Nicolás

Está en marcha una campaña electoral no convencional. Muy rara y excepcional, para ser más precisos en la calificación. Así que no procede, no conviene, no encaja ni se justifica una actitud convencional, tradicional, canónica. Actitud y mente salvaje ante una situación que se asemeja a una selva política: esta es la actitud. La actitud militante, la rebelde y altiva. Que la confundan con soberbia es preferible a que sigan creyéndonos extintos o silenciados, sólo porque no andamos pegando gritos en las calles.

 

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Esta es la única elección de la historia de Venezuela en que una de las partes (el fascismo proempresarial) sabe que va a perder y no está dispuesto tan siquiera a intentar capturar unos votos, como lo hicieron cuando enfrentaron a Chávez y como lo hicieron cuando lograron la mayoría parlamentaria en 2015. La maquinaria electoral con sello adeco y financiamiento transnacional que suele activarse en este tipo de eventos está desmovilizada.

Esos elementos, que renunciaron a capitalizar electoralmente las rabias e inconformidades de la población, y ni tan siquiera serán capaces de intentarlo, andan invirtiendo tiempo y energía en otras tareas; por ejemplo, en la búsqueda y negociación de otro tipo de fuerzas, distintas a la electoral, para intentar un derrocamiento violento del Gobierno de Venezuela. Henri Falcón está destinado a ser barrido por la movilización chavista y por el sabotaje brutal de sus aliados naturales, que pudieron darle una mano pero recibieron la orden de darle la espalda.

 

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Si vamos a ganar esta elección y el enemigo lo sabe, ¿valdrá la pena participar en estas jornadas del 20 de mayo y días anteriores con el entusiasmo de siempre? Vale mucho más que la pena: es más importante que nunca participar, movilizar gente con entusiasmo a los centros de votación y a las actividades que indiquen y revelen que andamos activados, no en campaña electoral sino en campaña de construcción de otro país. El ritual del 20 de mayo no tendrá como objeto el sacar más votos que el adversario sino en contarnos y reencontrarnos los chavistas, después de tanto ruido y amenaza. No obsesionarnos con la idea de derrotar a otros ni en humillarlos con la paliza que viene, sino en demostrar y comprobar que el discurso sonoro del reclamo y la protesta no es mayoritario sino sólo más ruidoso.

 

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Otro rasgo que debe acompañar a esa actitud es la comprensión del momento y del objetivo histórico que nos ocupa, y para eso es importante sacarnos de la cabeza ese tornillo estúpido que pone a muchos a creer que elegir a alguien para un cargo público es un premio que le estamos dando.

A Nicolás no le estamos regalando una presidencia para que la pase chévere y tenga un sueldo por seis años más; lo estamos poniendo ahí para que siga siendo la cabeza más visible de un aparato revolucionario que está siendo atacado con furia, desde varios flancos. Nicolás no es un «gerente» del que debamos esperar que maneje a Venezuela como una empresa privada que eche números que exciten a los economistas. Nicolás es el tipo que se ha atrevido a tomar medidas de guerra en un país donde los más bullangueros confunden esas medidas con estrategias económicas.

A unas doñas de San Diego (Carabobo), activadoras del CLAP y de las Casas de la Alimentación, esas estructuras hechas para ayudar a vivir a la gente más pobre de Venezuela en medio de la emergencia, les oí la explicación más sencilla, la más profunda y natural; la explicación que los emburrecidos por la teoría y la pose intelectual no han comprendido: «Trabajamos en las Casas de la Alimentación y lo hacemos con entusiasmo, pero nuestra victoria y la victoria de Venezuela es que ya no sean necesarias las Casas de la Alimentación».

 

El 20 de mayo elegiremos la posibilidad de seguir construyendo otro mundo y otra forma de navegar en las candelas de la historia

 

Eso es saber de filosofía, eso se llama sabiduría: entender que hay unas cosas necesarias HOY, y otras importantes que debemos ir construyendo.

