Laura Antillano

 

Esteban Molnar (EM) es un hombre alto, de sonrisa fácil, siempre amable, cuyo oficio apasionado es la fotografía. Su estadio en Valencia, la de Venezuela, es el resultado de una serie de circunstancias a las cuales no fue ajeno su progenitor, de nacionalidad húngara, quien escogió estas tierras para “montar tienda”, como se decía en tiempos de emigraciones recurrentes, a la hora de iniciar la aventura del destierro.

 

A Esteban le vimos dictar un taller de apreciación fotográfica en La letra Voladora, con un colega, y percibimos su sentido pedagógico y su notable buen humor en componenda armónica con un atinado equilibrio de excelentes resultados.

 

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Con Esteban hemos tenido esta conversación en compañía del también fotógrafo José Antonio Rosales (JAR).

 

LA −Esteban, ¿tú naciste en San Carlos?

 

EM −Yo nací en San Carlos, estado Cojedes. En El Chuchango, todavía existe. Es una parroquia de San Carlos. Te decía que mi padre era húngaro y aviador, y se vino a Caracas abandonando Hungría.

 

LA −¿Cómo se llamaba tu padre?

 

EM −Bela. ¿Te acuerdas de Drácula?, ¿Bela Lugosi? Bueno, ese es un nombre húngaro: “Bela”.

 

LA −Seguramente tuvo alguna oferta de trabajo desde San Carlos…

 

EM −…Pero antes estuvo en una  carpintería en Caracas. Se puso a buscar trabajo, y el primero que lo vio con entusiasmo le dio trabajo en San Carlos. Dejó la “Caracas de los techos rojos”, pues, y se fue a San Carlos. Empezó trabajando en una estación de gasolina, que era del señor Evelio Sosa, un comerciante de la época, quien con el tiempo montó una cuestión de rodamientos agrícolas, que  se convirtió en Casa Venezolana, fundó una sucursal aquí en Valencia y a papá lo pusieron encargado de esa sucursal, nos tuvimos que mudar para Valencia, con mi madre que es venezolana.

 

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LA −Pero tú naces allá,  ¿y qué edad tienes cuando te vienes?

 

EM −Como cinco años. Esteban Baiza se llamaba el mejor amigo de mi padre, no descansó hasta traérselo de Hungría. Luego que pudo reunir lo suficiente para comprar el pasaje de él,  lo tuvimos aquí, la situación en Europa en aquella época no era buena. No había trabajo, no había nada, la Europa de post-guerra.

 

LA −Hubo mucha inmigración en ese tiempo. Vinieron italianos, españoles, portugueses…

 

Esteban Baiza se llamaba el mejor amigo de mi padre, no descansó hasta traérselo de Hungría

EM −Y en una oleada vino el señor Esteban Baiza. Yo pienso que yo me llamo Esteban por él… El apellido es Ispan Baiza. El apellido “Molnar” mío significa “molinero”.

 

LA −¿Tu padre trabajó con él aquí?

 

EM −El viejo lo visitaba en Coro, o si no, él venía para acá, se veían en Chichiriviche, íbamos mucho a Chichiriviche. Él hacia fotografía y mi padre también, en esa  época, intercambiaban sus fotos.

 

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Chichiriviche, julio 2014 (E. Molnar).

 

LA −Era gente que llegaba aquí a comenzar una vida nueva y aprendían oficios, elegían por la supervivencia.

 

JAR −¿Es por eso que fuiste descubriendo el revelado fotográfico?, ¿por tu papá?

 

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Plaza Bolívar de Valencia, julio 2007 (E. Molnar).

EM −De hecho, él hizo varios trabajos para la Gobernación de Cojedes en esa época, habrá sido por allí como en el ‘58. Hizo fotos de La Blanquera, antes de que la reconstruyeran, de cómo quedó de la época de la Colonia. Yo tengo esos negativos. Recuerdo que él me contó que le mandaron a retratar los sitios históricos, y cuando le tocó retratar el monumento de Taguanes, no lo consiguió, pasó varias veces por el sitio, hasta que se buscó un baquiano de la zona, y machete en mano fueron al lugar, estaba tapado por el monte, no se veía. Él empezó a trabajar en la gasolinera, al tiempo lo pasaron al sitio de rodamientos, y hacía simultáneamente su trabajo de comerciante y fotógrafo. Había muy pocos fotógrafos en esa época.

 

 

JAR −¿Él comenzó a revelar en la casa?

 

EM −Sí, tenía el cuarto oscuro en la casa. Con mi hermano, que tenía dos años más que yo, nos poníamos los tres a preparar los químicos para revelar negativos. Aprendí con mi hermano, él me enseñó. Ya uno tenía el libro de kodak, de fórmulas, iba preparando, añadiendo los componentes.

