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Luis Manuel Urbaneja Achelpohl es considerado como padre del Criollismo venezolano.  Continuador de la tendencia literaria de Manuel Vicente Romero García. Destacado escritor caraqueño, cuentista principal de estos tiempos; nacido el 25 de febrero de 1873, hijo del general Luis María Urbaneja e Isabel Achelpohl, de origen alemán.

 

Rebelde ante los convencionalismos sociales, desinteresado por la educación tradicional, amante de la naturaleza. Así vivió Urbaneja Achelpohl. De ahí que emprende largas excursiones durante las cuales se interna en los campos, a veces por semanas, al cabo de las cuales regresaba tan silenciosamente como se había ido, trayendo inundada el alma de gentes y paisajes criollos.

 

 

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Manuel Vicente Romero García (1861-1917), autor de «Peonía».

 

 

Con estos motivos comienza a escribir en un género que estaba de moda. Se trataba de pequeños poemas en prosa, que solían denominarse «acuarelas».

 

El autor de Peonía fue uno de los más célebres «acuarelistas» venezolanos. Quizá por ello, y por razones de afinidad más profundas, Urbaneja le dedica a Romero García esta Acuarela, que data de 1894:

 

El sol se marcha. Sobre el oscuro verde de la montaña antoja un tono anaranjado, que colándose por los huecos del follaje ilumina la seca hojarasca y las gruesas raíces que salidas a flor de tierra parecen extrañas serpientes inmóviles. Por una ladera desciende un grupo de mujeres, llevando en la cabeza sobre gruesos rolletes haces de chamizas; el viento abomba sus faldas terrosas, y ruedan a sus pasos los guarataros a los oscuros senos de las quebradas. En llegando al pueblo, se van en derechura de las cocinas, que de pronto se iluminan con las sanguíneas llamas de las chamizas en los fogones.

 

Ya todo es sombra. La montaña es una negra silueta destacándose en el fondo azul del ciclo, en donde comienzan a palpitar las estrellas de oro. Todos los techos de cocuiza tienen su pardo penacho de humo: en las cocinas de los ranchos, la familia labriega, recostados los unos a los gruesos horcones del bahareque, sentados los otros sobre las enjalmas de los asnos que rebuznan en el gamelotal, beben guarapo a largos sorbos en sus pichaguas, mientras que en los fogones estallan los ramos secosy por el camino alguien, alejándose en el silencio de la noche, deja, perdido en el aire, el triste, monótono galerón:

 

Nacemos entre sollozos

y entre lágrimas morimos.

Si no hay placer para el hombre,

entonces, ¿por qué vivimos?

 

En este apunte de los veinte años, aparecen ya los elementos básicos del Criollismo que van a dirigir toda la obra de Urbaneja: temas autóctonos, opuestos al exotismo de los modernistas, orientados a la captación del paisaje criollo y de los tipos humanos característicos del país, con sus trajes, costumbres, hábitos de trabajo, formas de vida en general, así como el uso de términos venezolanistas («chamiza», «pichagua», «guarapo»).

 

Recibe el primer premio del concurso de cuentos de la revista El Cojo ilustrado en 1896, por su relato “Flor de Selva”, ese año escribe “Botón Algodonero”. Tras el fraude electoral que perjudico las aspiraciones presidenciales del general José Manuel Hernández, “el Mocho” en 1897, se incorporó en 1898 al alzamiento de los liberales nacionalistas contra el gobierno de Ignacio Andrade.

 

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Como combatiente obtiene una visión de las crueles acciones bélicas y las secuelas que ellas generan, observaba el valor y abnegación de las mujeres combatientes denominadas “mapanares”. Durante el gobierno de Cipriano Castro, ejerció en Valencia el cargo de fiscal de instrucción pública.

 

En 1916 obtuvo en Buenos Aires el primer premio en el Concurso de Novelas Americanas, convirtiéndose en el primer escritor venezolano en recibir un galardón internacional. En 1922 apareció su principal creación como cuentista: Ovejón.

En 1927, publicó el novelín o novela corta el tuerto Miguel. Fue nombrado, Director de la Escuela de Arte Escénico y de la Biblioteca Nacional en 1936. Al siguiente año, apareció su segunda novela La casa de las cuatro pencas.

 

Fallece en Caracas el 5 de septiembre de 1937. El escritor valenciano José Rafael Pocaterra, imagina la escena del sepelio de Luis Manuel Urbaneja Achelpohl de esta manera:

 

Le habrán ido a sacar de su casita en El Valle, allá oculta tras un Jardín, bajo algunos árboles… Habrá trepado esta vez a hombros ajenos, las escaleras que suben hasta la callecita urbana, con su tejadillos bajos y sus fachadas al temple de la modestia ciudadana, callada, humilde, que fue la existencia de un gran artista. Ya no volverá a descender más la cuesta, ya no irá a pasarse sus tardes a la estrecha mesa, con los espejuelos caídos y las cuartillas dispersas.

 

 

Jesús González/Ciudad VLC

Foto Cortesía

 

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