Armando Reverón, nace en Caracas en 1889 y muere en la misma ciudad el 18 septiembre de 1954 . Pintor venezolano considerado uno de los grandes maestros en la historia de las artes plásticas del país.

Realizó estudios en la Academia de Bellas Artes de Caracas y, gracias a una beca, siguió estudios en España y tuvo la oportunidad de visitar París.

A lo largo de su vida abordó el tema religioso, las naturalezas muertas, la figura, el paisaje, el autorretrato y el desnudo femenino; estos dos últimos fueron los más recurrentes en su producción.

En 1921 se mudó a Macuto y construyó con sus propias manos El Castillete, su morada hoy desaparecida.

En sus cuadros experimentó con soportes y técnicas inusuales, incorporando materiales como el musgo y el óxido de hierro; pero fue sin duda la luz el elemento más explorado.

Creó, además de sus pinturas, objetos de la vida diaria, valorados actualmente como parte de su trabajo artístico.

 

 

Fiesta en Caraballeda, 1920. Óleo sobre tela. 67 x 95,5 cm.

 

 

Hijo de un matrimonio de desencuentros y conflictos, el padre, Julio Reverón, inestable y déspota, desapareció al poco de su nacimiento.

La madre, Dolores Travieso de Reverón, confusa y seguramente sumisa, dejó enseguida al hijo en manos de una pareja de amigos, los Rodríguez Zocca, que vivían en una hacienda en Valencia.

Sólo años más tarde, tras la muerte de su esposo, su madre haría permanente su presencia en la vida del hijo.

En la hacienda de los Rodríguez Zocca, en Valencia, Armando Reverón se crió en familia junto a Josefina, la pequeña hija del matrimonio, que será su hermana apegada, con y para quien construyó Armando algunos primeros juguetes y muñecas que serán asociados con los que más tarde realizaría en El Castillete.

En esos años, rodeado de naturaleza y de evidentes distancias, se inició en la pintura con un tío abuelo materno, Ricardo Montilla.

También allí, a los doce años, Reverón sufre un ataque de fiebre tifoidea que determinará en un futuro diagnóstico la presencia psicótica.

A los catorce años muere su padre y se muda con su madre a Caracas.

 

 

Reverón en Europa

Luego realiza un par de viajes a Europa: primero a Barcelona, en 1911, para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios; después, en 1912, a Madrid, donde se forma en la Academia de San Fernando y en el taller de un pintor acomodado y mediocre, José Moreno Carbonero, y en el de un buen maestro y guía, Antonio Muñoz Degrain.

En ese mismo viaje pasa por París en 1914, pero se sabe muy poco de su estancia.

Aunque su estadía en Europa no se traduce en un real avance en su formación plástica, determina un momento decisivo, como aprecian algunos de sus biógrafos.

Para José Balza, por ejemplo, ese acontecimiento, más que la llegada y conocimiento de otros territorios, representa la metáfora del viaje, del cambio permanente.

Para otros, como Mariano Picón Salas, significó el encuentro con Goya, su descubrimiento y su filiación.

De acuerdo con algunos estudiosos de su vida y obra, la capital española dejó una profunda huella en su espíritu; siendo cautivado además por el universo de Francisco Goya.

 

 

Vuelta a la patria

En 1915 vuelve a Venezuela y participa en las sesiones del Círculo de Bellas Artes de Caracas, fundado en 1912 por algunos de sus viejos compañeros, entre ellos Cabré y Monsanto, que se rebelaron en contra de la enseñanza rancia que se impartía en la academia y que tuvieron la necesidad de imprimir energía a los primeros años de la dictadura de Juan Vicente Gómez.

Su principal aporte fue sacar a los pintores del estudio y llevarlos al contacto directo con la naturaleza, donde fueron atrapados por los colores y los árboles del trópico, las montañas y los valles, y donde aprendieron a internarse, cual exploradores, en la selva de un cromatismo propio, local.

De todos estos pintores, Armando Reverón fue y es el más extraño y el más personal. Estos años, de 1915 a 1920, aún se presentan como un rito iniciático, como el impulso de un hombre que se dirige hacia un lugar, o mejor, que se retira y decide encontrarse en esa renuncia.

En 1917 recibe un golpe que puede considerarse fundamental: la muerte de Josefina, su hermana de juegos, su conexión natural y temporal con el mundo familiar infantil, lo que lo lleva al extrañamiento.

En ese momento ya están claramente definidos el pintor y sus dotes, la fluidez de su pincelada. Ya la retina está sellada por Goya y también por Velázquez y sus alucinantes y extrañas Meninas, por la vibración y el cromatismo impresionista.