 

LA −¿Y qué edad tenías tú?

 

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Feligresa (E. Molnar).

EM −Como diez años. Eso fue aquí en Valencia. Casa Venezolana (ahora es Venezolana de Rolineras) se convirtió en un tremendo negocio y tenía muy poca competencia. Y él era el encargado de esa empresa aquí. Con el tiempo se vinieron todos y cerraron la de San Carlos, y quedó ésta como única casa. Yo Aprendí básicamente a revelar. Con el tiempo, recuerdo que estando en segundo año de bachillerato, me tocó hacer un trabajo en Educación Artística sobre las iglesias de Valencia, y quería hacer fotografías, le dije a mi papá que me prestara la cámara.

 

LA −En lugar de dibujar o algo así…

 

EM −Lo hice con fotografía y el viejo me explicó más o menos cómo hacer las fotografías, y yo un muchacho, ¿quince años?, “eso era pan comido”. Entonces hice fotografías y al viejo le gustaron, al profesor, a todo el mundo le gustaron las fotografías de las iglesias. Se podía andar con un equipo caro en esa época. Recuerdo que hice una fotografía de la estatua que está arriba de la capilla, aquí en la Plaza Naguanagua, en la iglesia vieja, esa estatua tiene un orificio de un tiro, lo que para el profesor fue una primicia, porque no lo sabía.

 

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Iglesia de San Joaquín, julio 2007 (E. Molnar).

LA −¿Y ese trabajo te catapulta, te lanza…?

 

EM −No, para nada. Yo en esa época no tenía ni la más remota idea de que algún día fuese a vivir de la fotografía, quería estudiar Ingeniería Mecánica.

 

LA –Entonces, ¿cuándo piensas que realmente te empieza a gustar la fotografía como oficio?

 

EM −Yo era asmático, alguien le recomendó a mi mamá que me pusiera en natación (y efectivamente, se me quitó para toda la vida el asma con la natación). Y estando en natación, me dio por retratar a los compañeros. Como tenía el laboratorio, copiaba las fotos que hacía, y les encantaban las fotos, y por allí empezó la parte comercial, y me di cuenta que de alguna forma se podía vivir de eso. Yo creo que uno no descubre las profesiones, son las profesiones las que lo descubren a uno, se les atraviesan en el camino. Terminé el bachillerato y empecé con Ingeniería, pero muy mal, yo no traía muy buena base matemática. Duré dos semestres solamente. Me enamoré, me casé, seguí viviendo de la fotografía un tiempo, y nos dio por irnos a Inglaterra a aprender inglés. Y estando en Inglaterra hice unos cursos de fotografía, quería estudiar fotografía en el Politécnico Central de Londres, pero no me dio tiempo, eran tres años, y ya me estaba quedando sin dinero. Ya  tenía dos años en Inglaterra. Regreso a Venezuela, y ya formalmente trabajo en fotografía, en Fotomóvil. La gente de los laboratorios era mi ámbito. No tenía realmente tanto chance de interactuar con otros fotógrafos.

 

Me enamoré, me casé, seguí viviendo de la fotografía un tiempo, y nos dio por irnos a Inglaterra a aprender inglés. Y estando en Inglaterra hice unos cursos de fotografía, quería estudiar fotografía en el Politécnico Central de Londres…

 

LA −Ya en esa época existen los grupos con visión artística que se constituyen aquí.

 

JAR −Sí, ya estaban los grupos de fotógrafos que hacían fotografía artística. Estaba Dantico también, ¿verdad?

 

EM −Pepe, Pepe Dantico. Fotocolor Dantico, frente a la Plaza Candelaria.

 

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Novia (E. Molnar).

JAR −¿Pero en esa época tú no conocías todavía, no tenías contacto con fotógrafos?

 

EM −No. Fue después, en el edificio  Juncal, con el laboratorio. (…)

LA −Pero entonces, en Fotomóvil lo que tienes es contacto con los otros laboratoristas y la gente que va a hacer sus fotos familiares…

 

EM −Sí, no hay ningún contacto realmente con el mundo del arte, para nada. No era comercial el sitio, no servía, tenía uno que salir a buscar los trabajos. Mi hermano se puso a trabajar donde el viejo, en Casa Venezolana, y yo me quedé con la fotografía, fui fotógrafo de General Motors, de Pequivén, de Jhonson y Jhonson…

 

JAR −Allí comenzaste con las industrias…

 

EM −Sí. Hacía la foto publicitaria. En lo del Juncal, monté un laboratorio fotográfico propiamente, en esa época todavía estábamos con el sistema analógico, no había nada digital, se trabajaba con negativos. Y yo monté ese laboratorio para hacer mis trabajos.

 

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«With HDR» (E. Molnar).

 

LA −Y entonces, ¿cómo empezaste a hacer lo de los demás? (risas).

