El pasado jueves 5 de abril se cumplieron 49 años de la muerte de Don Rómulo Gallegos; uno de los más notables intelectuales venezolanos del siglo XX, nacido en Caracas un 2 de agosto de 1884 y fallecido en esta misma ciudad el 5 de abril de 1969, quien ha sido reconocido, además, como uno de los más destacados novelistas hispanoamericanos de todos los tiempos.

 

También se le considera un digno ejemplo del humanista latinoamericano, quien se labra un futuro de gloria gracias a su empecinamiento en el estudio, pese a los innumerables impedimentos de un origen humilde, y gracias asimismo a su vocación paralela por enseñar a otros, por despertar sus conciencias; todo lo cual lo involucra necesariamente con los avatares de su patria desde la educación, la literatura y la política.

 

rómulo GALLEGOS

 

No obstante, varias generaciones de venezolanos pueden tener de él sólo el vago recuerdo escolar de una novela criollista llamada “Doña Bárbara”, la cual quizá nunca habrán leído completa, ni tendrán la intención de leer alguna vez.

 

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Es posible también que sepan, como al pasar, que este ilustre hombre de letras fue, en algún momento de nuestra historia (1948), Presidente de Venezuela, aparte de haber sido maestro y director de escuela desde muy joven; pero sin que estos desprevenidos compatriotas lleguen a pensar en Rómulo Gallegos como un ejemplo a seguir ni como un escritor al que valga la pena leer y releer justo en esta hora.

 

Sin embargo, he aquí ante nosotros un venezolano cuya circunstancia vital es digna de revisar por lo que tiene de compromiso con los principios morales y con un sentido de patria donde la educación se considera fundamental para el progreso y la igualdad social, más allá de cualquier consigna o color político.

 

 

Magisterio, literatura y política como destinos

Es importante ubicar a Don Rómulo Gallegos en su circunstancia histórica, durante la dictadura gomecista (1908-1935), la cual por casi treinta años sometió a una Venezuela fundamentalmente rural, donde la gran mayoría del país era analfabeta y donde el poder político era impuesto por la fuerza de las armas.

 

En ese contexto, el joven Gallegos, aunque de origen humilde, es de los pocos que puede gozar del privilegio de ir a la escuela, graduarse de bachiller (1902) e ingresar inmediatamente a la Universidad Central de Venezuela para iniciar unos estudios de Derecho que no llegaría a culminar (1905).

 

rómulo gallegos

Era una Venezuela donde tener el sexto grado aprobado implicaba una prueba de sapiencia, y donde un Bachiller de la República podía incluso llegar a ser Ministro de Educación en virtud de los muy sólidos conocimientos matemáticos, históricos, lingüísticos, geográficos y de formación cívica con los que contaba.

 

Por tanto, Gallegos era un hombre idóneo para despertar conciencias desde el magisterio nacional, así que entre 1912 y 1930 tuvo un intenso desempeño educativo, siendo nombrado consecutivamente director del Colegio Federal de Varones de Barcelona, subdirector del Colegio Federal de Caracas, director de la Escuela Normal de Caracas y director del Liceo Caracas (hoy Andrés Bello).

 

Esta responsabilidad de adoctrinar a nuevas generaciones lo hizo, sin duda, un divulgador de ideas democráticas, las cuales calarían muy hondo en futuros e influyentes dirigentes políticos venezolanos.

 

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Paralelamente a esta intensa actividad magisterial, Gallegos desarrolló esa otra vocación que le daría su más imperecedera fama, la de escritor, cuya obra más reconocida es la novela Doña Bárbara (1929), donde plantea, en esencia, su tesis del progreso contraponiéndose al caudillismo, el latifundio y la falta de instrucción.

 

Después vendrían Cantaclaro (1934), Canaima (1935), Pobre negro (1937), El forastero (1942), Sobre la misma tierra (1943), La brizna de paja en el viento (1952), El último patriota (1957) y Tierra bajo los pies (1973); aparte de numerosos cuentos, algunos de los cuales gozaron de una exitosa adaptación televisiva en Venezuela en el centenario del autor.

 

 

Doña Bárbara: un carácter fascinante

El pasado 15 de febrero, la novela Doña Bárbara cumplió 89 años de su primera publicación en una editorial de España (es de advertir que hay quienes citan erróneamente el 11 de agosto). Aparte de ser una tesis sociocultural y una recreación de la eterna lucha clásica entre el bien y el mal, es también una historia de amor.

