CLÁSICOS VENEZOLANOS (5 A): RÓMULO GALLEGOS

El insigne novelista Don Rómulo Gallegos

Clásicos Venezolanos (5 A): Rómulo Gallegos se refiere en tres partes a sus novelas “Cantaclaro” (5 A), “Doña Bárbara” (5 B) y “El Forastero” (5 C). JCDN.

Rómulo Ángel del Monte Carmelo Gallegos Freire (Caracas, 2 de agosto de 1884 – 5 de abril de 1969) es una referencia clásica de la narrativa venezolana y del continente. Muy a pesar de la abundante bibliografía indirecta dedicada a su obra, el polígrafo y paisano Orlando Araujo aduce que la crítica aún padece dos posiciones extremistas: “el de la escolaridad apologética y el del rechazo carcomido de heredadas envidias”. Por lo tanto, es menester una reconsideración más auténtica desde la academia y la calle. En este caso, desarrollaremos una breve glosa de las novelas “Cantaclaro” (1934), “Doña Bárbara” (1929) y “El Forastero” (1942).

Una edición de Cantaclaro de gran tiraje en Venezuela

“Cantaclaro”, posterior a “Doña Bárbara”, es al igual que “Florentino y el Diablo” (1940, 1958) del poeta Alberto Arvelo Torrealba, un texto épico venezolano por excelencia revestido de la mitología llanera. La novela de Gallegos y el Poema de Arvelo Torrealba, si bien compuestos al mismo tiempo, abordan la leyenda del coplero errante Florentino como realización del habla venezolana. Ambas versiones, no en balde sus diferencias en la escritura y el enfoque, son sin duda dos textos fundacionales de la literatura en Venezuela.

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Una de las virtudes de “Cantaclaro” es no sólo el cuidadoso trabajo del maestro Gallegos con las fuentes en las que abreva la escritura, sino la oralidad campesina integrada al discurso novelístico realista, no obstante sus filiaciones con el Positivismo, desde el punto de vista filosófico, y el Reformismo democrático burgués en lo ideológico. Ello demarca una nueva propuesta narrativa realista que acaba con el criollismo de tinte romántico.

Portada de una edición de la novela por Monte Ávila Editores

Más allá de sus falencias en cuanto a la construcción de la trama y los personajes, esta novela telúrica aborda con originalidad un Ars Poética popular que se materializa en las coplas de su protagonista, el aventurero Florentino Coronado, manifestación oral que se interna en el Mito llanura adentro. Además del egotismo picaresco del cantautor, tenemos la conciliación de la empresa nómada con la interiorización del deslumbrante, inmenso y salvaje paisaje del Llano por vía del verso breve y octosílabo. El Catire Quitapesares se forja en el Canto poético transfigurado en un “hato de la conversadera” o, mejor aún, una hacienda del habla.

El contrapunteo se da en dos instancias: la directa por medio de la copla llanera (por ejemplo, el habido entre Florentino y El Guariqueño), y la indirecta de tenor existencial e ideológico (son harto destacables los diálogos que sostiene nuestro protagonista con su hermano José Luis, el positivista, o el Doctor Juan Crisóstomo Payara. Incluso los monólogos del coplero errante consigo mismo mientras cabalga en pos de su accidentado destino, poseen un halo de confrontación e indagación psicológica.

Contraportada de la misma edición de Monte Ávila Editores

El contrapunteo entre el Bien y el Mal resulta ser interior y exteriorista, cónsono con los desplazamientos climáticos que embargan al paisaje y sus habitantes. Hay una tensión entre el fauvismo lírico y el naturalismo realista a lo largo del corpus novelístico. Las palabras van penando como las ánimas o jugando como los duendes, para luego documentar la realidad histórica y social de la tenencia de la tierra (el régimen latifundista y sus caciques), el caudillismo que trajo consigo la Guerra Federal y el monstruo Juan Vicente Gómez que se esconde detrás del Coronel Buitrago y el funcionarismo indolente y felón. Todo ello en la mixtura racial y cultural afectada por lo políticamente correcto. Como lo dice Orlando Araujo, véase su ensayo “Lengua y creación en la obra de Rómulo Gallegos” (1955), Don Rómulo era un hombre de una sola línea en lo ético-ideológico, pero de una diversidad estilística y polifónica a tener en cuenta.

