Imperdibles del Periodismo (24): Günter Wallraff es un breve comentario a su libro “Cabeza de Turco” (Amagrama, 1987) de muy grata e inquietante revisita. JCDN.

Más que reportaje impactante, “Cabeza de Turco” (edición original de 1985) del periodista Günter Wallraff supone un descenso al Infierno de la inmigración ilegal en la Alemania de aquel entonces, tan dramática y horrorosa como la de los desplazados africanos y asiáticos en la Europa de este siglo XXI.

 

MECANISMOS EXPLOTADORES DEL PROVERBIAL CAPITALISMO ALEMÁN

La investigación del reportero apeló no sólo a los archivos, las bibliotecas y las hemerotecas, sino en especial a una puesta en escena en el que el periodista se infiltra e incrusta como inmigrante turco en las tripas de tal problemática.

“El fenómeno sociocultural” que implicó su aparición en el mercado editorial mundial de ese entonces, puso en exposición los nefastos mecanismos explotadores del proverbial capitalismo alemán federal, para nada atenuados por la ruindad parapolicial de su vecino comunista ortodoxo y oriental previa a la caída del Muro de Berlín en 1990.

Günter Wallraff, entre otras aristas de la problemática migratoria en su país, se topó por ejemplo con el teatro de la inmundicia e insalubridad alimenticia del holding Mc Donald’s, sin que importara el estatus de nación desarrollada de Alemania Occidental.

En el episodio “Comer es una delicia”, se desarrolla sin concesiones los vicios de la comida rápida.

Más que un restaurante o restaurador alimenticio, la empresa provee a los empleados o esclavos asalariados de un barco pestilente, de donde la cocina es un infecto cuarto de máquinas.

Günter Wallraff

Fast-food es aquí, realmente, cuestión de minutos, aunque algunos compañeros no muy duchos en el idioma inglés piensan que fast-food no significa comer rápido sino <<comer casi>>” (Waallraff, 1987, p. 32).

La impostura del reportero sazona el discurso periodístico crítico con dos voces que se entrecruzan: la del periodista de investigación Günter y la del inmigrante turco Alí.

La escisión de ambas es imposible para lograr contravenir las convenciones del oficio mediático. Se concilia con el film de Fassbinder “Todos nos llamamos Alí”, esto es sobreponerse al racismo y la xenofobia blanca invisible por obra y gracia de la propaganda.

La industria de la construcción erige Palacios de Gobierno no sólo con mano de obra ilegal y peor pagada, sino a la vera de comisiones jugosas que involucran a emprendedores indolentes y burócratas corrompidos:

“Los traficantes de hombres gozan a menudo de protección política para eludir las sanciones. La legislación es muy laxa. Sin embargo, el gobierno federal vacila en poner coto a estos manejos” (p. 40).

Este Quijote turco, marginado y sin Sancho Panza, obtuvo en la realización de su tragicomedia el autógrafo del politicastro de ultraderecha F.J. Strauss en el “Pabellón de los Nibelungos”, además de toparse más adelante con la Iglesia Católica oficiosa.

El diálogo para nada ecuménico ni solidario entre Alí y el cura, pareciera una parodia de las novelas ejemplares de Cervantes.

Fue inútil y peripatético el afán de Alí por asimilarse a la sociedad alemana por vía de la conversión al catolicismo.

Veámoslo por la rendija en el Confesionario que nos señala el reportero con sorna.

Yo (Alí) (contento): ¿Entonces sí bautismo rápido?

«El cura (ligeramente desesperado ante mi despiste intelectual): No, Dios mío. Aunque se muera usted sin bautizar, ello no significa irremediablemente que haya de verse condenado toda la eternidad. En determinadas circunstancias cuenta el bautismo inconsciente [?!]. Cristo, en su inconmensurable bondad, también ha dado a gentiles e infieles una verdadera oportunidad” (p. 57).

De este cielo de supuestos negados, Alí desciende al Infierno de la tan afamada industria siderúrgica alemana.

Günter Wallraff

UN RELATO QUE SUPERA EN CRUDEZA LA DESCRIPCIÓN BARROCA DEL INFIERNO

El relato, en este punto, supera en crudeza la descripción barroca del infierno en los Ejercicios Espirituales del jesuita Loyola o, mejor aún, la factoría infernal que Vulcano le muestra al Barón de Münchhausen.

Este capítulo intitulado “En la suprema inmundicia o <<fuera de la ley>>”, nos dice de entrada, así no más que “Mis amigos turcos me informan de que los puestos de trabajo más perjudiciales para la salud se los dan preferentemente a los turcos” (p. 80).

Al genocidio armenio por los caballeros turcos a principios del XX, le ripostan los alemanes con uno en las entrañas inhóspitas de la economía de post-guerra.

Ello en la más perjudicial de las ignorancias, confundir a los turcos con los árabes y considerar a ambos gentilicios como negros envueltos en sábanas.

En el consorcio siderúrgico Thyssen se considera incluso el nombre del Prójimo distinto una abominación: “Mi nombre [Alí Sinirlioglu] le escandaliza: <<Esto no es un nombre, es una enfermedad. Esto no hay quien lo escriba>>” (p. 83).

Precisamente, Wallraff reivindica a su otro yo –no por ficticio menos íntimo- con esta formidable y muy humanística denuncia.

Por supuesto, con un sabor amargo en el paladar patente en el embuste que amorocha a la república federal alemana y su milagro económico de la Guerra Fría que todavía hoy no cesa.

Lamentablemente, las miserias de los inmigrantes y los desplazados en Europa y América no han terminado.

Tarea pendiente que tiene en este libro un muy vivo y endurecido recordatorio [en tanto Palabra verdadera y profética].

 

BIBLIOGRAFÍA

Wallraff Günter (1987). Cabeza de Turco. Barcelona, España: Anagrama.

 

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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