BIOGRAFÍAS PORTÁTILES [13]: BRAULIO SALAZAR

Braulio Salazar, cronista visual de Valencia, la de Venezuela

Biografías Portátiles [13]: Braulio Salazar es la décimo tercera entrega de la serie referida a esta gran figura de la pintura de Valencia, Venezuela. JCDN. 

Braulio Salazar (Valencia, 23 de diciembre de 1917 – 26 de diciembre de 2008), en eso coincidimos con Juan Calzadilla, es aún el cronista visual de Valencia por méritos propios e indiscutibles. Curiosamente, Don Braulio fue un artista autodidacta que estableció escuela desde su ciudad natal [nació específica, causal y mágicamente en la calle del Sol, hoy denominada Páez]. Asimismo, esta pulsión estética personal, no exenta de la consideración atenta de diversas tendencias artísticas de los siglos XIX y XX [realismo, romanticismo, muralismo mexicano o cubismo], le dotó de una independencia personal anclada en un eclecticismo muy particular, hasta al punto de revestirlo de un aura de rara avis en el arte venezolano contemporáneo. Cosa no sólo verificable en su propia obra, sino en el trabajo de críticos como Juan Calzadilla, Gastón Diehl, Eugenio Montejo, Pedro Francisco Lizardo y recientemente José Pulido.

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LEE EL TEXTO DE JOSÉ PULIDO EN EL CATÁLOGO»BRAULIO SALAZAR. POÉTICA Y COLOR»

Mural de la sede de la Cámara de Comercio de Valencia

Pese a la decadencia urbanística, socioeconómica, académica e incluso espiritual de la muy maltratada Valencia [enclave godo arrasado por la godarria], su mural de la Cámara de Comercio se mantiene en pie como patrimonio artístico y, paradójicamente, espejo en el que se ve el despropósito de un capitalismo voraz e indolente. ¿Acaso las chamiceras y las bañistas del río Cabriales por él recreadas, no son una contrapropuesta estética y ecológica al desmadre de esta ciudad bombardeada por politicastros, urbanistas tarifados, funcionarios venales y ciudadanos alienados? No creemos que la cotización de la obra pictórica de Braulio Salazar sea alcahueta con el proyecto fallido de la Valencia Industrial, no obstante su participación en las galas del cuatricentenario de la ciudad en 1955. Por el contrario, su pulsión vital fue hedonista e intensa como corresponde a referentes culturales como Gauguin, Picasso, El Bosco, El Decamerón de Boccaccio o los poetas goliardos. Canjear una caja de cervezas por un cuadro de Braulio no es una blasfemia, sino un exceso discursivo parricida.

El niño Braulio Salazar quien disfrutó lúdicamente el río Cabriales
Reflejos (1987) de Braulio Salazar: Una muestra del paisaje carabobeño

Pese a que no hay un claro vaso comunicante entre Braulio Salazar y Armando Reverón, nos llama la atención Juan Calzadilla en torno al hecho que ambos vivieron su infancia y pre-adolescencia a orillas del río Cabriales. El primero como lugareño afortunado y el segundo como exiliado y sufriente a posteriori.

El Macuto de Reverón

Sin embargo, los vincula la inquietud de fijar en cualquier soporte [lienzo, cartón, coleto, cerámica o cartón piedra] la escurridiza, inquieta y transparente luz del Trópico. Si Reverón llevó su indagatoria al extremo de anular el color a favor del blanco místico, Salazar trituró y esparció los corpúsculos de luz como si se tratase de una cortina de gasa vaporosa que abriga a melancólicas bañistas, campesinas y chamiceras. Ambos re-expresaron el mundo de la infancia con caracteres arcádicos y edénicos, por supuesto, cada quien apostando por la suya. En ambos casos, estamos ante la transfiguración pictórica ejemplar de la luz tropical.

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Uno de los sepultureros de Braulio Salazar

Por supuesto, no se puede obviar sus dotes de retratista que recrea la historia de la Gran Valencia. Lo figurativo, sin el imperativo objetivista y supra-documental, se decanta no sólo por lo afectivo y anecdótico sino también por lo simbólico: Tenemos, por ejemplo, los retratos del poeta Felipe Herrera Vial (1942) y el ensayista Enrique García Grooscors, imbricados en la poesía de la fotografía retocada [o, por qué no, intervenida]. Al igual que en la literatura, la propuesta plástica se regodea en un afán incansable y, si se quiere, nostálgico por la memoria en sus implicaciones individuales y sociales. Si no, comprobémoslo con los retratos significativos de su madre (1937) y su esposa, Rosita (1941), cargados de una atmósfera tierna y plácida. Figura y fondo se hermanan en la transparencia y la complejidad expresivas. Asimismo, el pueblo de a pie integra la recuperación de una memoria emotiva e histórica-social, desde los sombríos y enternecidos sepultureros (Enterrador, 1936), pasando por el Asilo de ancianas (1959) y la Figura en sepia (1953), hasta la Leñadora (1967).

