Caminando por Carabobo: Puente El Ahorcado y el vendedor de catalinas

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Hay acontecimientos que por su impacto permanecen en la psiquis de las comunidades e independientemente, de si son hechos simples o relevantes, se incrustan de tal manera en la gente y se van trasmitiendo de generación en generación, referenciados por padre a hijos, por vecinos y moradores, conservándose en las comunidades a través del tiempo.

Los sectores Eutimio Rivas, 19 de Abril, El Prado, Cabriales, barrio Unión y otros colindantes, todos del municipio Valencia, conservan en su memoria recuerdos latentes del muy conocido Eloy Velazco, el vendedor de catalinas.

 

Puente El Ahorcado y el vendedor de catalinas

Eloy hacía sus dulces: polvorosas, catalinas y recortados en la calle López del barrio “Pueblo e paja”, hoy, Eutimio Rivas.

Era un pastelero que gozaba del aprecio de todos, muy especialmente de los niños, que estaban pendientes cuando pasaba montado en su bicicleta de reparto con estos deliciosos bocadillos.

Según se cuenta por esas calles, este humilde trabajador de origen lusitano, que se ganaba el sustento muy arduamente, por esas cosas del destino tuvo una decepción amorosa, de esas que duelen hondo.

Al no poder ver solución ante el conflicto, Eloy optó por quitarse lo más preciado del ser humano, su vida. El hecho sucedió en 1963.

Un día salió de su casa, pasó por el puente Chupulún, entre calle López y Plaza, se dirigió a la iglesia San Juan María Vianney, ubicada en la avenida del mismo nombre (antigua ruta para llegar a Tocuyito) buscando consolación ante tan grave tribulación, pero con un pensamiento fijo y decisivo que lo dirigió al puente Dos Bocas, como se conocía antes, lo que es hoy El Ahorcado.

puente El Ahorcado

A unos cuantos metros, debajo de un frondoso árbol de mango, que estaba a la derecha, descendió de su bicicleta sacó un mecate y sin pensarlo terminó con su existencia.

El revuelo fue muy grande, nadie podía creer que el vendedor de catalinas, ese afable y buen hombre, querido por los niños y grandes, ya no iba a pasar por sus casas con sus exquisitos dulces.

Fue un caso muy sonado. Se comentaba en las bodegas y en las esquinas. Desde ese día, el lugar pasó a llamarse puente “El Ahorcado”.

El poder popular es tan grande que es capaz de cambiar nombres de sitios, cosas y lugares sin necesidad de hacer leyes ni ordenanzas.

Me hace recordar una canción entonaba por Héctor Lavoe “Todo tiene su final, nada dura para siempre, tenemos que recordar que no existe eternidad…”

Debo agradecer a mi gran amigo el profesor Ramón Ojeda, de la calle Plaza, y a Luis Javier, ministro de la iglesia Juan María Vianney, por haberme suministrado importante información.

 

¡ASI SOMOS, SOMOS HISTORIA!

Miguel Ángel Dasilva Gavidia.

-Puente el Ahorcado, autopista vía Campo de Carabobo.

-Iglesia Juan María Vianney, en la antigua ruta a Tocuyito.

-Todo tiene su final.

 

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Miguel Ángel Dasilva Gavidia

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