Dos libros de Luis Cedeño es una glosa a un par de sus libros de cuentos. JCDN.

He aquí una glosa conversada sobre dos libros de cuentos del escritor y artista integral Luis Cedeño, quien es un personaje que-herido e infaltable en Valencia de San Desiderio.

El escritor y artista Luis Cedeño

“Soy la muchacha que desvalija carros en la calle B” (1999), es un conjunto muy bien trabado de relatos breves y micro-cuentos presididos por la oralidad, la transparencia expresiva y la poetización de la cotidianidad. La voz narrativa asume el rol de la teatralidad del que cuenta cuentos en la calle, así como también el del escritor que asume la palabra con responsabilidad en la intimidad de su caracol [pues la lengua en que habita es una casa móvil]. Se nos antoja el pregonero y la escritura de un Diario en la contingencia gustosa y diversa del esbozo, el fragmento y los sueños con sus idas y vueltas. Trae consigo, por ejemplo, las memorias anticlericales de la infancia [Cuando yo sea más grande]; la parodia de las crónicas policiales que no apunta al ojo por ojo del linchamiento [Marcelo]; la prosa poética de reivindicación campesina [Casa que también es daga]; el compromiso político de raza [Fui lanzada al mar o Álbum nauseabundo, cuentos que denuncian la represión abyecta en Venezuela y Argentina]; o ese homenaje al maestro Eduardo Moreno en la cadencia preciosa y actoral de liar un cigarrillo y posar el paltó en su hombro. Tenemos también un micro-cuento tragicómico para velorios, como si estuviésemos conversando con y sobre Héctor Lavoe: “A todas partes llegaré tarde, después, de último, al acabarse, tan retardado, que ni sillas habrá para sentarse a esperar la muerte”. El sentido torcido del humor ataca también las formalidades del mercadeo y el bachaqueo de cachivaches: Desde el auto-perdón del que roba al chino ladrón [“Inmediatamente me puse en la calle celebrándome magnífico y acariciando por sobre el <<bolcho>> el perol de leche”], hasta el desmontaje de las argucias comerciales [o de la muerte a crédito] en “Y en diciembre la inicial”.

El discurso narrativo de Luis Cedeño arrejunta impunemente la literatura y la educación sentimental: Se configura ante la mirada expectante del lector el contra-imperio gratificante de la amistad, no sólo en la generosidad de las dedicatorias sino en la incorporación inmediata de los afectos a la carne del texto. Se fotografía el cuadro o la genealogía familiar con un gallo remozado en la ausencia de las pezuñas predatorias y la altivez de la cresta. Marlene se pasea en medio del carnaval de colores y aromas en el mercado periférico, por supuesto, ataviada de la pañoleta que recibe las caricias solares de la voz. La desadaptación de Casicura troca en andanada rebelde contra el gregarismo: “Me alteran millones de gentes. Aparto el oído sin odio ni amargura, pero tampoco esperanza. El enano es intruso donde lo encuentre. No lo convidé a venir. Pero, ¡coño! El mundo es enano”. José Ángel Contín se arroja desde lo alto para chapotear en un Lago de Maracaibo descontaminado por las primicias de abril. Observamos con solidaridad que prevalecen las voces femeninas a lo largo del corpus del libro: Bien sea la mujer que libidinosa espera al hombre que derrotó al Ángel de la Guarda, la esposa insatisfecha que se desquita en la escritura de una novela sobre un guardián de burdel, o –valga la alusión traviesa a Kafka- la hija convertida en remolacha verde por el afán vegetariano y cosmético de la madre castradora. Todo ello en la disonancia e inmediatez del concierto transgenérico: La Crónica apuntala a Valencia como espacio recobrado más allá de los convencionalismos históricos, culturales y literarios. La Poesía exalta el paisaje hasta la transfiguración milagrosa del querido Sol en textos conmovidos como “Presentación de la luz”, “La luz”, “El globo”, “El vuelo” y “Del sol”.

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Retrato fotográfico de Luis Cedeño por Yuri Valecillo

“La señora no sabe de las consecuencias de su sonrisa para la lluvia” (2013), ratifica la línea escritural que se regodea en el placer indecible de contar historias: Se sostiene en el trípode de lo lírico, lo oral y la disposición mágica y teatral de la composición literaria. El micro-cuento y el relato breve se cuecen en el ajiaco o caldo híbrido de la impostura, la crítica y el humor ácido. Hasta el punto de profanar el Canon rígido por vía de la reescritura cómplice del epígrafe de César Vallejo: La conserva del alma melancólica se convierte en la deliciosa pulpa de la papaya. La parábola cristológica expresa compulsivamente una poética y una filosofía del buen vivir: “Haga lo de ciertos pájaros, despéguese y camine, cómase un cambur al amanecer y beba la gota de agua de rocío pendiendo en la hoja”. No hay una preferencia por una perspectiva narrativa en particular, pues las voces protagonistas, testimoniales u omniscientes construyen una denodada Apología del Asombro que se opone al cretinismo gregario y la banalización de los discursos mediáticos, políticos y literarios. Se impone el texto narrativo que esboza, sugiere y canta con frescura al mundo redescubierto en el placer más cercano y sencillo, sin agotarlo en el críptico espejismo de las especulaciones culteranas ni en el despropósito de las sistematizaciones totalitarias: “Pienso mal y decido tomar el machete que el cuento tiene para mí debajo de la mesa”.

Este libro reciente establece puentes intertextuales con los libros anteriores. El rompecabezas literario se tiende trampas a sí mismo en la más descarada impostura. Hay versiones diferentes de textos oriundos de “Soy la muchacha que desvalija carros en la calle B”, como por ejemplo “Blanca y los siete gigantes” que refiere el combate épico y mágico entre la cuenta cuentos Mariana y siete malandros [en la novela “Queherido Cadáver”, hay otra variante donde el personaje protagónico es el pintor Cristóbal Ruiz]. Si revisamos la novela antes mencionada, detectamos que esta colección de cuentos se apropia de por lo menos nueve pasajes suyos: Cristóbal Ruiz, en tanto artista plástico marginal y performer selenita de botiquín, provee las historias de los relatos por reescribir y publicar un lustro después [“DANCE, un pintor sin fama, dibujó y pintó una mujer desnuda sobre una silleta, haciéndole ver al ojo espectador que se trata de una mujer secándose el cuerpo, cuando lo que hacía era disfrutar el orgasmo de su masturbación”]. La polifonía no es un efecto técnico ni estilístico del discurso narrativo para encandilar la mirada, sino la burla catártica, juguetona y mutua que hermana a las voces en un texto vivo. El cuento “AGUA VERDE EN BANDA POR LA CARRETERA” es un colofón impresionante: No podemos olvidar la oralidad penitenciaria, su riqueza semántica ni la musicalidad de la salsa cabilla y el narco-corrido que fluyen impunes y muy picantes en la confluencia de la ternura y la crueldad [“Me hallo decorado, perfumado, provisto de buen verbo y artillado para la hembra; sin intrigas en mi Bugalú vaporoso, mi Bugalú ahogador de gemidos, mi Bugalú presa de los ríos inundados, de los ríos inadvertidos que somos”].

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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