DOS POEMARIOS EXTREMOS DE LUIS E BELMONTE constituye una reseña crítica a dos de sus poemarios, si se quiere, extremos de un gran intervalo poético por completar. JCDN.

El poeta, psiquiatra y músico Luis Enrique Belmonte

De arrancada, he de confesar mi condición de lector cómplice y entusiasta de la poesía de Luis Enrique Belmonte (1971), al punto de apelar a uno que otro verso suyo para apuntalar mis propias líneas, por vía del epígrafe o como punto de apoyo argumental. No pretendemos, envueltos en las cálidas sábanas del eclecticismo, diseccionar su decir poético personal y categórico con un instrumental prestado o arrendado.

Afortunadamente, nos acompaña hoy una generación bien querida de voces jóvenes que reivindican la auténtica fe en la poesía venezolana: Ximena Benítez, Vielsi Arias, Luis Ernesto Gómez, Freddy Ñáñez, Francisco Ardiles y el mismísimo Belmonte, entre otros. No nos deshilacha el funcionarismo cultural miope y ágrafo, ni el despropósito politicastro de siempre. Pasemos a conversar sobre los extremos del intervalo poético, a la fecha, de este escritor y psiquiatra caraqueño.

Afiche promocional de un recital a dos voces con el poeta Belmonte

     Apuntes del extraviado (1994) es un libro inédito por obra y gracia de las peripecias típicas de la actividad editorial en Venezuela. Sin embargo, constituye un sólido punto de inicio en la estupenda obra poética de Belmonte. Los dieciséis textos en prosa poética poseen una peculiar virtud musical y lírica afín al fado.

Rememoramos uno de nuestros fados preferidos, Estranha Forma de Vida de Amália Rodrigues: “Coração independente, / Coração que não comando: / Vive perdido entre a gente, / Teimosamente sangrando, / Coração independente”. Esta referencia musical viene a cuento, pues toda aproximación poética y ontológica al Hombre está cargada de una gran tensión: el abismo doliente que hay entre el deseo desbocado y el opresor entorno histórico y social.

La reacción liberadora o desesperanzada implica la asunción de trochas múltiples: el compromiso revolucionario, la rebeldía de corte nihilista o el cuestionamiento duro y permanente a los discursos del Poder y sus realizaciones desencaminadas, entre otras vías alternativas. A tal respecto, no es un desatino revisar voces dispares y significativas como las de Roque Dalton, César Vallejo, Albert Camus, Ambrose Bierce, César Moro, Susan Sontag o Emil Cioran.

Los apuntes del extraviado apelan a una recreación cruda del universo contingente de adentro: Parten de los restos del naufragio para reconfigurar una visión punzante y controversial del entorno monolítico e inhóspito. La poesía funda su poderío, paradójicamente, en la precariedad de la palabra. Su epistemología blande la fragilidad y la intermitencia para derribar los sombríos muros del orden establecido.

Ello aliñado en el caldo de lentejas por el que vendemos diariamente la primogenitura: “La escritura se expande. Busca la libertad en la fusión. El mundo se nos hace lejano y transparente. / Otras voces, desvinculadas del tiempo, ordenan el desastre que los fragmentos de nuestros cuerpos han dejado en el espacio profanado, incontenible en su expansión”.

Daniel Molina, en el magnífico prólogo a Pasadizo. Poesía reunida 1994-2006, vincula la poesía de Belmonte con una hermenéutica de la materia que triza, descompone y pone de cabeza al mundo cotidiano –como dice el tango de Julio Sosa-. La prosa poética apunta al diálogo perturbador que se establece entre los sentidos, el raciocinio y la acuciante necesidad del Decir.

Por eso, Amália reconviene el vuelo libertario del corazón que apareja tragos dulces y amargos al punto: “Eu não te acompanho mais. / Pára, deixa de bater”. Sin embargo, la voz poética -por partida doble- nos declara la afortunada posesión de la saudade y los lamentos que trae consigo tan silente conflagración.

El ágape barroco –o por qué no, berraco- de esta deliciosa plaquette no descansa en una pirotecnia artificiosa del lenguaje poético, por el contrario, se desarrolla en la simplicidad esencial del Decir. La confusión ontológica se nos antoja el escanciar del vino de Porto o Madeira para saciar una sed compulsiva: “Hemos llegado. Sin equipaje, sin aliento, sin la sustancia inflamada del retorno, sin nosotros, sin nada. No hay vuelta atrás. Los trazos que abre la pluma no retroceden, tampoco avanzan: se cierran al ser trillados, se consumen en el andar del extraviado. / El extraviado siempre llega, aunque él no lo sepa”.

