Barca de Papel [4]: Campana de Piedra de Radamés Laerte Giménez es la cuarta entrega de esta serie bibliográfica, la cual comenta esta segunda novela de su autor galardonada en el año 2016 con el Premio de Literatura Stefania Mosca, Fundarte, mención narrativa. Giménez reincide con éxito y maestría en su homenaje a la novela de formación e iniciación, entre cuyos exponentes destaca a Hermann Hesse, Robert Musil y Francisco Massiani. JCDN.

El escritor yaracuyano Radamés Laerte Giménez

Nos declaramos desde la adolescencia hasta esta adultez hambrienta, lectores devotos y agradecidos de las novelas de formación o iniciación. Este apego va de “Piedra de Mar” de Pancho Massiani, recala en “Demian” y “El Lobo Estepario” de Hesse, nos inquieta con “Las tribulaciones del joven Törless” de Musil, hasta el entusiasmo que nos deparan las dos primeras novelas de Radamés Laerte Giménez, “Casa de Pájaro” (2014) y “Campana de Piedra” (2017) que hoy nos ocupa en esta glosa.

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«Casa de Pájaro» de Radamés Laerte Giménez, novela ganadora del premio Salvador Garmendia, Casa de las Letras Andrés Bello

Si bien “Casa de Pájaro” es un homenaje al escritor yaracuyano Rafael Zárraga que lo dignifica en un diálogo inter-generacional entre el abuelo real y el nieto en la ficción, amén de la reivindicación de la Pagoda libertaria que es la escritura, “Campana de Piedra” se forja una indagación muy personal, lírica y lúdica del espacio autoritario y disfuncional de la escuela. En este caso, el ámbito está referido a la escuela de arte, la EscuelArt escarnecida por el calé adolescente. Por lo que hay un sabor primario, crujiente y agridulce de la oralidad juvenil: “Hay cicoepes quienes en su condición de dizrrectores de alguna EscuelArt segregan al estudiantado la sustancia verde de su bilis a través de vasos comunicantes del respiro, por eso es menester evitar su cercanía”. La lengua busca la contra-absolución en la rebeldía y el cambio, teniendo como tutores a Hesse y, en especial, la voz iracunda y omnipresente de Niet, Nietzsche, el Anticristo de la filosofía occidental.

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La polifonía del discurso novelístico tiene al principio a los muchachos Manuel Sequera y Carlos Galarza como el eje narrativo fundamental. Son dos voces púberes que se complementan y contraponen a sus docentes evaluadores en sendos informes escolares, como si se tratase de desencaminados Ejercicios espirituales jesuíticos. El despliegue juguetón de la palabra, tal como ocurrió con Baltasar Gracián en un registro distinto, procura contrarrestar el control adulto sobre la chiquillería: El don de la ubicuidad pedagógica que vigila y castiga el despropósito carnal e imaginativo del discipulado artístico. Coincidimos con el autor en el sentido que nuestras universidades se han reducido a ser liceos gigantescos o escuela de artes y oficios legitimadores del estatus quo.

El autor imbuido en el paisaje verde que arropa a Yaracuy

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Radamés Laerte Giménez, no obstante la dureza de la palabra bien dicha, nunca ha solapado su propensión por la nostalgia –la cual, por cierto, no es equivalente de la saudade portuguesa y brasilera-, bien sea territorial o etaria. Por ejemplo, hay un puente paisajístico que vincula locaciones muy distantes como Nirgua y Praga. La nostalgia, en este caso, no es una camisa de fuerza conservadora que discierne lo local de lo universal, ni lo popular de lo culto. Por el contrario, muta en fuerza vital que se regodea en el mestizaje integrador de la humanidad. Así que no busquen en “Campana de Piedra” la novela paradigmática y normativa que nos explique nuestra crisis de pueblo: Por el contrario, es aguardiente artesanal que raspa el gaznate hasta las instancias más morbosas del placer sensorial, emocional y estético. El adolescente eterno no es un sociópata, mucho menos un rebelde sin causa, sino una instancia fogosa y díscola del alma entumecida por liberar.

El arte auténtico no sólo es una de las aristas más acuciantes de la trama sino enzima desencadenante del discurso narrativo mismo. Por ejemplo, la orfebrería de la palabra vincula la arquitectura y la albañilería [de la escritura también] con la costura de la abuela en un giro nostálgico y enternecedor: “La aguja meneaba su cola en el aire como si trazara una escritura apresurada”. Todo ello en una honda convivencia con la Muerte y sus muertes: las de la abuela de Manuel y Humberto, el suicida, hermano de Carlos. El suicidio de Humberto es uno de los episodios más logrados en la eclosión poética afín al libro. ¿Qué decir de la mamá de Gorbachó, ese personaje perturbado, castrador y autodestructivo? ¿O esa noveleta dentro de la novela proferida por el profesor Ugo Cotto León?

Lo políticamente auténtico impregna la esencia rebelde de la novela, cuando confronta la Utopía / Comuna de Monte Picaccio con la realidad distópica que la circunda. No es casual que la Comunidad esté ubicada en el verde y subversivo Yaracuy. El Gran Sótano, más que un bar, burdel o puticlub, constituye un teatro de operaciones endógeno y exógeno, susceptible –eso sí- del cénit lírico de la liberación. Toda manipulación épica grandilocuente y tendenciosa, siempre será desmentida en el territorio asimétrico y escabroso de la cotidianidad. Que lo diga Harry Haller en su particular estancia discontinua y bipolar.

En resumidas cuentas, recomendamos a los lectores bañarse una y otra vez en las aguas turbulentas y cálidas de esta novela enternecedora de excepción. La penca se cuece de a poco para proveernos un cocuy restaurador por demás.

José Carlos De Nóbrega / Ciudad Valencia

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