guerra

El apagón nacional de un día entero ha sido apenas un “demo” de lo que sería una guerra. Por ello es muy posible que mucha gente que venía hablando alegremente sobre la llamada “opción militar” haya salido de ese trance con una idea un poco menos irresponsable.

 

“Una guerra sería como esto, pero lloviendo bombas y balas de uranio empobrecido”, comentó un usuario de las redes sociales el viernes en la tarde, cuando la telefonía celular y los servicios de internet salieron de su estado catatónico.

 

Ciertamente, aunque el país ha estado sometido a varios años de ataques económicos que han obligado a casi toda la población a mantenerse en modo de supervivencia, hay una gran distancia entre las dificultades cotidianas que se han experimentado y una restricción casi total y simultánea de los servicios de salud, agua, transporte, comunicaciones, banca, comercio, suministro de combustible, televisión, internet y redes sociales.

 

Es obvio que en medio de una confrontación violenta, como la que tanto han planteado un sector de la oposición, ese sería apenas una parte del cuadro.

 

Pero habría diferencias muy sustanciales para hacerlo aún más terrorífico: podría prolongarse por días, semanas, meses o años (como ha ocurrido en los países tocados por la mano militar de Estados Unidos) e incluiría los componentes de la violencia, la destrucción de infraestructuras y, la esencia de la guerra: la muerte masiva tanto de combatientes como de población civil al margen de las hostilidades, los célebres daños colaterales.

 

Quienes durante las horas del apagón se sintieron desvalidos por no poder usar sus artefactos eléctricos, ver televisión por cable, navegar en internet, pagar en puntos de venta, sacar dinero de un cajero electrónico, hacer o recibir alguna transferencia y utilizar las redes sociales deben haber meditado un poco sobre lo que significaría vivir una situación así indefinidamente y con los tremendos agravantes ya esbozados.

 

La guerra no es un juego

Intentando sacar algo positivo de un evento negativo, es posible que unas pocas horas de parálisis causada por un apagón hayan ayudado un poco a modificar la idea que parece prevalecer en algunos segmentos de la sociedad acerca de una solución militar para Venezuela.

Esa idea se sostiene en un doble eje de falsedades.

El primer eje es la manipulación informativa acerca de las invasiones reales perpetradas por Estados Unidos y sus aliados en naciones como Irak, Afganistán, Libia y Siria. Los medios se han encargado de ocultar el verdadero balance de esas operaciones supuestamente destinadas a liberar pueblos e implantar democracias: millones de muertos, lesionados, niños con deformidades y enfermedades congénitas derivadas de los perversos materiales bélicos, daños incuantificables a la infraestructura y al patrimonio cultural, disolución de la unidad nacional, surgimiento de conflictos civiles…

 

Es tan larga la ristra de desgracias que resulta incomprensible que haya venezolanos que consideren aceptable tener esa opción “sobre la mesa”, como dicen amenazadoramente los voceros imperiales y repiten sus adláteres locales.

 

La segunda falsedad en la que se sustenta la idea de la invasión externa rápida, quirúrgica, bienintencionada y heroica es producto de la industria cultural estadounidense: películas, series, comiquitas y juegos de video siembran esa noción absolutamente divorciada de la realidad.

 

Es posible que luego de experimentar tan solo el “demo” del ambiente de una guerra, la causa de la salida pacífica, dialogada y democrática haya ganado unos cuantos adeptos.

 

 

 

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Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV

 

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