A partir de la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil, el nuevo presidente antes de asumir el mandato constitucional mostraba su línea radical, militarista y autoritari.

 

Y al nada más asumir el cargo, se llevó al palacio de gobierno en Brasilia a un séquito de radicales ultraderechistas de diversas tendencias.

 

Entre estos «personajes» se cuentan a defensores de las armas, antifeministas, cristianos fundamentalistas y adeptos a las teorías conspirativas.

 

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En la toma de posesión, Bolsonaro juró que la bandera “solo será roja si es necesaria nuestra sangre para mantenerla verde y amarilla”, una frase incongruente si se toma en cuenta que Brasil jamás estuvo cerca de tener un gobierno comunista.

 

El séquito radical
La administración de Jair Bolsonaro está totalmente alineada con los intereses de EE.UU.

 

En este sentido, el dramático juramento de sangre solo funciona dentro de la estrategia bolsonarista, con un discurso radical e inflamado.

 

Discurso que le rindió frutos durante una campaña basada sobre todo en las redes sociales y que tuvo éxito también en la prensa tradicional y que aún mantiene.

 

Las frases efectistas, las acciones dramáticas y los tuits provocadores le sirvieron para llenar las páginas de periódicos con lo que Bolsonaro y su núcleo parecen querer demostrar: «que llegó la hora de los radicales».

 

Todo indica que el Presidente eligió a los miembros de su tren ministerial más para reflejar esa línea radical con la que llegó al gobierno, que por la experiencia de gestión que tuvieren.

 

El séquito radical, fundamentalista y conspiranoico de Bolsonaro

Un caso ejemplar es el de la ministra de Derechos Humanos, la pastora evangélica Damares Alves la cual hizo una promesa.

 

Y fue justo en el Día Internacional de la Mujer, cuando dijo de que el gobierno iba a “enseñarles a los niños a llevarles flores a las niñas” y “a abrirles las puertas”.

 

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La misma ministra ya había ganado titulares al decir que «los niños deben vestirse de azul, mientras que las niñas deben atenerse a la ropa de color rosa».

El séquito radical
Damares Alves, ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos de Brasil.

 

Damares, evangélica fervorosa, «dedicó parte de su vida a convertir indígenas al cristianismo».

Fe a la que se entregó después de que, a los 10 años de edad, en un momento de desesperación que la llevó a pensamientos suicidas, “encontró a Jesús en la copa de un árbol de guayaba», según su propio relato.

 

En el ministerio, Damares prometió revisar las indemnizaciones de las víctimas de la dictadura, evita defender los derechos LGBTI en público.

 

Y convirtió en una de sus prioridades la lucha por la aprobación del Estatuto del Nasciturus (estatuto del no nacido), un proyecto de ley que garantiza que el ser humano tiene derechos “desde la concepción”, idea que también llegó a defender esa misma idea en la ONU.

 

La contracara del proyecto es obvia: criminaliza toda posibilidad de aborto, incluidos los tres casos en que está permitido en Brasil (entre ellos, los casos de embarazo por violación).

 

La mujer que aborta podría recibir hasta tres años de cárcel; el médico, dos, y quien defienda esa práctica públicamente podría ser encarcelado hasta por un año.

 

Damares quiere cristianizar los derechos humanos. De sus ocho secretarios sólo dos no son evangélicos, y tres son pastores como ella.

 

Y también borrar del mapa algunos avances logrados en los últimos años en Brasil, verbigracia, el matrimonio igualitario, que el Poder Judicial permitió que se celebrara en notarías de todo el país, en un desafío al conservadurismo del congreso nacional.

 

En la educación se colocó a una pieza clave del radicalismo

Otro ministro que parece haberse ganado su cargo por sus posiciones radicales es el colombiano Ricardo Vélez Rodríguez.

 

Este ministro quien dirige la cartera de Educación en un país donde los alumnos presentan graves deficiencias en su desempeño escolar.