 

De unos amores contrariados, en principio por el velo de la ignorancia y la inocencia, y después por los celos de una mujer altiva que no acepta rechazos y que echa mano de todos los artificios para lograr sus propósitos. Todos son ingredientes de la telenovela latinoamericana más ramplona, difundida desde los primeros radioteatros cubanos y explotada todavía, sin mayores cambios, desde México a la Patagonia.

 

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Y fue precisamente el cine mexicano, en la plenitud de su época de oro, hacia 1943, el que contribuyó aún más a perpetuar la leyenda del libro y de su autor, pero ahora por intermediación de una legendaria belleza latinoamericana, la de María Félix (la “María bonita” del bolerista Agustín Lara), quien desde entonces y por siempre sería conocida como «La Doña», sin más.

 

Sin embargo, uno de los méritos del Rómulo Gallegos novelista, conocedor de su oficio, es haber logrado crear un personaje que se impone a la realidad, un ser inolvidable que subyuga la imaginación del lector como si de alguien vivo se tratara (más allá incluso de la mujer real que inspiro la «Doña» de la ficción allá por 1927). Y mucho más allá de las falencias formales que se le han criticado a la novela, si se la compara, por ejemplo, con la madurez literaria de «Canaima».

 

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De tal manera que la televisión venezolana de la década del ’70 del siglo pasado se apuntó uno de sus más sobresalientes aciertos versionando la mítica novela con una talentosa actriz criolla llamada Marina Baura (otra «Doña» para siempre) y ofreciendo una alternativa nacionalista y, por momentos, reflexiva, contra ese mediatizante y acartonado conflicto farandulero entre «pobres y ricos», «malos y buenos» sin referentes de carne y hueso.

 

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Por tanto, más allá de ese telón de fondo de la civilización contra la barbarie en que se mueven los personajes, y de lo discutible de ciertas ideas en boga acerca de lo que representaría el progreso de una nación; más allá del romanticismo dulzón, trasciende una psicología, un carácter férreo que fascinó al propio Gallegos, motivándolo a internarse llano adentro en busca de la mítica “devoradora de hombres”.

 

 

Un intelectual el primer presidente democrático

Su prestigio como escritor, hacia 1931, pudo haberle rendido grandes dividendos durante la dictadura gomecista, pero prefirió exiliarse para no traicionar su credo democrático. Al volver, en 1936, se involucra de tal manera en la política venezolana, que aparte de ser diputado, Ministro de Educación y fundador de un partido político, llega a ser elegido como el primer presidente democrático de Venezuela en 1947.

 

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Sin embargo, el gran respeto del que gozaba como uno de los hombres más preclaros del país no fue suficiente para evitar otro golpe de Estado (1948). Así que vuelve al exilio, donde recala en México en 1949, tras pasar por Cuba, y retomando su vida de escritor reconocido e influyente, pero sin dejar de alzar su voz en contra de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

 

Más allá de tales avatares políticos fue una época en que fue colmado de honores académicos e incluso fue uno de los más fuertes candidatos al Premio Nobel de Literatura entre 1959 y 1963.

 

 

El premio de novela más prestigioso de lengua castellana

Por otra parte, el más prestigioso premio para la novela escrita en lengua castellana lleva precisamente su nombre, «El Rómulo Gallegos», el cual fue instituido por el Gobierno venezolano el 6 de agosto de 1964, constituyéndose desde entonces en el más grande espaldarazo que recibieron los jóvenes novelistas latinoamericanos asociados al llamado “Boom”, como Mario Vargas Llosa (Perú), Gabriel García Márquez (Colombia) y Carlos Fuentes (México), entre otros.

 

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Cuando falleció, a los 84 años, bien merecía Don Rómulo Gallegos los honores del Panteón Nacional, pero se dice que su última voluntad fue la de ser sepultado junto a su amada esposa Teotiste en el caraqueño Cementerio General del Sur, para darnos así otra lección de humildad y no permitir, de seguro, que cualquier exacerbación politiquera del momento pudiera manipular su memoria y tergiversar su sentido de una democracia verdaderamente igualitaria.

 

Ciudad VLC / Ramón Núñez / Dame Letra