No se puede hablar de punto de partida ni de llegada en el oficio poético, mucho menos de un norte o un sur como compartimientos estancos de estilísticas y preceptivas que legitiman la esclavitud humana, asalariada o no. Belmonte y Mármol, poetas y tocayos, van en pos de Aquel otro… El dolor se transparenta entre  la oquedad mustia de la rutina y la lucidez divina y demoníaca de la locura que canta sin cortapisas.

Otro retrato de Belmonte, uno de nuestros poetas imprescindibles

     Compañero Paciente (2012), publicado por la editorial Lugar Común, es el volumen más reciente de Luis Enrique Belmonte que agrupa cinco subconjuntos poéticos a saber: “Antes que lleguen las lechuzas”, “Compañero Paciente”, “Congreso de Poetas”, “Limpiar los cristales” y los cuarenta aforismos de “Consejos para un perro callejero”.

Este simpático pentatlón en pos del Amor Lúdico que contraría lo agonístico-competitivo, templa y luego excita la embriaguez vital abrevando en la transparencia despojada de la Poesía del Decir. Asimismo nos ocurre con la obra poética y narrativa del Gallo Enrique Mujica o, valga la referencia cruzada, el Decir persistente, mestizo y diáfano de Luis Alberto Angulo.

El primer intervalo nos descubre la vocación montonera y revoltosa de Belmonte que sigue a Pancho Villa en un afectuoso homenaje: “Huir por la Sierra Madre, / emparamados, / silenciosos, / con el último adiós de los compadres / como tábanos pegados a la espalda”. Esta juguetona épica se deja llevar por los Corridos de la Revolución Mexicana, la violencia sublime en cámara lenta de “Los Gansos Salvajes” de Sam Peckinpah, las novelas de Bertrand Traven o, mejor aún, los cuentos en los que Borges se convierte en un gaucho blandiendo el cuchillo ante los lectores atemorizados.

 

VE ESTE VIDEO DE BELMONTE HABLANDO SOBRE EUGENIO MONTEJO

 

El segundo eslabón o peldaño eleva la imaginería poética notablemente, pues la sinestesia completa un canto abierto y cariñoso por los objetos que aprehende intensamente. El texto que le da el nombre al poemario, puede protagonizar una antología poética viva sobre la reclusión en prisiones, hospitales o manicomios (por supuesto, junto a textos de Pocaterra, Primo Levi, Celan, Pérez Só, Gottfried Benn y Tortolero).

Nos embarga todavía la musicalidad de la aliteración y el estribillo final que refiere a la saudade de una canción de cuna: “Que durmamos un poco / antes que venga el Camillero [arrastrando la camilla / que trastabilla]”. Los antidepresivos son las balas de boca que acabarán con la Legión bandolera de adentro, resonando en la mollera una música idiota y ecuménica, sea reggaetón o World Music: “Producen los antidepresivos / un estado alterado de la mente / que consiste en consumirse sin complicación / como un pote de arroz chino para llevar”.

Los poetas postizos, los goliardos trasnochados y los funcionarios papanatas se tuercen los tobillos en el tercer escalón, pues les pesa en los hombros las hilarantes memorias de el “Congreso de Poetas”: “Vuelvan a sus garabatos, colegas, / vuelvan a sus duelos imaginarios / y a sus cruzadas intercontinentales, / que ya se acabaron  los viáticos y serán cardiólogos / los que mañana ocupen nuestro lugar / en este hotel”.

El sarcasmo y la musicalidad popular se descuelgan así nomás para complacer a la ciudadanía cansada por los oprobios del día. Más que una cautivadora y sencilla plaquette, “Limpiar los cristales” nos persuade con sensibilidad e inteligencia a afinar la mirada caníbal que conduce a un auténtico modo de vida propio y poético: “Limpiar los cristales [con esparadrapo, sin contemplación] / hasta que relinchen y puedan volver a verse: / la sombra del bombardero, / la gota que se desliza, / la mano que afuera / te está saludando”.

Por último, cierra una Cuaresma inversa y festiva de cuarenta aforismos que dignifican a los perros vikingos que recorren nuestras ciudades y pueblos, así como también la anti-poesía de Juan Calzadilla y los lienzos de César Rengifo.

 

 

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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