Para pasar estos días de necesario confinamiento, nada mejor que refugiarse en la buena lectura. Hoy traemos un relato de Julio Escorcia en Lecturas para la cuarentena.

 

DIARIO SOBRE UN CUADRO

Julio Escorcia

Entrada uno

No deseaba escribir nada que se relacionara con el coronavirus Covid-19 o la cuarentena porque pensaba que sería algo muy efímero; luego que se elimine el virus y salgamos de la cuarentena, nadie recordará las historias. Aunque igual nadie recordará mis historias tengan algo que ver con el virus o no y así estemos en cuarentena o no. En definitiva, aquí estoy, la necesidad pudo más que el deseo. Y esto no es una invención.

Estamos en el día ocho de la cuarentena, sin embargo eso no es lo importante porque yo soy feliz en mi casa, puedo decir que adoro mi encierro. El asunto es que me están sucediendo cosas raras. Quizá suene algo extraño, pero lo diré: los cuadros de mi casa se están reproduciendo, y no solo eso, creo que las imágenes tienen vida propia.

Día nueve de la cuarentena: Lo he confirmado: las pinturas se multiplican y se mueven.

El problema empezó hace tres días. Luego de levantarme, a eso de las diez de la mañana, salí de mi cuarto para ir al baño y, justo cuando entré al pasillo que da hacia el tocador, descubrí en la pared de enfrente un cuadro que no había visto antes. La mujer, que tenía la mano derecha en la mejilla izquierda, la movió para la derecha y una hormiga multicolores saltó de la escena y comenzó a caminar en el piso. Me detuve y revisé el cuadro con detenimiento. Concluí que seguramente aún seguía soñoliento y lo ignoré.

Lecturas para la cuarentena
Lecturas para la cuarentena

Luego, cuando regresaba a mi habitación, divisé cómo la hormiga del cuadro anterior subía por la pared frente a mi cuarto y se metía en otro cuadro que tampoco había notado antes. Mi madre entró a la cocina y no pude ignorar la novedad:

—Madre, ¿y ese cuadro quién lo trajo?

—¿Cuál? Respondió ella desde la cocina.

—Ese.— Se lo señalé con el índice izquierdo, mirando fijamente a la hormiga que ya se había incorporado a la imagen.

—Lo compré yo.

—¿Cuándo?

—¡Uf! Hace rato.

—¿Y aquel?

—¿Cuál?

—El de la pared de afuera.

—Ah, ese me lo regaló la señora del trabajo hace como tres años, ¿por qué?

—No, nada. Le respondí y me metí a mi cuarto.

Me había devuelto con la idea de seguir durmiendo, pero ya se me habían quitado las ganas, así que me puse a acomodar la cama. Cuando giré la cabeza hacia un lado observé otro cuadro. No aguanté la impresión y llamé a mi madre a gritos.

—¿Qué fue? ¿qué pasó?

—¿Qué hace ese cuadro aquí?

—¿Cuál cuadro?

—Cómo que cuál cuadro, mamá. El único que está allí en frente. ¿Quién lo metió para acá?

—Ese es tu título de la universidad, tú mismo lo pusiste allí.

Volví a fijarme en él y guardé silencio con mucha vergüenza, la figura de la mujer con la mano en la mejilla derecha ya no estaba.

—Esas son las películas que te pones a ver en la noche, yo te dije que dejaras de ver eso tú solo.

—No, no son las películas, ni Velvet Buzzsaw ni El cisne negro me impresionaron tanto como para trastocar mi cerebro. Es algo más.

Lecturas para la cuarentena

Entrada dos

Es el día quince de la cuarentena: No pude escribir durante los otros días porque me sentía imposibilitado, cada vez que agarraba el lápiz pensaba en la mujer con la mano en la mejilla, se me entumecían los dedos y… Debo escribir lo que ha sucedido desde la Entrada uno.

Día diez de la cuarentena: Ya no solo era la reproducción de los cuadros; les hice un seguimiento y conté ciento cincuenta cuadros en toda la casa, todos con la imagen de la mujer con la mano en la mejilla derecha. Cada vez que descubría un cuadro nuevo, mi madre me decía que ya ella tenía tiempo con él, y la única vez que le mencioné a la mujer con la mano en la mejilla, cambió el semblante y me alegó que todos sus cuadros son de naturaleza muerta, que me dejara de pendejadas.

Día once de la cuarentena: Después de descubrir que una de las hormigas salió de otro cuadro nuevo en la sala, se adentró hasta la habitación de mi madre y se le metió en el oído, concluí que mi mamá no era la misma. Eso me explicó muchas cosas, en especial su defensa de los cuadros ¿Cómo supo ella que a ese tipo de pintura se le llama naturaleza muerta? ¿Por qué se puso nerviosa cuando le hablé de la mujer en los cuadros?

Día doce de la cuarentena: Puse bajo observación a mi madre. Pensé en la película Dulces sueños, mamá pero, en este caso, sí es ella la del problema. No usa vendajes, pero creo que su rostro familiar es solo una fachada. Últimamente ríe muy seguido y ha dejado de asear la casa como antes, incluso, ya no abre la puerta de la sala ni las ventanas. Dice que es para evitar visitas, pero yo sé que es algo más. Varias veces me ha invitado y esperado para cenar juntos en la mesa, lo cual es sospechoso porque en más de una ocasión discutimos porque yo quería que me acompañara a la mesa y ella prefería ver la telenovela en su cuarto.

Día trece de la cuarentena: He contado doscientos cuadros en toda la casa y las hormigas tienen varios nidos en la sala ¿Por qué mi madre se niega a limpiar y tampoco quiere que yo lo haga? Cada vez que salgo de mi habitación las hormigas me persiguen y buscan meterse en mi oído, pienso que me quieren cambiar como hicieron con ella y quién sabe con quién más ¿Será que la mujer de los cuadros es el alma de mi mamá verdadera?

Día catorce de la cuarentena: Me exilié en mi habitación, las hormigas me asediaron. Por alguna razón que aún desconozco, no pueden entrar a mi cuarto, cualquiera que se atreva, muere en pocos segundos. Mi madre tampoco ingresa, dice que es porque hace mucho calor, pero yo conozco la realidad. Estoy sin internet desde ayer, creo que es una estrategia para obligarme a salir, pues pronto me quedaré sin películas que ver y no podré descargar más. No he podido descubrir quién es la mujer del cuadro.

Día quince de la cuarentena: He decidido arriesgarme a salir de la habitación, la mujer que se hace pasar por mi madre me ha estado alimentando con normalidad, pero me temo que es el fin. He tomado algunas previsiones. Dentro del libro Antología del cuento triste, de Augusto Monterroso, el cual está en el nivel dos del estante número tres de mi biblioteca personal, guardaré una memoria con una copia de este escrito por si ella quema mi portátil, la dejaré como constancia de lo ocurrido.

Si no vuelvo a escribir una línea más en los próximos días, significa que no pude descifrar quién es la persona que dice ser mi madre ni quién es la mujer de las pinturas y que me convertí en uno más de ellos, que andaré dando vueltas sin sentido alrededor de mi casa o sentado en un mueble viejo hablando y riéndome de los juegos del gatico con el perrito mientras escucho en la radio un reguetón que se repite una y otra vez.

Lecturas para la cuarentena


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Ciudad  VLC

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