Retrato de mi madre (1937) de Braulio Salazar
Autorretrato de Braulio Salazar 1967

En el género del autorretrato, Braulio Salazar se contempla a sí mismo en la indagación de su propio yo en diversos tiempos, para valerse de la imagen polifónica que tiene de sí y trazar al punto un ejercicio meta-estético. El de 1934, gouache sobre cartón, funde el pulso gestual con la poética expresionista que resaltan el colorido en blanco y sepia, como si se tratase de un daguerrotipo o un film mudo. El de 1949, gouache sobre papel referido a su estancia en París, se nos antoja una postal azul que convoca el maravillado asombro silencioso del que viaja y se recuesta del Sena, para reconciliarse de inmediato con el Cabriales a la altura del puente Morillo. En cambio, el de 1967, óleo sobre tela, nos habla de la madurez etaria y plástica del protagonista, conjugando serenidad y nostalgia rayanas en lo melancólico, siendo el ejercicio autobiográfico más luminoso y colorido que los de la víspera [el puente se tiende hacia hitos icónicos como Bañistas en el Cabriales (1969) y Figuras en el campo (1970)]. La pintura es un gran relato visual que emparenta al hacedor con su comunidad circundante, más allá de la propaganda ideológica y estética.

Detalle de Figura en sepia (1953) de Braulio Salazar

La propuesta docente de Braulio Salazar no se desprende de su universo plástico, pues está igualmente enclavada en el autodidactismo como compulsión interior y vivificante, el eclecticismo autenticado por una visión amplia e incluyente del devenir artístico de la humanidad, además de la libertad de creación que ha de asumir el alumno en un diálogo consigo mismo y su entorno. De la fundación en 1945 de la Escuela Libre de Pintura, la empresa desembocaría en la Escuela de Artes Plásticas “Arturo Michelena” tres años después, la cual dirigió hasta 1970. Por sus aulas pasaron alumnos notorios como Manuel Espinoza, Mauro Mejías, Elba Damast, Wladimir Zabaleta y Ramón Belisario [la personalidad estética de cada uno de ellos no los agrupó en un Club monotemático sino los integró en una Colmena salvaje, contingente y variopinta]. La Academia auténtica no desdice el emotivo brochazo gestualista ni la atenta consideración intelectual del hecho artístico.

Constructor de sueños (1956)

El accidentado devenir del Salón “Arturo Michelena”, desde 1943 hasta nuestros días, que comprendió tanto los puntos altos como los peripatéticos [la inundación que lesionó gravemente la colección en 1982 y el Salón excluyente del actual y desdichado exilio godo-ateneísta], ha acogido y antologado lo mejor de su obra plástica: Braulio Salazar obtuvo tres Premios Arturo Michelena [Manantial, 1948; Constructor de sueños, 1956 y Recogedoras de chamizas, 1963] y cuatro Premios Andrés Pérez Mujica [Sacadores de arena, 1943; Figura con Ixoras, 1950; En la ventana, 1955 y Cabriales con bañistas, 1959]. Por fortuna, estas siete piezas se conservan en la sede del Museo de Arte Valencia, adscrito a la Fundación de Museos Nacionales, ubicada en la Avenida Bolívar cruce con la calle Salom. Sugerimos, en homenaje al jubileo centenario del maestro Salazar, reabrir este Salón emblemático de la confrontación artística nacional en tal museo, su espacio inmanente en lo histórico y lo cultural. Les aseguramos que los espectadores locales y forasteros lo agradecerán, tal como aconteció en la muestra “120 obras antológicas de la colección Premios Salón Arturo Michelena”, llevada a cabo entre julio y octubre de 2012 en el MUVA. Fue una experiencia grata y sobrenatural el diálogo inter-generacional entre los Braulio Salazar, Pedro León Castro, César Rengifo, Eugene Biel, Margot Römer, Luisa Palacios, Régulo Pérez, Leonardo Salazar, Blanca Haddad, Alexis Mujica y Adonay Duque, entre muchos otros.

¿No merece Don Braulio celebrar sus 100 años con una exposición retrospectiva de su obra en Valencia de San Simeón el estilita, tal como ocurrió en el Palacio de las Industrias de Caracas (1975), aquí en la Galería Universitaria que lleva su nombre (1982), y en la Galería de Arte Nacional (1985)? Sería un magnífico catalizador o, mejor aún, el obús que haría estallar en pedazos el vil despropósito de los poderes fácticos que ha sometido a la ciudadanía bajo el imperio de la abulia y la indolencia.

José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

 

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