CLÁSICOS VENEZOLANOS (21): TERESA DE LA PARRA

Clásicos Venezolanos (21): Teresa de la Parra se refiere a su novela “Las memorias de Mamá Blanca”, publicada en el año de 1929. JCDN.

Una de las ediciones de Monte Ávila Editores

Este año de 2019 se cumplen noventa años de la publicación de la novela “Las Memorias de Mamá Blanca” (1929) de Teresa de la Parra. Hemos disfrutado de esta preciosa pieza narrativa dos veces, corroborando con la relectura su riqueza narrativa enternecedora. En 2016, Monte Ávila Editores Latinoamericana la reeditó por décimo segunda vez en su Colección El Dorado, añadiendo un estupendo prólogo del poeta, investigador y ensayista Douglas Bohórquez.

Bohórquez destaca su indiscutible modernidad a raíz del tratamiento fresco de la oralidad rural, sin excesos ni impostaciones localistas. El campesinado y las niñas protagonistas, que integran esta novela coral, configuran un concierto polifónico solidario, amoroso y ejemplar. El discurso narrativo supone un ejercicio de la Memoria para reconstruir una Arcadia rural e infantil desprovista de un criollismo confortable.

Además de la recuperación del mundo de la infancia y pre-adolescencia, la propuesta novelística implica la nostalgia ideológica y estética de la Colonia como Paraíso perdido, de la cual diferirán más tarde los ensayos Esta tierra de gracia de Isaac Pardo y Los amos del Valle de Francisco Herrera Luque, los cuales desmenuzan el espíritu godo, clasista y violento de tal ensoñación historicista.

LEE LAS MEMORIAS DE MAMÁ BLANCA DE TERESA DE LA PARRA https://www.guao.org/sites/default/files/biblioteca/Memorias%20de%20Mam%C3%A1%20Blanca.pdf

Sin embargo, la mujer cobra pleno protagonismo por vía del Matriarcado gentil, hacendoso y fabulador de su protagonista y voz narrativa, la entrañable Mamá Blanca. Ella, sin pretensiones egocentristas, le cede a una joven no sólo el texto autobiográfico y confesional, sino su participación como coautora en el rol de presentadora y comentarista.

Nos topamos con una oposición suave y aterciopelada al Discurso del Poder patriarcal. ¿Acaso la oralidad no refleja las relaciones familiares de poder, así se revista de atenuantes discursivos?

Incluso, la heredera de las memorias destaca la Teología de la dulzura vivaz encarnada en Mamá Blanca: “Llena de fe cristiana, trataba a Dios con una familiaridad digna de aquellos artífices de los primeros siglos de la Iglesia (…) Pero el Dios de Mamá Blanca no se indignaba nunca ni era capaz del menor acto de violencia”. Tan sólo Él se despistaba ante el desmadre del mundo en su Cielo de algodón de azúcar, muy propio del imaginario de las abuelas querendonas y no de las amargadas beatas.

Otra de Monte Ávila

En resumidas cuentas, esta doble perspectiva narrativa dicta desde la adultez enseñoreada por la memoria, una novela de iniciación clásica y venezolana aliñada con la más simpática de las complicidades femeninas, para la mayor gloria de Dios y el escozor envidioso de curas fanáticos, sumisos al patrón de turno y destemplados.

El Ars narrativa implícita de estas memorias va a la par de un autorretrato impresionista, reminiscente y optimista. La poética clara del decir desmonta todo artificio literario: Suponiéndose escritora famosa, nos sugiere Mamá Blanca que “antes de comenzar un diálogo cualquiera tendería siempre un pentagrama sobre mi página”. Esto es la oralidad más auténtica, espontánea y musical que pueda paladear el lector atento y juguetón.

La Hacienda Piedra Azul, si bien no es el latifundio sombrío y fantasmal de Pedro Páramo, no en balde su condición de enclave paradisíaco, esboza a su manera el propio Estado Mayor o el sedoso sistema de castas que la envuelve: El padre, dios tutelar y de cabalgadura “con polainas, espuelas, barba castaña y sombrero alón de jipijapa”; la madre y su sensibilidad poética; Evelyn, el cariño afroamericano desparramado en regañona disciplina con otras cuidadoras; o Candelaria, la reina de la gastronomía mestiza.

Una edición del libro prologada por Laura Antillano

Las seis niñas ameritaban de Amor y Control, dado el tenor picante de sus travesuras. En la voz de Blanca Nieves, parodian el Génesis bíblico como construcción y desmontaje de su propio mundo: “El pobre Papá, sin merecerlo ni sospecharlo, asumía a nuestros ojos el papel ingratísimo de Dios. Nunca nos reprendía; sin embargo, por instinto religioso, rendíamos a su autoridad suprema el tributo de un terror misterioso impregnado de misticismo”.

Más adelante, se parodia con sabrosura el Romanticismo como homenaje a la Madre: “Mamá era, pues, una romántica sin cobardía y sin saberlo”. Pese a sus lecturas de los románticos europeos, la matriarca fue más bien digna de imitación por parte de figuras como Víctor Hugo, Beethoven o las hermanas Brönte. Claro, ello en la óptica de la niña Blanca Nieves que permanece y se perpetúa en la abuela Mamá Blanca.

La camaradería femenina que oscila entre la oralidad y el buen decir literario, nos conduce a una novelística para usos amorosos y afectivos urgentes. La ficción de reciclaje, más que desmontaje e impostura literaria, incita a un diálogo perpetuo dentro y fuera de la trama que involucra a todas estas maravillosas mujeres de papel y a los lectores por venir.

Tersa de la Parra, una autora clásica

Los personajes masculinos no desentonan con este universo femenil, más bien lo complementan. Una cosa es la exclusión o castración extremistas del macho, y otra el llamado prístino, igualitario y cariñoso al acto sublime de la complementación de géneros. Tenemos al tragicómico primo Juancho y sus críticas lúdicas al Poder; la oralidad campechana y octosílaba de Vicente Cochocho (reivindicada por el elogio que Pardo tributaría más tarde a Juan de Castellanos) que mixtura devoción al paisaje y rebeldía política activa; o el coplero Daniel que amansa con su canto el bestiario campestre y el oído puro de las niñas.

¿Qué decir, por ejemplo, de la descripción lírica del trapiche en el tobogán de la delicia? ¿O la epifanía del corazón que recrea y rescata el corralón en la memoria? Los dolores y las peripecias del éxodo campesino, experimentadas por las niñas, recrudecen la desadaptación primeriza respecto a una inhóspita Caracas romántica y gomera de los techos rojos. Arde en la mirada y la piel el desmontaje feudal materializado en la Hacienda Piedra Azul.

Nos queda el placer de la visita y revisita a esta enternecida novela de Teresa de la Parra, eso sí, más allá de la inutilidad de las plantillas ideológicas y estéticas que entenebrecen la mirada para negar el acceso al goce artístico.

LEE NUESTRA ENTREGA SOBRE POCATERRA SEGÚN YUSTI

http://ciudadvalencia.com.ve/pre-filven-2-pocaterra-segun-yusti/

José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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