Donald Trump, buscando votos de venezolanos y cubanos en Miami, ha admitido que Juan Guaidó (quien, según él, es un presidente elegido) ha perdido parte de su poder. Tardó en darse cuenta porque es algo que comenzó a notarse desde el 23 de febrero de 2019. Pero, además, es un hecho que toda la coalición internacional que ha respaldado el derrocamiento de Nicolás Maduro mediante esta modalidad de “cambio de régimen” también está haciendo aguas. Empezando por el propio Trump.

Durante el año y medio que está por cumplirse desde que Guaidó se juramentó a sí mismo en una plaza de Caracas, el principal argumento del «gobierno paralelo» ha sido el apoyo internacional que este tendría, frente al aislamiento de Maduro.

Para sostener este argumento se ha recurrido a una doble valoración: la cantidad y la calidad de los países, gobiernos, organizaciones internacionales y líderes que respaldan el Proyecto Guaidó.

Pero, luego de este tiempo, no solo el diputado autoproclamado presidente está debilitado y maltrecho, sino también todo ese constructo mediático al que llaman «la comunidad internacional» que supuestamente lo avala.

 

Juan Guaidó paramilitares Los Rastrojos fotos

 

Veamos con detalle. Revisemos, en primer lugar, la cuestión meramente cuantitativa. En el trayecto de 18 meses ha quedado en evidencia que al «gobierno encargado» no lo respalda la mayoría de las naciones del planeta, salvo que uno tenga una visión tan atolondrada de la geografía universal como la de la señora que habló de «miles de países».

Aun en aritmética simple, los 60 países que, según sus propias cuentas, respaldan a Guaidó, son apenas un tercio del total de Estados soberanos del mundo. De tal manera que habría que preguntarse por qué «la comunidad internacional» es un tercio del mundo. ¿Qué es entonces el otro segmento, formado por dos tercios de los países?

 

Cuestión de «calidad»

Aquí viene la segunda valoración que suele oírse en predios opositores ilustrados. No se trata tanto de la cantidad, sino de una serie de factores que pueden agruparse en la palabra «calidad». Sigamos analizando, entonces.

Un primer factor tiene que ver con el rango de los países en la escena geopolítica global. Dicen los defensores del Proyecto Guaidó que tiene el visto bueno de los que realmente tienen peso específico, como Estados Unidos y los integrantes de la Unión Europea.

En los grandes medios de comunicación de esos mismos países y en sus subsidiarios latinoamericanos y venezolanos, enarbolan ese criterio como una prueba irrebatible de la clásica superioridad del norte del mundo, una mezcla de viejos supremacismos: monroismo, eurocentrismo, etnocentrismo blanco, colonialismo.

Pero ese punto del rango geoestratégico de los países luce bastante desfasado. Hubiese sido mucho más contundente en los años 90, recién desplomada la Unión Soviética. No en estos años de declive del imperio estadounidense y de enérgico surgimiento de China y Rusia como nuevas potencias. Y mucho menos en el año de la pandemia, que dejó a la Unión Europea desnuda en sus terribles falencias e iniquidades.

Pues bien, en el actual escenario geopolítico, frente a la alianza en contra de EEUU y la UE, el gobierno constitucional de Venezuela ha tenido el apoyo explícito y contundente de esas dos potencias que, según los vientos que soplan, ya dejaron atrás a la vieja Europa y van a emerger en el mundo pospandémico en pie de igualdad con EEUU.

La postura de China y Rusia ha significado humillantes derrotas para EEUU en el exclusivo Consejo de Seguridad de la ONU, el club de ganadores de la Segunda Guerra Mundial en el que entran algunos invitados circunstanciales. Washington hasta ha tenido que apelar al derecho a veto para evitar males mayores para su causa.

Entonces, si consideramos que en el planeta de 2020 hay tres superpotencias: EEUU (sus socios europeos son, cada vez más, un vagón de cola), Rusia y China, habría que concluir que el proceso bolivariano tiene el apoyo de dos de ellas. Nuevamente tenemos a «la comunidad internacional» dividida en dos tercios/un tercio. Pero, según los medios ya mencionados, el tercio vale más que los otros dos.

