Una de policías (3): José Napoleón Oropeza trata de su novela «Testamento de un Pájaro», ambientada en Valencia, la de Venezuela. JCDN.

Testimonio de un pájaro, 1998, José Napoleón Oropeza.

Esta es otra muestra muy interesante del relato policial latinoamericano, pues involucra en primer término la novela de iniciación en clave de comedia, para luego devenir en la tragedia implícita en el giro policíaco de la trama.

Incluso el bildungsroman, además de identificación dialógica con la joven generación de los 80 e inicios de los 90, facilita un efecto de nostalgia urbana que busca apropiarse de una Valencia vivificada en los grafitis de Chelo y sus seguidores o competidores.

Si revisamos los epígrafes del inicio, Chelo el grafitero acompaña a colegas de la escritura como Virgilio, William Faulkner y Edward James.

Eso sí, con su refrescante y muy personal sentido del humor: “Lo mejor de mí está en mi interior”, aforismo de doble lectura como mínimo, el filosófico existencial y el cachondo-erótico.

POLICIAS
José Napoleón Oropeza.

La novela no se queda en los intentos para resolver el enigma de quién estaba detrás del pseudónimo Chelo, quien había sacudido la abulia de la ciudad llenando sus muros con sus aforismos y comentarios ácidos y refrescantes.

Supone un discurso meta-novelístico que se desplaza por el hombrillo y no por la muy mediática autopista: El grafiti como sub-literatura al igual que el género de cordel, los comics o los tebeos, las pintas pornográficas en los baños y las crónicas policiales.

El bildungsroman o novela de iniciación establece una sociedad dinámica con la narrativa picaresca española y latinoamericana, la de Quevedo, Cervantes, Cela, José Rubén Romero, Poniatowska y el Gabo de la cándida Eréndira y su abuela indolente.

El humor rebelde

El humor rebelde y, si se quiere, enternecido, se nos impone con gracia en las paredes de Valencia-Sulaco en la melodía y ritmo de los pitidos del spray.

El humorismo atinente a la adolescencia, claro está, se reivindica en una Valencia descoyuntada que está en proceso de descomposición espiritual.

La literatura se presenta a contracorriente de lo romántico, lo ampuloso y la ceguera crítica y picante de presuntuosos cronistas urbanos en prosa pálida y verso chirriante.

Los grafitis le extraen a la vida vinculada a la literatura auténtica su arista más consistente y juguetona.

El divertimento no plantea abismos generacionales, sino la ruptura a chícora pura de lo convencional al igual que los Nazoa [Aquiles y Aníbal], los Kotepa Delgado y los Cabrujas.

Se nos ha olvidado, atascados en el mensaje utilitario y cómplice de los poderes fácticos, que nuestros costumbristas eran críticos sociales por excelencia [¿quién se acuerda del Pedro Emilio Coll de La Delpinada o el cuento El diente roto?].

El misterio mural se intensifica en la rivalidad intensa entre los grafiteros Chelo y Halley, como si se tratara del pleito final entre Santo, el enmascarado de plata, y Blue Demon en el marco de la lucha libre en carpas o el cine clase B.

El grafiti, según la propuesta novelística, no es detritus literario sobre soporte de concreto, sino una estupenda y lozana manifestación de la Poética urbana juvenil.

Diálogo generacional

Se infiere aquí un diálogo generacional que no era posible, por ejemplo, en la era gomecista: la multiplicidad del punto de vista narrativo concilia a dos generaciones diferentes, la contestataria contra la guerra de Vietnam que musicalizaron los Beatles, y la del Viernes Negro que decretó la ilusión de nuestra riqueza y rentismo faraónicos, musicalizada por el rock latinoamericano.

Este pastiche en prosa, sin pretensiones de vacuo experimentalismo, oculta o, mejor aún, significa a la luz lectora la nostalgia activista y no lastimera del propio novelista.

La hibridación cómica del discurso narrativo-ensayístico y muralístico, comprende diversas manifestaciones de lo culto, lo mediático y lo popular.

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Desde la lírica de canciones diversas [“… pero sigo siendo el gay” (Juan Gabriel)], la impostura cultural y mediática [“En las 4 avenidas es donde mejor se bucea” (Jacques Costeau)] pasando por la punzante mancheta políticamente incorrecta y sarcástica [“¡Malditos hnos. Wright!” (Renny Otollina)], hasta los comics impresos o audiovisuales [“¡Tapen los huecos!” (El Correcaminos)].

Incluso, Halley toma prestado de la poesía de Ana Enriqueta Terán, nuestra piedra de hablas, “el graffito es un golpe del corazón” (Oropeza, 1999, p.40), muestra grabada en el noble soporte de un árbol.

Recordamos un grafiti publicado en la fachada de un colegio católico en Valencia, la de Venezuela, el cual duró muy poco tiempo: “¡Sodomicemos a nuestros padres!”,

Al día siguiente, como cosa del demonio que le tomó dictado al Marqués de Sade, la pared fue destruida por monjitas atrapadas por una histeria digna de las brujas de Loudum.

