Nostromo (1904) de Joseph Conrad y la Gran Valencia. No hemos sabido a ciencia cierta por qué coincidimos con los escritores Alejandro Oliveros y Pedro Téllez en cuanto a la locación real de esta novela extraordinaria, pues la cosa apunta a la Gran Valencia que incluye a Puerto Cabello. Los ámbitos ficticios de Sulaco y la República de Costaguana se aproximan sospechosamente en lo geográfico e histórico a nuestra urbe goda y conservadora [venida hoy a menos] y a ese esbozo peripatético de El Dorado que es todavía Venezuela.

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Joseph Conrad, novelista polaco que adoptó el inglés como lengua literaria

Años más tarde, el polígrafo porteño Ramón Díaz Sánchez publicaría su propia versión del país dorado en el cuento terrorista y caníbal “Tríptico del Amanecer” que abre el volumen “Caminos del Amanecer” (1941), que empalma a los Belzares devorados por la selva y la avaricia con las víctimas proletarias y depauperadas del apogeo de la República Petrolera en la novela “Mene” (1936).

No nos mueve apropiarnos indebidamente de esta novela política perfecta, pues nuestro Canon elástico de la literatura carabobeña presenta muestras notables del género como “El Doctor Bebé” (1918) de Pocaterra, “Cubagua” (1931) y “La Galera de Tiberio” (1938) de Enrique Bernardo Núñez, la misma “Mene” (1936) de Díaz Sánchez, “Beso de Lengua” (2007) de Orlando Chirinos o “Perfume de Gardenia” (1979) de Laura Antillano.

Por el contrario, el caso de «Nostromo» nos seduce por la fusión de lo político y lo aventurero en su discurso, valga la recreación ficcional, intensa y crítica de ciertos episodios históricos de Venezuela [sobre todo los relativos a los golpes de estado y las rebeliones], Colombia y Panamá que colindan con el caos y la contingencia. Eso sí, excediendo los extremismos de la mirada colonialista y la imprecación salvaje que la adversa. Recordemos que Joseph Conrad, más allá de su sobriedad escritural de habla inglesa, la ciudadanía británica y el rigor de su ética personal, pertenece a la periferia que era y es aún la escarnecida Polonia a merced de las naciones potencia que la circundan.

«Nostromo» de Joseph Conrad hace referencia a Puerto Cabello, Valencia, Antonio Guzmán Blanco y otros episodios de nuestra historia

La colonización de Costaguana, al igual que el colonialismo inglés tratado en otras de sus grandes novelas, se nos exhibe en la desnudez oprobiosa del despropósito político y financiero hecha carne viva en su desgobierno como lo cita el poco conocido opúsculo de don José Avellanos. ¿La mina de plata de Sulaco no se asimila a la industrialización de Valencia en el auge desarrollista y petrolero de la década de 1950? Podemos cotejar la configuración y la conducta disfuncional de las castas sociales tanto en la ficción como en el contexto histórico del Cuatricentenario de la ciudad industrial de Venezuela.

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En el artículo “Valencia-Sulaco”, Pedro Téllez no oculta su entusiasmo ante este peculiar hallazgo: “Estos días (marzo de 2015) se conmemoran 460 años de la fundación de Valencia, y 111 (capicúa) de la publicación de Nostromo, la Valencia de ficción”. Más adelante Téllez destaca que los mecanismos del Poder transnacional son delatados en la novela [“la compañía O.S.N. que patrocinará el golpe que busca dividir el país y controlar sus recursos”] y confirmados por la realidad de la política de sustitución de importaciones que se haría con la gran factoría valenciana casi un siglo después.

El escritor Pedro Téllez argumenta que «Nostromo» de Joseph Conrad se ambienta en Valencia y Puerto Cabello

Claro está, Joseph Conrad arribó a Puerto Cabello en 1876: si bien no se tiene evidencias de su visita a Valencia, tomó como texto de referencia un libro de Edward Eastweek, “Venezuela o Apuntes sobre la vida en una República Sudamericana con la Historia del Empréstito de 1864”.

En el “Diario Literario” (Fundarte, 1996), Alejandro Oliveros corrobora no sólo que la topografía de Sulaco es la misma que la del centro de Valencia, sino también la posibilidad frustrada por los caraqueños y el centralismo político para que alcanzara en 1864 la condición de ciudad capital de la república. Al punto de machacar el estancamiento político, social y simbólico de la ciudad replicada por Conrad: “Para muchos, sin embargo, es probable que lo más doloroso sea que Valencia, en la actualidad, no es capital de ninguna República. Ni siquiera de la República Imaginaria de Costaguana”.

El poeta y ensayista Alejandro Oliveros. Foto de Yuri Valecillo publicada en «Rostro y Poesía» (1995), antología de poetas vinculados a la Universidad de Carabobo

Oliveros en su doble rol de poeta y atento ensayista, denuncia que los cogollos o cofradías de poder real han provisto en América Latina naciones y ciudades desechables por obra y calco de proyectos de país mal encaminados.

Tampoco nos interesa establecer paralelismos históricos: El empresario de la mina, Carlos Gould, ni su esposa equivalen a la familia Branger ni al emporio eléctrico de los Stelling; ni el revolucionario romántico Martin Decoud alude al novelista Manuel Vicente Romero García. Nostromo no nos parece una reencarnación bandida de Ezequiel Zamora, no obstante que Guzmán Bento nos remita a su némesis traidora, Antonio Guzmán Blanco, el Ilustre Americano.

Nos enamora la lectura holística y en red lúdica de la literatura conjugada con la historia del continente. Recordemos que Enrique Bernardo Núñez en “La Galera de Tiberio” (1938) y, años después, Gabriel García Márquez en “Cien Años de Soledad” (1967) contaron sus versiones de la masacre de la huelga bananera en Colombia del año 1928, para desmitificar y desmontar Destinos Manifiestos, omisiones y falsificaciones del discurso literario e histórico que han avalado a las sociedades de cómplices como la real institucionalidad sojuzgadora que desintegra a América Latina.

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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