 

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A Nicolás lo quieren convertir en el cordero que ha de pagar por la destrucción de un país; con Nicolás seguiremos avanzando en la destrucción de un sistema. Puede que al aparato de propaganda del PSUV se le cuele el discurso que promete prosperidad y progreso y orgasmos económicos; nosotros, los militantes, sabemos que después del triunfo del 20 es probable que los coñazos y las agresiones recrudezcan. Nuestro premio no van a ser los supermercados llenos ni los precios bajitos; nuestro premio va a ser el poder mirar a los lados en plena batalla y decir: «Carajo, estos que quedan son y fueron siempre mis camaradas». Porque algunos abandonarán el combate o seguirán combatiendo pero del lado de allá.

 

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Los militantes chavistas debemos tener en el centro de la mira, en el artefacto de centrarnos y concentrarnos en el objetivo, la misión y la naturaleza de las tareas actuales, sin perder de vista los objetivos de largo plazo, los históricos. En las calles me he encontrado con dos fenómenos opuestos pero hijos de una misma historia. Por un lado, el pobre trabajador o desempleado que truena en la calle con este discurso: «Los chavistas acabaron con la empresa privada y por eso no hay producción».

El otro fenómeno es de igual o menor rango o alcance, hasta ahora: el ser humano a quien la crisis, la conciencia o lo que sea está acostumbrando a una forma distinta, no industrializada, de ver la vida empezando por la alimentación. Se me ha fijado como un hierro encendido en medio de la frente la reacción de Ana Paula Matos, niña trujillana, cuando probó por primer vez una «arepa» de harina de maíz precocida, tras un año de comer arepas de maíz de verdad: el desconcierto, el rechazo y el escupe pa’fuera. Los pobres que defienden a los empresarios (y probablemente a la empresa privada, ya que ellos creen saber qué mierda es esa) son gente de más de 20 años. Ana Paula tiene 2 años de edad.

 

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Cuando un pobre discursea como el Capriles, el Ledezma o cualquier otro güevón del bando de los empresarios, uno debe amarrarse los pantalones y hacer la más autocrítica de las autocríticas: es probable que hallamos fallado, como militantes y como activistas, en la misión de explicarle a esta generación que el modelo empresarial ha fracasado y que por eso estamos intentando otra forma de organizar la sociedad.

Pero cuando nos tropezamos con un venezolano emergente, distinto, no formado por los adecos ni por Hollywood, y nos percatamos de que Venezuela debe estar llena de muchos y muchas Ana Paula (ser humano con un paladar distinto, que sus padres han empezado a moldear para el disfrute del maíz y no del bagazo inorgánico que nos envenenó durante casi un siglo) entonces debemos reacomodarnos y ver estas palizas recibidas de otra forma. Reafirmarnos en la misión que viene: ir en busca de los Ana Paula Matos, propagar ese ejemplo y esa forma de vivir y de ver el país, que no es el mismo en que crecimos.

Y entonces sí, aterrizar en el presente y comprenderlo: si le entregamos la conducción de Venezuela al enemigo, el venezolano del futuro no se reconocerá en el maíz sino en el enlatado, en la comida basura, en la leche falsa y en el gluten; ya no entenderá que los bienes que nos dan vida hay que producirlos con las manos y el cerebro, sino que volverá a quedarse en la casa esperando que los empresarios y el gobierno proempresarial venga a venderle comida.

Lo vemos desde esa perspectiva, desde ese flanco, y ya pierden sentido las preguntas acerca de si Nicolás acabará con la corrupción o con la especulación o con la falta de efectivo: el 20 de mayo no elegiremos a un presidente que nos resolverá la vida, el 20 de mayo elegiremos la posibilidad de seguir construyendo otro mundo y otra forma de navegar en las candelas de la historia (porque candela nos espera).

 

José Roberto Duque

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