 

Según la clasificación PISA, de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, Brasil figura entre los diez peores países de setenta evaluados.

 

El séquito radical
Ricardo Vélez Rodríguez, ministro de Educación de Brasil.

 

Vélez fue postulado por un gurú de la ultraderecha brasileña, Olavo de Carvalho: un profesor radicado en Estados Unidos, donde ganó un séquito gracias a sus posturas y vídeos ultraderechistas.

 

Olavo es cercano a Jair Bolsonaro y estaba sentado al lado del presidente en la cena ofrecida en su honor este lunes en la Casa Blanca.

 

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El nuevo ministro cree que la educación brasileña está corrompida por “un adoctrinamiento de índole científica y enquistado en la ideología marxista” .

 

“Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”

 

A la vez que menciona “invenciones nocivas en materia pedagógica como la educación de género” con el objetivo de “desmontar” valores como la familia, la religión y el patriotismo. Esas son sus propias palabras.

 

Hasta mediados de febrero, Vélez había pasado casi desapercibido en los noticieros. Su debut en las portadas se produjo cuando, en un acto inédito en la historia de Brasil.

 

El ministro envió por correo electrónico a los directores de miles de escuelas, privadas y públicas, una carta en la que pedía que todos los alumnos hicieran fila ante la bandera cantando el himno nacional.

 

Y después debía ser leída una carta del ministro que terminaba con el lema de la campaña bolsonarista: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”. Además, pidió que los directores grabaran la escena y enviaran los archivos por correo electrónico al ministerio.

 

La insólita solicitud del nuevo ministro demostró su desconocimiento de los alcances de su cargo y de la ley, y dejó ver la vena autoritaria de la nueva administración.

 

Primero, porque resultó evidente que Vélez no sabía que no tenía autoridad para exigir una cosa así a escuelas privadas y públicas (que en Brasil pueden ser de responsabilidad federal, estatal o municipal).

 

Segundo, porque es ilegal filmar niños sin autorización de los padres. Y la constitución garantiza que la intimidad, la vida privada, el honor y la imagen de las personas son inviolables. Al día siguiente, tuvo que dar marcha atrás.

 

De acuerdo con las últimas noticias, es probable que Vélez sea destituido en breve, pero no por sus propios errores, sino por tomar distancia de Olavo de Carvalho.

 

Su decisión de despedir a algunos funcionarios propuestos por el gurú de la ultraderecha brasileña parecen haberlo dejado en la cuerda floja en medio de disputas internas.

 

La Amazonía no escapa de las políticas bolsonaristas

Se podría creer que Brasil, el país con el bosque más grande del mundo, puso en las manos más técnicas el Ministerio de Medioambiente.

 

Pero contrario a esto, se dejó en manos de Ricardo de Aquino Salles, el cual forma parte de una corriente derechista que sostiene que las organizaciones ambientales solo quieren preservar la Amazonía para impedir la producción nacional.

 

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En sus palabras, detrás del conservacionismo está la “larga mano” de intereses internacionales que se convierten en “barreras comerciales disfrazadas”.

El séquito radical
Ricardo de Aquino Salles, Ministro de Medio Ambiente de Brasil.

 

Después del peor desastre ambiental de la historia de Brasil sucedido recientemente en Brumadinho, Minas Gerais, donde el deslave de una represa de la minera Vale causó la muerte de trescientas personas.

 

Salles defendió a los pequeños emprendimientos y dijo que «no necesitan pasar por el proceso de licenciamiento ambiental»; en estos casos, dijo, bastaría una “autodeclaración”.

 

Salles saltó a la fama al crear una página de ultraderecha en Facebook y fue catapultado a la política por el exgobernador de São Paulo, quien lo nombró para la secretaría de Medioambiente.

 

También se hizo célebre por adulterar mapas ambientales de la zona del río Tietê, pues redujo áreas de conservación para permitir que se practique la minería.

 

La presión ejercida sobre los funcionarios del gobierno llevó el caso hasta los tribunales y Salles fue condenado por improbidad administrativa en primera instancia.

