Luis Cedeño es un artista integral: escritor, artesano, docente y cuenta cuentos. En medio de esta Valencia de neón y oropel venida a menos, él comparte con lectores, alumnos y espectadores su pasión encendida por la vida y la poesía.

Luis Cedeño ante un nutrido y asombrado público

A Luis Cedeño le debo mi primer texto publicado [en la página literaria “La Braga” los lunes del diario “El Regional”] a principios de los ochenta: Un cascarón de cuento referido al río Cabriales cloacal y un viejo vagabundo asesinado por el malandraje, cuyas copias en mi poder destruí años después muy avergonzado [me enojaba la influencia de Vargas Llosa, el sacrosanto Marqués hispánico, y el sazón romántico proveniente de mis primeros versos dedicados a una guaricha que no me quería].

Hoy, en la crisis de mis cincuenta y pico de años de adultez adolescente, me gustaría recobrar ese relato y reescribirlo tal como lo hizo Roa Bastos cuando se topó con el suyo. Sólo me resta conservar las cartas amarillas de este milenio, pues cuenta bien el enamoramiento en sí sin importar la recepción desconfiada y compasiva de la interlocutora de nuestros sueños.

Invalidando esta digresión inoportuna, nos convoca este domingo de resurrección para conversar entre amigos sobre la obra narrativa de nuestro amigo Luis Cedeño, esto es el tríptico integrado por sus dos volúmenes de cuentos “Soy la muchacha que desvalija carros en la calle B” (1999) y “La señora no sabe de las consecuencias de su sonrisa para la lluvia” (2013), además de la novela “Queherido Cadáver” (2008). Son textos lúdicos que se dejan leer y escuchar con sumo placer, ello en una puesta en escena harto vivaz y asombrosa.

Luis Cedeño en plena faena lírico-teatral

Respecto a “Queherido Cadáver”, este libro no es una aproximación novelística falaz a la vida y obra del pintor y actor de calle Cristóbal Ruiz. Por el contrario, es una apuesta resuelta y fragmentada por la colectivización de las voces, esto es una comuna de hablas en donde se destila el leal cocuy barato que quema el gaznate del alma.

La perspectiva del narrador protagonista se escinde en una legión de registros abigarrados e inmediatos: “¿Para quién carajo estoy hablando? Cristóbal conoce, y yo sé que no se trata de libros, sino de la vida: descifra, saca belleza, la ve en la lluvia, en un recoge lata, en la ruina. No es normal”. Se vindica al personaje marginal rebotándolo a lo largo de un juego equívoco y despiadado de espejos que desdice el deber ser, la caridad cristiana de pacotilla y la conmiseración pequeñoburguesa que extravían a los satisfechos.

La Poética del Delirio es el recurso dramático que se forja una respiración esquizoide del habla: “Yo soy el toro y me robo la vida (…) Todo y todos son el torero, con ese caballo traidor y ese jinete con lanza y esos payasos que corren con los trapos rojos y ese gentío que grita que me maten, y hasta esas flores en las cabezas de las mujeres me quieren muerto”.

El discurso lírico de la novela recrea esta tragicomedia valenciana en los pasillos de la Facultad de Educación, el boulevard de Derecho y el Bar La Guairita no sólo como referentes geo-históricos, sino en tanto astillas desparramadas de la Plaza La Monumental y sus oropeles de clase, dado que nuestra ciudad persiste en abrevar la insulsez de sus instituciones y la sangre coagulada de las maulas fuerzas vivas.

¡Salud Afición, en nombre de Luis Cedeño! La plasta rectoral ni aplasta ni acalla a la auténtica Poesía solar.

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