“Un sueño aislado es una quimera o una fantasía, a veces el preludio de una alucinación. Pero un sueño compartido es una utopía colectiva, un reto posible. Un desafío. La política como utopía necesaria y, en consecuencia, que debe ser posible y realizable. La utopía como proyecto”.

 Antoni Gutiérrez-Rubí

 

Han transcurrido ya 55 años del histórico discurso de M.L. King proclamado en el contexto de la “Marcha sobre Washington” el 28 de agosto de 1963. Ese día se reunieron más de 200 mil personas convocadas a marchar “por la libertad y el empleo” sobre la capital estadounidense.

 

Las demandas de la caminata, que reunió a diversas organizaciones y movimientos sociales se concretaban en seis aspectos legislativos:  1) la eliminación de la segregación racial en las escuelas públicas, 2) la protección de los manifestantes ante la brutalidad policial, 3) un gran programa de inversiones públicas para generar empleo, 4) la promulgación de una ley que prohibiera la discriminación racial en la contratación pública y privada, 5) un salario mínimo de 2 dólares la hora y 6) autogobierno para el Distrito de Columbia, con una mayoría de ciudadanos negros.

 

El discurso del reverendo King, una obra maestra de oratoria, está según sus propias palabras “enraizado en el Sueño Americano”, el mismo que ha constituido una pesadilla para millones de personas dentro y fuera de los EE.UU. “Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”.  A continuación algunos fragmentos de su histórica alocución:

 

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Tengo un sueño: que un día esta nación se pondrá en pie y realizará el verdadero significado de su credo: «Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres han sido creados iguales».

 

Tengo un sueño: que un día sobre las colinas rojas de Georgia los hijos de quienes fueron esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la fraternidad.

 

Tengo un sueño: que un día incluso el estado de Mississippi, un estado sofocante por el calor de la injusticia, sofocante por el calor de la opresión, se transformará en un oasis de libertad y justicia.

 

Tengo un sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel sino por su reputación.

 

Tengo un sueño hoy.

Martin Luther King/CiudadVLC
Monumento homenaje al Rvdo. Martin Luther King

Tengo un sueño: que un día allá abajo en Alabama, con sus racistas despiadados, con su gobernador que tiene los labios goteando con las palabras de interposición y anulación, que un día, justo allí en Alabama niños negros y niñas negras podrán darse la mano con niños blancos y niñas blancas, como hermanas y hermanos.

 

Tengo un sueño hoy.

Tengo un sueño: que un día todo valle será alzado y toda colina y montaña será bajada, los lugares escarpados se harán llanos y los lugares tortuosos se enderezarán y la gloria del Señor se mostrará y toda la carne juntamente la verá.

 

Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que yo vuelvo al Sur. Con esta fe seremos capaces de cortar de la montaña de desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las chirriantes disonancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a la cárcel juntos, de ponernos de pie juntos por la libertad, sabiendo que un día seremos libres.

 

Este será el día, este será el día en el que todos los hijos de Dios podrán cantar con un nuevo significado «Tierra mía, es a ti, dulce tierra de libertad, a ti te canto. Tierra donde mi padre ha muerto, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera suene la libertad».

 

Y si América va a ser una gran nación, esto tiene que llegar a ser verdad. Y así, suene la libertad desde las prodigiosas cumbres de las colinas de New Hampshire. Suene la libertad desde las enormes montañas de Nueva York. Suene la libertad desde los elevados Alleghenies de Pennsylvania. Suene la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve de Colorado. Suene la libertad desde las curvas vertientes de California. Pero no sólo eso; suene la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia. Suene la libertad desde el Monte Lookout de Tennessee. Suene la libertad desde cada colina y cada topera de Mississippi, desde cada ladera. Suene la libertad. Y cuando esto ocurra y cuando permitamos que la libertad suene, cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los hijos de Dios, hombres blancos y hombres negros judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de juntar las manos y cantar con las palabras del viejo espiritual negro:

 «¡Al fin libres! ¡Al fin libres! ¡Gracias a Dios Todopoderoso, somos al fin libres!»

Martin Luther King sentó las bases de una revolución imparable. Su vida y obra, que al fin y al cabo son la misma cosa, no puede ser entendida como la de alguien obsesionado por una lejana utopía propia de un religioso romántico y soñador, pues no conllevan parálisis ni alienación; en una de sus frases más memorables King afirma que “El poder sin amor es abusivo y opresivo, el amor sin poder es sentimental y anémico”.

Su sueño por una sociedad igualitaria lo llevó a la muerte a manos de un sicario francotirador en 1968. Un año antes -en 1967- King recrudeció su discurso, se opuso a  la guerra de Vietnam cuestionando duramente el papel de los EE.UU, así como también el capitalismo como sistema económico depredador del ser humano y del medio ambiente, a la par del imperialismo, aspectos poco divulgados de su pensamiento.

 

Ismael Noé/Ciudad VLC

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