Cuando militábamos en un extraño movimiento universitario evangélico que tenía un mural emblemático en el Rectorado de la Universidad de Carabobo, aportamos este grafito a propósito de la visita del Papa Juan Pablo II a este país post-petrolero palo abajo: “A falta de Pan, Papa”, ello en la bufa administración gubernamental Lusinchi.

El discurso de la novela

El discurso de la novela que va de la comedia a la tragedia.

Esto es del influjo que transita de mucho ruido y pocas nueces a Hamlet, se realiza en la curaduría poco convencional de una exposición del grafiti en el museo abierto que se supone sea una ciudad [en el caso de Valencia, hubo un alcalde que homenajeaba a la necrofilia con las plazas encerradas entre rejas, como si se tratase de un pabellón penitenciario].

Lo transgenérico que mixtura la novela de aprendizaje, la picaresca y el policial, se desenvuelve en el diseño gráfico y la diagramación del libro por vía de la detonación de los fuegos artificiales festivos.

E incluso lóbregos de las standard, las cursivas, las negritas y la disposición variopinta de los textos o subtextos en prosa y verso.

La sub-trama policial que se desencadenará a partir de la Segunda parte de la novela, no rompe abruptamente con la festividad coreográfica de la comedia al inicio, sino que la complementa en la recreación crítica del tiempo histórico y el espacio real, no obstante la lobreguez colindante con la novela negra.

Perseguidor de los grafiteros

Paradójicamente, Gaspar Ramírez el policía que admiraba las andanzas grafiteras de estos muchachos de la clase media alta valenciana, sin mediar la oposición de clases bien marcada en la sociedad conservadora de su siglo, se convertiría en perseguidor de los heterónimos vivos y díscolos de la ciudad devastada por el despropósito político, mercachifle y urbanístico.

La represión, a la hora de la verdad, no tiene distintivos de ninguna especie.

La muerte del poeta-grafitero Javier y de su cabalgadura Delfín, es asesinato de Estado que se solapa con el móvil del suicidio, quizás ideado por el Distinguido Gaspar Ramírez a raíz de la lectura de los románticos europeos (Werther de Goethe) y ejecutado brutalmente por el agente Saucedo.

La represión policial en Valencia, el último cuarto del siglo XX, tuvo como casos paradigmáticos y aborrecibles los asesinatos de Fernando Quintero (en los 70 por confusión con un delincuente) e Ismael Humberto Bolívar Ríos (en los 80 como rehén en un asalto a un banco, eliminado por los agentes que les arrebataron el botín a los atracadores).

En ambos casos, se cambió impunemente el móvil del delito contra la humanidad (Fernando terminó siendo un hampón de amplio prontuario pre-fabricado, mientras que Ismael Humberto fungía de campanero o cómplice en el atraco bancario).

La venganza

El grafiti y la pancarta ilustrarían pues un semáforo en rojo para evidenciar la criminalidad policial.

Se había activado la venganza terrorista de Gaspar, no como una reedición del caso del distinguido Ledezma en Mamera, sino como consecuencia y efluvio del espíritu represivo y violento de los aparatos policiales y militares del orden establecido.

Los agentes lumpen son desclasados uniformados que copian la villanía del sistema creado por la godarria y la neo-burguesía venezolana.

Al grafiti «La policía lluvia de ratas que se cogen» (Gaspar 696) Halley, se le contrapone la conjura de los pacos mal pagados y segregados desde la cúpula misma del poder.

“Lo ruleteamos mucho, Pavo. Pero creo, que en el fondo, tuvimos suerte. Ojalá resulte lo que se te ocurrió con el caballo y que la gente crea de verdad el chamo se tiró con el caballo desde los picachos. A un caballo no se le hace autopsia ¿o sí?” (p. 196).

Tal es la índole de espanto de la espiral de violencia que no ha cesado en América Latina, hasta que se consoliden en nuestros países modelos de gobierno que solucionen con eficacia y espíritu libertario las carencias materiales e inmateriales de la mayoría de la población, excluida de un estado de Gracia posible que exceda el del Bienestar híper-liberal y demagógico.

No se puede jugar, pues, con una estampida de 200 policías motorizados, sin que salgas lastimado o muerto y sepultado en una fosa común ad hoc: “sólo una mancha azul, una vibración digna de ver, como un sonido brillante; un mar pasaba frente a nosotros y tronaba” (p. 191).

Vaguada pestífera que, empero, encarna los fundamentos inequívocos del Poder vertical republicano, otra monarquía o caudillaje más, dispuesto siempre a perpetuarse en su crapulencia.

A Dios gracias, el lenguaje poético descubre la desnudez envilecida y pervertida del rey que pretende invisibilizar a la mayoría, esto es por vía de la eliminación de las voces rebeldes, también obstinadas y fortalecidas en el Amor Loco y en la esperanza terráquea que aún persisten en el curazón de la Humanidad.

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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