 

EM −No sé qué pasó allí. Recuerdo que una vez hice una tarjeta de presentación. Y la hice fotográfica, y esa era una novedad, un señor que vendía publicidad fue a venderme unas agendas, y entonces dijo: “Chico, esto se puede vender”, y lo logró, porque eso no existía. Entonces ese negocio reventó de una forma tal que me absorbió por completo, ya yo no podía hacer fotografía, pura tarjeta de presentación. Una vez me sacudió un cliente que necesitaba un trabajo de social, y yo le dije: “Yo te lo puedo hacer”, y el tipo me dice: “¿Ah, tú también eres fotógrafo?” (risas). Para él, yo era un tarjetero, no un fotógrafo. Después vino el taller de desarrollo humano, también accidentalmente, me dijeron: “Chico, por qué tú no retratas el taller”; bueno, era un taller, una vez cada dos o tres meses aquí en Valencia, pero con el tiempo llegó un momento en que el taller se expandió de tal manera que había talleres simultáneos prácticamente en todo el país.

 

JAR −¿Terapias de grupo?

…ya yo no podía hacer fotografía, pura tarjeta de presentación. Una vez me sacudió un cliente que necesitaba un trabajo de social, y yo le dije: “Yo te lo puedo hacer”, y el tipo me dice: “¿Ah, tú también eres fotógrafo?

 

EM −Sí, terapias de grupo, pero tiene mucho impacto, cambia mucho a la gente. Yo retrataba al taller, y con el tiempo el taller se propagó, y había fines de semana que yo hacía seis talleres, y solamente vivía para retratar el taller. Y no había tiempo ni para usar el dinero (risas). Y pasaron unos cinco años, desde que empezaron las tarjetas hasta que dejé de retratar el taller, yo me perdí del mundo de la fotografía. Yo hacía de “fotógrafo de pulgarcito”, porque cuando tú retratabas a la gente decía: “¡Para ser eficaces y felices!”, y todo el mundo sacaba el pulgar (risas). Bueno, y uno se vuelve un autómata, se te va la musa, llega un momento en que te desconectas de otras cosas.

 

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LA −Eso es en los noventa. ¿Y cuándo sales de eso?

 

EM −En el 2003, ya casi no era comercial, empezó a declinar, cambió la economía del país. Después empezaron a llegar amigos fotógrafos, los conocidos que sabían que yo revelaba manual, porque ya estaban los laboratorios revelando digitalmente, pero no era igual. Entonces, como uno trabajaba con una ampliadora, foto por foto, dedicadito, si no quedaba bien el color, se repetía. Eso era allí en el edificio El Juncal, cerca de la identificación de Los Colorados, aquí en Valencia.

 

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Andrea (E. Molnar).

 

JAR− Blanco y negro, y color también…

 

LA −¿Y a quienes recuerdas de los fotógrafos que fueron a hacer revelado contigo?

 

El trabajo del laboratorio fotográfico manual consume mucho tiempo, y entonces cuando uno tiene un fin de semana libre lo menos que quiere es ir a retratar una boda.

EM −A Carlos Fuguet, a José Antonio, estaba Víctor Hernández también, que me llevaba muchas fotos de La Guaira. Geczain, lo que era a color se lo hacía yo. Él tenía su laboratorio en blanco y negro, era un maestro en blanco y negro, sin ninguna duda. Juan Carlos Moratino, Virgilio González…

 

JAR −Hasta Alejandro Robles, ¿recuerdas?, el profesor…

 

EM −Sí. Doris Díaz, a Orlando Baquero también le copié yo allá. La selección que hizo Argenis Agudo para el libro de Valencia también la copié, se fueron pasando la voz entre ellos, y llegó un momento en que tampoco podía hacer yo fotografía, porque ahora era laboratorista (risas). El trabajo del laboratorio fotográfico manual consume mucho tiempo, y entonces cuando uno tiene un fin de semana libre lo menos que quiere es ir a retratar una boda. Me retiré de las bodas, me retiré de todo, puro laboratorio. Y, por supuesto, colapsé, porque ese trabajo no es rápido, la gente entrega un trabajo y lo espera todo el día, y yo ponía a la gente a esperar dos, tres, cuatro días.

 

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Atardecer en el Lago de Valencia, marzo 2009 (E. Molnar).

 

JAR −También lo digital comenzó a apabullar todo lo manual.

 

EM −Sí, lamentablemente, me pasó por encima, y aquí no existe esa cultura de conservar las cosas viejas, somos tecnolópatas. Ahorita es frustrante, la peor desgracia que ha tenido que enfrentar la fotografía en toda su vida son los archivos digitales, porque de golpe ya no tienes nada. Es lo efímero. Una vez estábamos haciendo unas fotografías en el Lago de Valencia, el Día Mundial de las Aguas, y conseguimos a un señor que hacía calendarios, fotografías para calendarios, alguien de Caracas, nos dijo que a él no le gustaba la fotografía digital, porque sentía que no estaba haciendo nada. Porque tomas la foto y no tienes nada, pues (risa).

