referidos a la exageración hecha visión contrapuesta. Ángel Orcajo se vale de la simulación crítica de la postmodernidad a los fines de darle muleta a unos cuantos miuras realengos como el Hiperrealismo estanco o la banalización de los discursos, la burocratización elástica de la ética y la moral y la problemática insoluble de la educación finisecular que va por su cuarto lustro.
Valga este diálogo contradictorio y paradójico con el profesor y filósofo Orcajo para deshacernos del Fin de Fiesta que entraña la modalidad postmoderna.
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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC