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La copla errante de Florentino Coronado se desparrama por el llano toda locuacidad y relativo cinismo. Si bien este pícaro héroe fue tocado por el misterioso Doctor Payara y su “hija” Rosángela (estableciéndose un triángulo amoroso al que luego se incorporaría su propio hermano José Luis en otro enredo idílico subsecuente), al punto de renunciar a su condición nómada, hembrera y festiva; el poeta popular regresa a su esencia aventurera cuando se solidariza con la tragedia de Juan el Veguero, víctima y victimario del orden latifundista, y desaparece en el paisaje feraz bajo las banderas de la rebeldía política y lírica. Pese al titubeo sedentario de sentar cabeza con Rosángela, la familia y el hato “El Aposento”, el Catire Quitapesares retoma su humanidad dicharachera, alzada y mítica, patrimonio de la venezolanidad llanera.

¿Qué podemos decir de personajes sólidos, conmovedores y entrañables como el Doctor Payara, Juan el Veguero, Doña Nico, Rosángela, el caraqueño Martín Salcedo, el profeta o Juan Parao (éste recibió también la atenta escritura poética del poeta Arvelo Torrealba)?

La severidad compulsiva de Juan Crisóstomo Payara en lo político, lo existencial y lo ético lo tortura indeciblemente: Ni las revoluciones, ni la venganza restablecedora de la justicia, ni las cabalgatas nocturnas que lo reducen a la calidad mitológica de espanto llanero, pueden calmarle su Infierno interior. Sólo se apacigua en apariencia su ardor erótico y atribulado, el facilitar que Rosángela se vaya con Florentino a “El Aposento”.

Juan el Veguero encarna dentro del imaginario positivista del novelista, tanto la opresión como el extremismo político que colinda con el resentimiento y la venganza. Doña Nico pareciera ser una derivación más liviana de Doña Bárbara, esto es el imperio del Matriarcado rígido y querendón en el que se solaza el entorno humano del hato. En cambio, Martín Salcedo, el caraqueño, nos sugiere las contradicciones éticas, estéticas e ideológicas de un Gallegos más joven e impetuoso. El profeta, no en balde su calidad de boceto o personaje anónimo no consolidado, es recreado como un fuego fatuo que nos retrotrae a la cuadrilla infernal que acompañó a Zamora, o una reminiscencia de Antonio Conselheiro recreado por Da Cunha en “Los Sertones”.

Afiche de la película de Michael New que versiona tanto a la novela «Cantaclaro» de Gallegos como al poema homónimo de Arvelo Torrealba

La concepción del paisaje abandona el exotismo para apostar por lo poético y lo sociológico: Se nos muestra de guisa dinámica, multifacética y problemática. En el caso de Florentino o Cantaclaro, se sublima en una poética del Decir transparente e inmediato; mientras que para Rosángela opera como locación y personaje virtual que la sume en el terror y el desconcierto. Para el Coronel Buitrago, la paisajística es el mero telón de fondo de sus villanías, mientras que Juan el Veguero realiza su venganza sangrienta y autodestrucción a la vera de su endurecido y salvaje colorido.

Cerrando, por ahora, esta glosa, “Cantaclaro” nos espera en la posibilidad afirmativa de una nueva lectura más renovada y desprejuiciada: Nos referimos a un Gallegos por partida doble, la del moralista cauto en lo ideológico y lo erótico, amén de la admirable y tenaz trascendencia de su ambicioso y venezolanista proyecto narrativo.

VE LA VERSIÓN FÍLMICA DE «CANTACLARO» (FLORENTINO Y EL DIABLO) DE MICHAEL NEW

José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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