Sin mi teléfono

Mi teléfono dejó de funcionar, y sin mi teléfono estoy muerto.

Como he muerto, ahora vago en un limbo terrenal que no me permite relacionarme, ando en la calle y nadie me ve, hablo y nadie me escucha, cuando abrazo a las personas reaccionan con extrañeza como si “algo muerto» los tocara.

Estar muerto por el teléfono tampoco es tan malo, me doy el lujo de observar sin ser observado, de reír y cantar al caminar y nadie se burla…

Cuando vivía trabajaba en una empresa, también vendía mi espectáculo de teatro de títeres… Al morir estas dos ocupaciones prescindieron de mis servicios, claro es obvio, si estaba muerto ¿cómo contaban conmigo?

 

Fue sencillo, no hubo despido directo ni indirecto, renuncia justificada o injustificada, no hubo escándalos por acoso o cualquier otro tema que pudiera resultar interesante, solo fue porque morí, ni carta de defunción hicieron, solo resetearon su conocimiento… Y aquí no ha pasado nada. ¡Un poquito de café por favor!

 

Sin mi teléfono, deje de ser un esclavo vivo, para ser un muerto libre

Como ya estaba muerto sin mi teléfono, quedé deambulando con mi nueva entidad de ánima, llegué a otro trabajo que tenía cuando aún estaba presente, como lo era en el diario Ciudad Valencia, pasé por la puerta, nadie lo notó, no me extrañó, entré a la oficina de la que era mi jefa… Y para mi sorpresa, ¡me habló! Como si yo aún existiera, fue increíble…

Mi jefa era una médium, una espiritista, o ¿estaba tan ocupada que trascendió las dimensiones que van de la vida a la muerte y no notó que hablaba con un difunto?… Intenté explicarle sobre mi deceso y mi inexistencia, pero parecía no prestarme mucha atención.

 

Sin mi teléfono

Me dijo que yo podía seguir trabajando así muerto como estaba, que aquí en el periódico todos los seres son bienvenidos y bla blá bla…

¡Sorprendente! En este lugar extremadamente incluyente puedo trabajar y me jefa trabaja con lo muertos.

 

La muerte de mi teléfono causó mi muerte

Lo que aún no explico, es que mi muerte fue causada porque mi portal mágico se averió, el mismo ojo ínter dimensional que permitía que yo habitara la virtualidad del nuevo mundo.

Ese dispositivo sobre-humano que me daba la oportunidad de colocar fotos en el espacio, donde expresaba el estado de ánimo del momento, donde también expresaba lo que me gustaba y disgustaba de otros seres virtuales.

 

Sin mi teléfono

No hacían falta los gestos, con un emoticón tenía.

Mucho menos el sexo físico, todo lo hacía a través de este aparato futurista celestial que me permitía además vender y comprar desde un perro caliente a una lupa especial hecha en Taiwán.

Con él le escribía a Jennifer López o felicitaba a Nacho por su nuevo tema.

A través de este bendito objeto extraterrestre aprendía lo que yo quisiera, si no era por la universidad, lo aprendía por pura curiosidad.

Jugaba, veía películas, series, vídeos, noticias ciertas y falsas, eso no importaba.

 

No hacía falta comer, eso era lo de menos, mi vida virtual no me exigía comer ni beber, también viajé por todo el mundo con mi personificación avanzada…

Todo eso lo viví, o mejor dicho, con todo eso viví… o mejor aún… Viví.

Existí, hasta que este objeto maravilloso de la creación, este aparato omnipresente y omnisciente, esta piedra sagrada, extraída de los pueblos de África, donde se sacrificó a tantos seres humanos…

Sin mi teléfono estoy muerto, así que estuve presente, hasta que esta obra maestra de la humanidad, este medidor de éxito, este representante de la superación en nuestra materialista sociedad, esta tarjeta de aceptación renovable cada tres meses…

Viví, hasta que esta esclavitud disfrazada de mejor vida, esta “necesidad” políticamente diseñada por el sistema, hasta que este oxígeno luminoso audible llamado móvil o celular… se quemó.

 

Mi celular se quemó y yo me quemé con él…

Se calcinó y me calciné con él, su vida se llevó a la mía, incinerada y dispersa como ceniza virtual.

Así dejé de existir, con la exclusiva e irrenunciable esperanza de resucitar cuando lo que queda de mí, compre otro sagrado crucifijo tecnológico que me permita retornar a la “vida”…

 

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 ¿Y ahora, que haré sin mi teléfono?

Mientras tanto, seguiré viendo a las personas a los ojos, escuchándolos, dando palmadas en la espalda.

Besando a la mujer que amo, besándola como en los tiempos de antes, es decir labio con labio.

Bañándome en algún frío río.

tostando mi piel en alguna playa.

Riendo al unísono en un autobús como si el chiste de uno fuera el chiste de todos.

Sentándome debajo de algún árbol escuchando a los grillos, sintiendo la brisa enfriando mis mejillas, respirando silencio.

 

Sin mi teléfono

 

Sin mi teléfono estoy muerto, por eso ya no espero wasaps o la tendencia en el Instagram.

Ahora únicamente espero la llegada de las guacharacas que vuelan sobre mí justo a las 5 de la tarde.

Eso sí, muerto, muerto en este mundo virtual, en esta tierra de invisibles y olvidados por San Nokia, Nuestra señora de Samsung o Don Huawei de los santos…

Puede que termine siendo un muerto andante y decida no volver a la vida… Lo estoy pensando…

 

José David Monsalve /Ciudad VLC

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