Cerebros vivos en cuerpos muertos es la delgada frontera entre la vida y la muerte y por ello una de las pesadillas más terroríficas para cualquier persona es la posibilidad de acabar enterrado vivo.

Por ello, incluso los antiguos cementerios solían incluir rudimentarios y curiosos sistemas, en caso de que algún pobre diablo abandonado en una tumba despertase de repente: campanas, luces y hasta tubos que dejaban pasar el aire a los ataúdes.

Afortunadamente, la medicina ha avanzado lo suficiente como para asegurarse de no certificar a nadie como cadáver equivocadamente.

 

 

No obstante, algunas investigaciones de prestigio mantienen vivo el debate en torno al concepto de muerte, y de la muerte clínica como final de la vida. Y no hablamos de metafísica.

Cuando morimos, nuestro cuerpo se convierte en un festival de vida: el microbioma que forma parte de nosotros se dedica a consumirnos pasadas unas horas. Pero no hablamos de esta explosión de vida, ni tampoco de conceptos metafísicos.

No son pocos los equipos científicos que han hallado signos de actividad cerebral horas después de haberse certificado la hora de la muerte.

Cerebros vivos en cuerpos muertos la delgada frontera entre la vida y la muerte
Un misterio siempre anhelado por el hombre

 

 

En abril de 2019, una investigación de la Universidad de Yale logró restaurar la actividad celular en el cerebro de 32 cerdos que llevaban horas muertos, una capacidad subestimada que tendrían todos los cerebros de los mamíferos.

No obstante, esta actividad se tradujo exclusivamente en actividad molecular, pero no hubo los impulsos eléctricos necesarios para recuperar la consciencia: es decir, no se logró resucitar a los cerdos, sino tan solo provocar de nuevo actividad celular en sus cerebros.

 

 

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Como recoge este artículo de nobbot, estos estudios no se limitan solo a animales. Científicos canadienses lograron en 2017 detectar actividad cerebral en un encefalograma en humanos fallecidos hacía 30 minutos.

Cerebros vivos en cuerpos muertos, una realidad no afrontada por muchos

 

 

Otro estudio de 2014 observó incluso patrones de actividad en el cerebro de varias personas relacionados con un estado de ‘hiper alerta’, momentos después de haber sufrido un ataque cardiaco.

La mayoría de estos supervivientes aseguraron haber escuchado las conversaciones de su entorno y haberse mantenido conscientes, incluso después de haber sido declarados clínicamente fallecidos (entre 20 y 30 segundos después).

 

 

Un problema de ética

La conclusión que podemos sacar de estas investigaciones no es la posibilidad de resucitar personas, o de crear zombis; sino que ahondar sobre cómo funciona el cerebro humano, que aún sigue siendo muy desconocido, pero, principalmente, para lograr salvar personas que aún no estaban definitivamente muertas; o bien, incluso para evitar descartar órganos que están sanos para ser reutilizados.

Con esta perspectiva, los profesores Stuart Youngner e Insoo Hyun plantean, en un estudio publicado en la revista Nature, la necesidad de replantear la categoría de muerte clínica.  Pero la ética también es importante en estas investigaciones.

Cuando se intenta restaurar la actividad cerebral, que suele hacerse con modelos animales, estos pueden quedar en un estado ambiguo: ni vivos ni muertos.

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Lógicamente, la ciencia permite hoy en día que no sepultemos a personas que siguen clínicamente vivas, lo que hace innecesarios estos curiosos mecanismos de los antiguos cementerios para evitar tragedias.

Pero quizás sea necesaria una revisión, como proponen algunos investigadores, para delinear de manera mucho más nítida la frontera entre la vida y la muerte.

 

 

Ciudad VLC / Muy Interesante

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