 

 

El azul obsesivo

Ya en Venezuela se suman, a las anteriores, las influencias europeas del rumano Samys Mützner o del francovenezolano Emilio Boggio, ambos postimpresionistas, pero sobre todo del ruso Nicolás Ferdinandov, ilustrador simbolista que le enseñó el aprecio por un azul obsesivo.

El azul de los fondos marinos, ese azul que cercano se batía contra la arena de Punta de Mulatos, lugar que escogió Ferdinandov para vivir y que conoció en largas excursiones por el litoral con su amigo Reverón.

 

 

Juanita, la inseparable compañera

Un nuevo acontecimiento preparó el terreno para el alejamiento definitivo: Juanita Mota.

El agitado carnaval de La Guaira de 1918 presencia el encuentro de un dominó que recibe con sorpresa a un misterioso torero, que es, por supuesto, Reverón.

El disfraz de dominó esconde a una pequeña de catorce años: Juanita. Una banda suena. Puede que bailen. Hablan y él le ofrece pintarla.

Y en una narración oscura y carnavalesca se entrelazan, quién sabe si por azar, quién si por necesidad, los dos personajes que se acompañarán para siempre y que habitarán juntos un arcádico y fortificado espacio de vida: El Castillete.

 

 

 

 

Para 1921, vive en un rancho de la playa, en el sector de Las Quince Letras.

Allí, junto a Juanita, pasaría el resto de sus días, dedicado a pintar cuadros y a construir objetos cotidianos o artísticos, como su serie de muñecas.

Hacia el final de su vida, una serie crisis nerviosas lo obligaron a ser ingresado en distintas ocasiones y a abandonar su trabajo pictórico.

El alejamiento definitivo fue en octubre de 1953 en el sanatorio de San Jorge, con José Báez Finol como médico psiquiatra de cabecera.

Ese mismo año obtuvo el Premio Nacional de Pintura en el Salón Oficial.

 

 

Etapas pictóricas

Para describir las que serían las etapas pictóricas de Reverón se puede echar mano al estudio de Alfredo Boulton, que se ha tomado como canónico, donde están diferenciadas las etapas del artista por la dominante cromática.

Así, tendríamos el período azul, desde su regreso de España hasta 1924; el período blanco, que se extiende por diez años hasta 1936; y, por último, el período sepia.

El fuerte dominante azul de los primeros años responde por un lado al encuentro con lo marino y con el mundo de Ferdinandov, y es también heredado del tenebrismo de Ignacio Zuloaga (al que conoció en su taller de Segovia) y de algunos pintores catalanes.

 

 

 

 

La cueva, 1920. Óleo sobre tela, 104 x 157 cm. Colección privada.

 

 

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Poco tiempo después se muda y comienza a construir, un poco al sur, el castillete que le serviría de morada para el resto de su vida. Esta decisión coincidió también con un cambio de conducta y por supuesto, una transformación de sus conceptos artísticos.

En este período, al adoptar hábitos primitivos y desvinculado de la ciudad, Reverón pudo desarrollar una percepción más profunda de la naturaleza y esto lo llevó a emplear un método de pintar, así como a adoptar procedimientos y materiales que se adecuaban a su afán de representar la atmósfera del paisaje bajo efectos del deslumbramiento producido por la luz directa del sol.

En 1933, se le hizo un primer reconocimiento, al realizarse una exposición de su obra en el Ateneo de Caracas, que luego fue presentada en la galería Katia Granoff de París.

A comienzos de 1940, inició su “período sepia”, al que correspondería un conjunto de lienzos pintados en el litoral y en puerto de La Guaira y en donde los tonos marrones del soporte de coleto constituyen el valor cromático dominante de la composición.

Paisajes de mar y tierra donde destacan las marinas del playón, a los que siguió un período depresivo tras sufrir el artista una crisis psicótica que obligó a su reclusión en el sanatorio San Jorge, de José María Finol.

Recuperado, no volvió a pintar como antes. A partir de este momento, se refugió en un universo mágico que, en torno a objetos y muñecas creados por él.

Dio origen a la última y delirante etapa expresionista de su obra; etapa figurativa caracterizada por el empleo de materiales tales como tizas, creyones y por una fantasía teatral que se tornaba más y más incontrolable pero que, a través de un dibujo que aspiraba a la corrección académica, buscaba restituir el equilibrio emocional de Reverón.

Falleció el 18 de septiembre de 1954.

 

 

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Danilo González / Ciudad VLC

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