UNA CARRETILLA ACARREANDO LECTURAS

Una carretilla acarreando lecturas es un texto sobre mi formación como lector, la cual data de los cómics en la infancia, comprende las novelas de formación en la adolescencia (por ejemplo, Demian El Lobo Estepario de Hermann Hesse), hasta la bibliografía variopinta de mi adultez. José Carlos De Nóbrega. 

A los 43 jóvenes normalistas desaparecidos en el estado de Guerrero, México.

A José Briceño Guerrero, pues de él aprendimos que ser es ser dicho.

Como esos libros antiguos, los de los microbios y lectores muertos, los libros están antes de nosotros y seguirán después. Pedro Téllez.

José Carlos De Nóbrega, Luis Mavilla y Guillermo Cerceau en Librerías del Sur Valencia

Mis inicios como lector se deben, paradójicamente, a los libros escolares recién comprados o, mejor aún, salidos del horno. Especialmente los manuales de Castellano y Literatura, Educación Artística e Historia de Venezuela y Universal. Embargado por el olor a tinta y papel frescos, me dejaba llevar por el hiperrealismo crudo de los cuentos grotescos de Pocaterra, el giro lúdico e inverso de “La Noche boca arriba” de Cortázar o el Doppelgänger criollo y cínico que es “El difunto yo” de Julio Garmendia.

Por supuesto, no he de pasar debajo de la mesa lectora los cómics y las fotonovelas: Santo, el enmascarado de plata, mi favorita; Tamakún, el vengador errante, el preferido por mi hermano Avelino; Kalimán, el hombre increíble o El Caballo del Diablo. Las letras y las imágenes visuales se han asociado muy bien en mis lecturas infantiles y pre-adolescentes.  

Asimismo, leía con asombro la solidaridad con los desposeídos en “Los Comedores de papa” de Van Gogh, el discurso satírico y terrorista de “Los Caprichos” de Goya, la desolación campesina que hermana a César Rengifo y Héctor Poleo,  o la requisitoria antifascista que es “Guernica” de Picasso.

Uno de los Caprichos de Francisco de Goya: El sueño de la razón produce monstruos

El legendario Paso de los Andes de Bolívar, sin salvar las distancias convencionales ni los lugares comunes, la Gran Marcha de Mao y el avance del frente ruso que motivó el suicidio de Hitler y Eva Braun, impresionaron mi febril imaginación y la inteligencia épica; por supuesto, la épica histórica empalmaría con la cinematográfica, de allí nuestra predilección por “Gallipoli” de Peter Weir, “Los Siete Samuráis” de Kurosawa, “La Batalla de Argel” de Pontecorvo y “El Tambor de Hojalata” de Volker Schlöndorff. Por supuesto, no puedo obviar un film de culto antibélico como “Senderos de Gloria” de Kubrick. Luego, amorochadas con los soporíferos libros de texto, vendrían las novelas que no me sabían a aceite de ricino sino al asopado de arroz, lentejas y carne a la jardinera de mi madre: Desde las teticas de guayaba de Carmen Rosa en “Casas Muertas” de Otero Silva; pasando por la insolación física, política y social de “Cantaclaro”, para nuestro gusto caprichoso la mejor de Gallegos; hasta ese librazo cómplice y camarada que es todavía “Piedra de Mar” de Pancho Massiani.

La novela de iniciación Piedra de Mar de Francisco Massiani

Mención aparte merece el Gabo, uno de los nuestros por la vecindad geográfica, cultural, estética y especialmente afectiva: En la indecente apreciación de este narrador y ensayista compulsivo, constituye mi primera referencia literaria: Ambos estamos conscientes de que sólo servimos para escribir con la mollera, el corazón y las tripas.

Primera novela del Gabo

Si “La Hojarasca” me trajo visceralmente a Macondo con su tropical calor pegajoso, sus supersticiones y miedos veterotestamentarios (no en balde los catorce grados centígrados de la Caracas de entonces aparejados con los ardores púberes), “Cien Años de Soledad” supuso una revelación asombrosa, esto es la literatura como apertura y cierre de la Totalidad contingente y discontinua que nos abraza: bandada de múltiples voces entrecortadas que recoge y desparrama en la recreación del oprobioso mundo amado, los amores no correspondidos y las causas inauditas a defender que sólo delatan nuestra inconformidad y desadaptación. He de confesar que obtuve más plata escribiendo trabajos diferentes sobre ambas novelas para mis flojos condiscípulos distraídos, que los bolívares viejos que me deparaban las dupletas hípicas con las que recorría La Pastora en Caracas o Tarapío y Caprenco en Valencia, la de San Simeón el estilita.

