Clásicos Venezolanos (26): Satíricos y costumbristas

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Clásicos Venezolanos (26): Satíricos y costumbristas se refiere a la antología de estos escritores realizada por Mariano Picón Salas en 1949. JCDN.

Satíricos y costumbristas venezolanos. Reeditada por nuestro sello editorial Monte Ávila, Mariano Picón Salas presenta una fabulosa Antología de Costumbristas venezolanos del siglo XIX (Ministerio de Educación Nacional, 1949), la cual agrupa sus voces protagónicas en cuatro épocas, desde 1830 hasta finales de siglo. Consolidada la Independencia política y el modelo republicano que se escindió de la Gran Colombia, los prosistas venezolanos se inclinaron por la crónica de costumbres y la sátira político-social en las páginas de los diarios y revistas del momento.

Por ejemplo, destacan dos muestras epistolares de Rafael María Baralt, “Lo que es un periódico” y “Los escritores y el vulgo”, las cuales ironizan el discurso mediático y su intencionalidad [políticamente correcta o no] en el marco de la disputa por el poder entre godos y liberales: “Si Ud., no contento con esta negativa descripción, quisiera saber lo que positivamente es un periódico, sépase que es un taller de sastre remendón” (Varios, sin fecha, p. 35).

En cambio, Fermín Toro abomina con sorna el arquetipo esteticista y declamatorio que desvirtúa el Romanticismo, al exhibir a un Job lastimero, desvaído y decadente en “Un Romántico”. Mención aparte, nos merece la crónica lírica y solemne que Toro dedicó al Libertador, “Honores fúnebres a Bolívar decretados en 1842” (Cementos Caribe C.A., 1984, edición facsimilar), la cual destila su ideología conservadora además del Culto bolivariano que inauguró José Antonio Páez con fines político-partidistas. Las resonancias épicas del reportaje acuerdan, paradójicamente, con un espíritu romántico.

“La Delpinada y otros temas” de Pedro Emilio Coll estructura la crónica festiva y paródica exenta de retórica en cuadros diversos que desembocarán en la cómica coronación del poeta popular Francisco Delpino y Lamas, ello como defenestración simbólica y requisitoria simultáneas a otro Rey de la Baraja, el Ilustre Americano Antonio Guzmán Blanco.

LEE LA DELPINIADA (P.57) EN ESTE PDF DE PEDRO E. COLL

Juan Manuel Cagigal, el hombre de ciencia, deviene en crítico mordaz e implacable en “Contratiempos de un viajero”, cuando se vale de la impostación de la crónica de viajes, el neoclasicismo de Bello y el arrebato romántico de Pérez Bonalde, para desmontar el desmadre republicano que proveen conservadores y liberales amarillos: “aquí ese mismo pueblo, cual si estuviera fatigado del esfuerzo que acababa de hacer, contempla impávido y sereno la destrucción de su obra” (Varios, sin fecha, pp. 15-16). Esto es la labor de Sísifo [disturbios y revueltas mediante] que aclama a sus libertadores para luego deponerlos o execrarlos, tal es la esencia de esta morisqueta desencantada. Más adelante, en “Quiero ser representante”, Cagigal apela a sofismas y retruécanos que evidencian la vileza de la sociedad de cómplices entre los políticos de oficio y sus abyectos palangres: “pues mi manía ha sido siempre la de alabar a todo el que manda, venga o no venga el caso” (Varios, sin fecha, p. 24).

Daniel Mendoza apuesta en cambio por una encrucijada de hablas que busca conciliar lo culto y lo popular en “Un llanero en la Capital”, teniendo como cortina y motivo central la musicalidad octosílaba de Palmarote en la plenitud de su oralidad llanera. El intervalo, segmentado con atinado cuidado por Picón Salas, no deja lugar a dudas: el compromiso escritural satírico y costumbrista de los nuestros no le da la espalda al discurrir histórico de la nación, desde la Cosiata desintegradora de la Gran Colombia, pasando por la Carujada que desbancó el civilismo de José María Vargas, los desastres de la Guerra Federal y el ulterior egotismo del Guzmanato, hasta el ascenso al poder de los andinos Castro y Gómez en 1899.

Mención aparte merece Arístides Rojas (1826-1824), el anticuario del Nuevo Mundo, quien pese a no aparecer en la antología antes referida de Picón Salas, ocupa un lugar notable en el devenir de la crónica en la Venezuela del siglo XIX. Leyendas históricas de Venezuela (2 volúmenes) de 1890-1891 y Crónicas de Caracas, antología (1946) son dos títulos en los que lo narrativo y lo argumentativo se combinan estupendamente.

Lisandro Alvarado no economiza elogios a la luz diáfana de muestras como “El loro de los Atures”, “Siluetas de la guerra a muerte” o “Caracas fue un convento” en tanto renovadora ampliación refrescante de la historia y la geografía venezolanas: “¿Qué más podría yo decir, cuando todo el mundo ha aplaudido?” (Alvarado, 1959, p. 195).

La pasión de Rojas que involucra lo local y lo universal, toca el gran relato histórico en el tratamiento detallado de lo anecdótico, materia prima de la crónica de raza. Ello en el desarrollo de un discurso narrativo transparente y ameno, no desprovisto de aliento poético.

Incluso es admirable su lectura transdisciplinaria de la Historia, léase por ejemplo “Las convulsiones de Páez”, de donde la leyenda histórica se enriquece con la mirada simultánea del cronista y el médico; o el caso de sublimación poética en “Los quijotes de la libertad”, un ejercicio magistral de lingüística, semántica, literatura comparada y pedagogía política liberadoras. El polígrafo Arístides Rojas, heredero aventajado del Barón Von Humboldt, se nos presenta como ese modelo ejemplar del héroe epistemológico que encarnó Leonardo Da Vinci.

BIBLIOGRAFÍA

Alvarado, Lisandro (1959). Antología. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación.

Toro, Fermín (1984). Honores fúnebres a Bolívar. Caracas: Cementos Caribe C.A.

Varios (sin fecha). Satíricos y costumbristas venezolanos [compilación y prólogo de Mariano Picón Salas]. Caracas: Primer Festival del Libro venezolano.

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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