 

Por eso no puede postularse a ningún cargo durante tres años. Pero no lo necesita ya que es ministro de Medioambiente.

 

La cancillería quedó alineada con Estados Unidos

Sin duda, el más radical de los ministros es el actual canciller Ernesto Araújo, el hombre que recibió el legado de continuar con la postura profesional de la diplomacia brasileña.

 

El canciller, cuya neutralidad le hizo ganar a Brasil, desde 1955, el privilegio de ser casi siempre el primer país en intervenir en cada apertura anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York.

El séquito radical
Ernesto Araújo, ministro de Relaciones Exteriores de Brasil Credit.

 

Araújo empujó a Brasil hacia una alineación radical con Estados Unidos, que supera incluso la que tuvo el país durante la última dictadura (1964 a 1985), que fue apoyada y financiada por los estadounidenses.

 

En este sentido, el ministro de Relaciones Exteriores resumió así en su blog su visión sobre la política internacional: “Quiero ayudar a Brasil y al mundo a liberarse de la ideología globalista».

 

«Globalismo es la globalización económica que pasó a ser piloteada por el marxismo cultural. Esencialmente es un sistema antihumano y anticristiano”.

 

El actual canciller brasileño niega la existencia del cambio climático y ataca lo que define como el “climatismo”: una “ideología” cuyo objetivo sería impedir que los países tengan sus propias políticas y extinguir las libertades individuales.

 

“El climatismo es básicamente una táctica globalista de infundir el miedo para obtener más poder”.

 

En su blog, creado meses antes de las elecciones, Araújo también atacó frontalmente las legislaciones y organismos internacionales, muchos de los cuales fueron construidos con el apoyo de la diplomacia brasileña.

 

Afirmando que las convenciones internacionales generan una política exterior en la que no hay amor a la patria, sino solo un apego al orden internacional basado en reglas.

 

“La izquierda globalista quiere una banda de naciones apáticas y domesticadas y, dentro de cada nación, una multitud que repite mecánicamente la jerga de los derechos y de la justicia».

 

«Para formar así un mundo donde ni las personas ni los pueblos son capaces de pensar o actuar por cuenta propia”, escribió. “El remedio es volver a querer grandeza”.

 

El radicalismo del ministro ocasionó una serie de enfrentamientos durante la más reciente crisis en la frontera con Venezuela, cuando Brasil se entrometió en la tentativa de Estados Unidos de introducir ayuda humanitaria a través de la frontera.

 

El ministro había reconocido casi con la misma velocidad que Donald Trump la legitimidad del autodeclarado presidente Juan Guaidó, líder de la oposición en Venezuela.

 

Una decisión tomada con una rapidez que contrasta con la tradición moderada y pragmática de la diplomacia brasileña.

 

Ministro de exteriores no escucha ni a sus propios militares

Antes, incluso, firmó un documento en el que rompía relaciones con los militares venezolanos.

 

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A pesar de que los generales brasileños intentaron explicarle que justamente la conexión con los militares venezolanos proveía al país de informaciones confiables y extremadamente valiosas para mantener bajo control la situación fronteriza.

 

Se estima que más de 50 mil venezolanos se afincaron en Brasil para escapar de la crisis y el hambre.

 

Con un gobierno que tiene a ocho generales entre los veintidós ministros, y con más de cuarenta y cinco militares repartidos en veintiuna áreas, incluidas Petrobras y la Caixa Econômica Federal, esos enfrentamientos dentro del gobierno son muy significativos.

 

La vociferación del canciller en relación con Venezuela obligaron al vicepresidente, el general Hamilton Mourão, a repetir varias veces que Brasil no se involucraría en una acción armada contra el país vecino.

 

Desde entonces, se repite la misma situación: mientras Bolsonaro y sus ministros juegan a radicalismos poco prácticos, los militares se posicionan cada vez más como las voces moderadas del gobierno.

Ciudad VLC/Tomado de The New York Times.

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