Otro enfoque de este asunto de la «calidad» se refiere al hecho de que EEUU ha conseguido que la mayoría de los países del vecindario latinoamericano se sumen a su reconocimiento como presidente de alguien que no fue votado para tal cargo. Pero ni siquiera en la arena hemisférica han podido consolidar realmente una mayoría en contra del gobierno de Maduro. La incapacidad de la Organización de Estados Americanos para fraguar un consenso, ha querido ser compensada por ese engendro llamado Grupo de Lima. Pero nunca ha calzado los puntos y (al igual que la UE), el Covid-19 ha puesto en evidencia que, en realidad, no son un mecanismo de integración de países hermanos, sino un artilugio al servicio del Departamento de Estado en contra de Venezuela.

La derrota de los gobiernos neoliberales en dos países de gran influencia regional, México y Argentina, ha puesto peor las cosas para los de Lima.

 

 

En el ámbito Nuestro Americano, el gobierno constitucional se ha movido con habilidad diplomática y con dignidad para contener la estrategia. La solidaridad demostrada por la Venezuela bolivariana en años recientes ha rendido frutos. Por supuesto, esto molesta mucho a los proimperialistas, quienes desprecian profundamente a las naciones pequeñas, a «los países recogelatas del Caribe», como dijo una vez un connotado dirigente de AD.

 

La ruina moral

Ya ha quedado claro que en términos cuantitativos, es completamente falso que el Proyecto Guaidó tenga apoyo internacional mayoritario. No lo tiene ni entre la totalidad de los países del mundo ni entre los de peso superpesado. Tampoco lo tiene en el coto continental. Pero hay una perspectiva más de la «calidad» de los respaldos que la tentativa de cambio de régimen ha tenido, y esta es la relativa a la situación que viven los países, los gobiernos y los líderes que han encabezado esta iniciativa.

Dejemos de último a los EEUU de Donald Trump, pues él es el dueño del tinglado. Volvamos sobre la UE, zarandeada por la pandemia, con varios de sus gobiernos muy aporreados, tomando medidas antipopulares en medio de la emergencia sanitaria, avergonzados por feos escándalos de corrupción y obligados a ir a la zaga del gamberro ocupante de la Casa Blanca.

En los últimos días, para complementar el desprestigio de los aliados de EEUU del otro lado del Atlántico, Reino Unido demostró una vez más su estirpe de piratas y saqueadores al robarse, en complicidad con el «gobierno encargado» 31 toneladas de oro que pertenece a Venezuela. Un botón de muestra de la «calidad» de los apoyos internacionales que tiene la oposición no democrática.

 

 

Lo que resulta obvio es que el apoyo internacional que mantiene Guaidó depende de los negocios que su condición de falso presidente le ha permitido hacer con los gobiernos que lo respaldan. Dando y dando.

 

No queda hueso sano

Si miramos hacia el vecindario, es notable la ruina de los gobiernos y líderes que han respaldado el plan de EEUU. Mauricio Macri fue derrotado; a Sebastián Piñera lo salvó la campana del coronavirus, porque a inicios de este año estaba prácticamente tumbado por las protestas populares; Lenín Moreno es simplemente indefendible; la derecha boliviana solo puede mantenerse en el poder por la vía de facto, la misma que utilizó para acceder a él; Bolsonaro es tan patético que se le considera una caricatura de Trump (saque usted la cuenta); y el subpresidente Duque está rodeado de escándalos por todos los flancos, en un país repleto de crímenes impunes. Como colofón de esta ristra de personajes patibularios, Luis Almagro, el secretario, ha batido todos los récords de obsecuencia ante los dictámenes imperiales, llevando a la prostituida OEA a su nivel más bajo, como ministerio se colonias de EEUU.

¿Y qué decir de Trump, el gran jefe de Guaidó? Pues, que anda «de los nervios»(como dicen los españoles) porque las encuestas indican que va a perder la reelección ante un oponente bastante mediocre como Joe Biden, lo cual es doblemente humillante. En lo que respecta a Venezuela, todas sus arrogantes y psicopáticas tentativas han fracasado a tal punto que en algunas de ellas ha tenido que hacerse el loco, papel que no le cuesta porque lo interpreta a diario.

Su acto de campaña en el reducto del falso exilio venezolano en Miami ha sido la mejor evidencia de la bancarrota ética y moral de esa «empresa» (término que le cuadra a la perfección) que ha sido el Proyecto Guaidó. Un candidato que está perdiendo por paliza ante un cachivache del Partido Demócrata confiesa que su pupilo en Venezuela “ha perdido poder y no tiene apoyo de la gente”. ¿Hace falta agregar algo?

 

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Clodovaldo Hernández/ Ciudad VLC

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