El cuatro de mayo de 1918, el cielo se ensañaba con truenos, ventarrones y ríos crecidos. Así vino al mundo “la niña del tiempo”, entre cañaverales de azúcar en la ciudad de las siete colinas, Valera, nació Ana Enriqueta Terán. La familia tenía vocación humanista.

Su infancia estuvo marcada por la influencia de su madre: ‘‘Verla a sus ojos, su reciedumbre, era descubrir la casa entera, su fortaleza (…). En mi casa, de sus labios, aprendí a disfrutar del Siglo de Oro”.

Desde muy pequeña tuvo inclinación hacia la literatura: lectora voraz y escritora de versos que dejaba plasmados en sus cuadernos. Andrés Eloy Blanco, el poeta del pueblo, estando en el exilio recibió una caja de galletas llena de hojas. Al leerlas se quedó tan impresionado que le dijo a la madre de la niña: “Comadre, tenemos una poeta, aquí tenemos una poeta”.

Su poesía tiene dos vertientes, el soneto y el verso libre. Ejercitó con maestría la forma clásica del soneto como la manera de rendir homenaje a los poetas que leía desde niña: “El verso libre me solicita y voy a él con respeto y autenticidad. Sin embargo, no abandono las formas clásicas; no las abandonaré nunca”.

 

Hoy a 102 años de su nacimiento honramos a la poetisa que cuenta hasta cien, con estos versos de su autoría.


De Presencia terrena (1949)

Infancia

Apenas rosa, apenas tallo leve
de buen vivir, apenas mariposa
por la corriente del samán umbrosa
o por la rosa de tranquila nieve.

Jazmín en la cintura por lo breve
y en los ojos comarca silenciosa
y derramado cuervo en la espaciosa
cabellera que el hálito conmueve.

Luminosa presencia sustituida
por desatados ámbitos vitales,
ausente al verde oscuro sometida,

el frágil pecho de incipiente nieve,
el pie con su pequeña flor lejana
y la sonrisa por el aire leve.


De bosque a Bosque (1970)

Soneto del deseo más alto

Necesito un anillo delirante
para la oculta sombra de mi mano,
un archivo de mar para el verano
y documentos de agua suplicante.

Para mi mano un riguroso guante
de piel de tiempo y pensamiento vano
y la mesa de juego donde gano
contra la muerte mi color menguante.

Una sortija de algas con países
y lenguas diferentes, con nocturnos
bisontes y cuadernos vegetales;

para mi mano los rebaños grises,
las edades de tactos taciturnos
y el pulso de los secos minerales.

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Libro de los oficios (1975)

Piedra de habla

La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla.
Se comporta como a través de otras edades de otros litigios.
Ausculta el día y sólo descubre la noche en el plumaje del otoño.
Irrumpe en la sala de las congregaciones vestida del más simple acto.

Se arrodilla con sus riquezas en la madriguera de la iguana…

Una vez todo listo regresa al lugar de origen. Lugar de improperios.
Se niegan sus aves sagradas, su cueva con poca luz, modo y rareza.
Cobardía y extraño arrojo frente a la edad y sus puntos de oro macizo.
La poetisa responde de cada fuego, de toda quimera, entrecejo, altura
que se repite en igual tristeza, en igual forcejeo por más sombra
por una poquita de más dulzura para el envejecido rango.

La poetisa ofrece sus águilas. Resplandece en sus aves de nube profunda.
Se hace dueña de las estaciones, las cuatro perras del buen y mal tiempo.
Se hace dueña de rocallas y peladeros escogidos con toda intención.
Clava una guacamaya donde ha de arrodillarse.
La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla.

 

La poetisa cuenta hasta cien y se retira

La poetisa recoge hierba de entretiempo,
pan viejo, ceniza especial de cuchillo;
hierbas para el suceso y las iniciaciones.
Le gusta acaso la herencia que asumen los fuertes,
el grupo estudioso, libre de mano y cerrado de corazón.
Quién, él o ella, juramentados, destinados al futuro.
Hijos de perra clamando tan dulcemente por el verbo,
implorando cómo llegar a la santa a su lenguaje de neblina.
Anoche hubo piedras en la espalda de una nación,
carbón mucho frotado en mejillas de aldea lejana.
Pero después dieron las gracias, juntaron, desmintieron,
retiraron junio y julio para el hambre. Que hubiese hambre.
La niña buena cuenta hasta cien y se retira.
La niña mala cuenta hasta cien y se retira.
La poetisa cuenta hasta cien y se retira.

Ana Enriqueta Terán


 

 

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CIUDAD VLC/ EL PERRO Y LA RANA/BIBLIOTECA AYACUCHO

 

 

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