Una de las novelas latinoamericanas más emblemáticas

Como pueden constatar, de ahí viene esta terca pasión por las palabras que tan sólo busca ensayar junto a ustedes una conversación sobre los autores que nos gratifican y honran en el juego bifronte del lenguaje. No nos caigamos a embustes: Soy un cronista mercenario de estos días sin dispensación, flaco de hambres y hambriento de amores como el protagonista de “Memorias de mis putas tristes”, indudablemente una de sus novelas más simpáticas y enternecedoras. ¿Cómo no reencontrarme con García Márquez en el realismo poético de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” de nuestra Doña Ana Enriqueta Terán, o las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia recreadas por Billo, o ese homenaje vitalísimo de Rubencho Blades y Seis del Solar que es “Agua de Luna”? Pese al terror compartido con Salvador Garmendia en cuanto a revisitar las páginas monstruosas de las grandes novelas que cautivan la memoria, me resta abrevar en el lamedero magnífico de “Cien Años de Soledad”, pues los condenados de la Tierra siempre forjan sus oportunidades de redención con maniático denuedo.

ESCUCHA EL ÁLBUM «AGUA DE LUNA» DE RUBÉN BLADES

Otra de las grandes novelas de iniciación

 

Otra de las lecturas púberes a las que tampoco he vuelto, apunta a dos novelas maravillosas de Hermann Hesse, “El Lobo Estepario” y “Demian”, las cuales exceden con creces las etiquetas confortables de la crítica y el mercadeo editorial: No son meras narraciones de formación, sino hermosos y díscolos instrumentos de búsqueda interior que van a contracorriente de la chatura y el oropel con la que los poderes fácticos pretenden ocultar la belleza vinculante y poética del mundo.

 

 

El primer poemario de Luis Alberto Angulo

LEE «ANTOLOGÍA DE LA CASA SOLA» DE LUIS ALBERTO ANGULO

Al mismo tiempo, nuestro entusiasmo juvenil se avivó con tres libros breves publicados por Fundarte: “Última luna en la piel” (1979) de Orlando Chirinos, “Antología de la Casa Sola” (1981) de Luis Alberto Angulo y “25 poemas” (1982) de Reynaldo Pérez Só, autores radicados en el exilio valenciano con quienes comparto hoy no sólo una gran amistad sino sus enseñanzas en el campo de la narrativa y la poesía.

Treinta años después, ha persistido mi afán lector y comentarista respecto al resto de la obra de cada quien y cada cual, al punto de tocar decisivamente mi trabajo ensayístico. Hemos conversado dentro y fuera del bonapartista campus universitario, en los afectos y las repulsiones que implica una visión crítica y descarnada del entorno académico. No es accidental que nos detengamos a revisitar la obra de escritores de transición tales como Enriqueta Arvelo Larriva, Elías David Curiel y Andrés Mariño Palacio, lo cual conduce a una configuración personal y problematizadora del Canon venezolano.

En el claustro arterioesclerótico de la Universidad de Carabobo, al igual que el endemoniado atribulado por la Legión interior, accedimos a Marx, Proudhon, Bakunin, Gramsci, Trotsky, Domingo Alberto Rangel y Ludovico Silva. Sin embargo, creemos que esta Torre de Babel revolucionaria apuesta por este pasaje del Manifiesto del Partido Comunista: “En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”. Muy a pesar del desencanto ideológico y estético de los años ochenta, sumado a la edificación ardua y contradictoria de un proyecto socialista alternativo en el país de hoy, esta cita textual nos convoca a persistir en el cambio estructural de la sociedad con un espíritu crítico y libertario que desdiga la banalidad del discurso y el despropósito político.

En resumidas cuentas, la lectura es uno de los ejercicios más libres y satisfactorios de la ciudadanía. Lo he experimentado, por fortuna, hasta el tuétano de los huesos y en los espasmos de la carne y el espíritu.

LEE ESTA RESEÑA SOBRE LA NOVELA «LIMBO» DE GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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