 

LA −Porque no queda nada, el negativo no existe en el sistema.

 

EM −Es como eso que tú estás haciendo que tiene esta nota ¿verdad?, y lo único que tú tienes que hacer es hacer así y ya la ves. ¿Qué queda si tú estás grabando algo digitalmente? Me conseguí unos CD’s en una tienda que decían garantizados por trescientos años (risa de Laura). ¿Qué vas a hacer tú dentro de trescientos años con un CD?, lo tendrá que buscar un antropólogo cibernético…

 

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LA −Pero sigamos con tu historia, entonces, ¿tú cierras el laboratorio y entras al periódico?

 

EM −Cerré el laboratorio y empecé a trabajar por mi cuenta haciendo fotografía. Ya no era comercial. Ah, y de paso todo era digital ya, y el laboratorio que yo tenía no era digital, todo eso lo perdí (…) Mientras más avanza la tecnología, a mí me provoca arrancar más pa’trás, (risa), más a lo primitivo, a la cajita de luz y…

 

JAR −La cajita con la cámara oscura… Allá en Falcón, en Coro, hay un grupo que hace fotografía estenopeica, con la cajita.

 

LA −Ah, como lo hacía Alejandro Robles, que le daba a los niños en la escuela unas cajitas.

 

JAR −Sí, y ellos compran el papel blanco y negro, que es lo que le meten allí, ¿no?, revelan y salen imágenes, con su cámara oscura, con su taponcito.

 

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Circo Chino en El Forum, febrero 2007 (E. Molnar).

 

EM −Vendían las camaritas desechables, pero yo digo otra cosa, el líquido con el que tú emulsionas la superficie para que se convierta en un papel blanco y negro, se llamaba Liquid Plide, eso lo vendían, pero por supuesto tenías que manipularlo en un cuarto oscuro. Entonces tú agarrabas un vidrio o un papel, emulsionabas la superficie, ponías el ampliador y revelabas eso. Pero ahora ¿qué?, vas a un negocio de esos que te sacan los plotter, y no importa cómo salga. Si la fotografía no da el ancho, entonces la estiran, yo no sé cómo permiten eso.

 

LA −Quedan transformadas las imágenes.

 

Pero ahora ¿qué?, vas a un negocio de esos que te sacan los plotter, y no importa cómo salga. Si la fotografía no da el ancho, entonces la estiran, yo no sé cómo permiten eso.

EM −Bueno, se acaba el laboratorio y quedo un tiempo trabajando por mi propia cuenta…

 

LA −Fotografiando…

 

EM −Y arrancó a trabajar “El Periódico”, diario El Periódico, Entré allí. Estaban buscando un tipo de fotógrafo que no fuese fotógrafo de prensa. Ellos, los fotógrafos de prensa, nos llaman culturosos (risa). Así nos decía Mauricio Centeno: “Ustedes son una cuerda de culturosos”, porque uno carga el lente limpiecito, cuida la cámara (risa).

 

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Calabozos de la Isla del Burro, marzo 2009 (E. Molnar).

 

LA −¿Y qué hiciste allí?

 

EM −Fotografía de prensa, éramos ocho, nueve. Quedé yo, en una época, como coordinador. Bueno, fíjate que para mí eso fue una gentileza, yo nunca fui nombrado Jefe de Fotografía, me pusieron: “Coordinador de Fotografía”, porque yo fui a renunciar por el pago, me subieron el sueldo y me pusieron de Coordinador de Fotografía, ese fue un gesto, pues (…) Teníamos solamente dos computadoras. Se terminó “El Periódico”, lo cerraron, y allí mismo, un tiempo después, nace “Ciudad Valencia”, y aquí estoy por una serie de circunstancias, ahora soy de “seguridad”… (risa).

 

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Incendio en el cerro El Café, Naguanagua.

 

LA −¿No entras a Ciudad Valencia [como fotógrafo], entonces?

 

EM −Me dejan afuera. Pero después sí me llaman, había un problema “burocrático” (ja, ja), perder la antigüedad y todo eso, entonces, y el horario que yo tengo es tan conveniente (…) Y entonces, cuando tengo algún trabajo fotográfico, hablo con algún compañero de seguridad y él me cubre. Y entro en fotografía en el periódico, tengo un fin de semana libre cada dos semanas.

 

LA −Y sigues en la fotografía. Que en realidad te tiene atrapado desde la infancia, al lado de tu padre. Y te sigue emocionando.

 

EM −¿Será?

 

 

Laura Antillano / Ciudad VLC / Dame Letra

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