Clásicos Venezolanos (15): Renato Rodríguez se refiere a su importantísima novela “Al Sur del Equanil”, publicada en 1963, iniciando la renovación narrativa en Venezuela. JCDN.

Una de las más recientes ediciones de la novela

La novela “Al Sur del Equanil” (1963) de Renato Rodríguez no sólo es un referente notable que antecedió la renovación narrativa de los años 70 en nuestro país, sino también una obra literaria que fusiona diversos géneros y parodia las modas y escuelas literarias del momento de su insurgencia. Más que culto a la técnica de narrar, Rodríguez desarrolla un discurso vitalista y humorístico centrado en su ego autoral propio.

Además de libro de viajes de un impenitente y peripatético protagonista, confesionario incorrecto y autobiografía simulada, hallamos en su corpus una ejemplar y descocada épica picaresca. El narrador protagonista se quiebra a sí mismo, no sólo saltando de la primera a la tercera persona, sino enmascarándose en diversos nombres o alias: David, Augusto, César, Cirilo y pare usted de contar. No apunta, claro está, a la heteronimia de Pessoa ni la polifonía de Sá Carneiro, sino más bien a la legión de voces díscolas y monotemáticas que sacuden al protagonista de tan accidentada, obsesiva y tediosa trama existencial. Esto es el oficio de vivir la vida como se pueda y escribirla a cómo dé lugar.

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Este tratado de la abulia, la desadaptación y el buen decir que se burla de sí mismo -uno de sus consecuentes sería el Martín Romaña de Bryce Echenique-, encadena el caos de desplazamientos físicos y psicológicos que nos conducen a una calle ciega: Se trata de una Contra-Épica del hombre tatuado con el estigma de Caín que escribe sobre la fatuidad de su entorno. No importa que Platón le haya expulsado siglos atrás de la República ideal, puesto que el griego paga con los poetas el no serlo para dactilografiar la obra oral del malogrado y enamorado (del saber y los efebos) Sócrates.

Otro libro de Renato

El ejercicio del humor, al igual que el de la ciudadanía marginal, mueve en ocasiones a la tristeza y la desolación, lo cual se manifiesta en una insolación o borrachera por la Palabra, bien valga su toxicidad adictiva. No importa que se contradiga el maestro Eduardo, quien luego de alentarlo a escribir y convertirlo en personaje de un libro fracasado, le reconvino el peor de los oficios para darle rienda suelta al vivir en medio de la Bacanal: el falo, el falo, el falo, apurando el palo, el palo, el palo de whisky.

Siguiendo al Quijote de Cervantes, tanto en lo tragicómico como en la técnica narrativa experimental que Dice las cosas con diafanidad, Renato Rodríguez realiza giros confusos dentro de la trama principal (la formación literaria de Cirilo) e inserta otros relatos desquiciantes como “El violín de Tacho”, cuento localista, y SIN TÍTULO ¿PARA QUÉ?, una parodia volcánica del estilo beatnik digno y alucinógeno de un almuerzo desnudo preparado por William Burroughs. No podemos obviar otro inserto disparatado, “La muerte de un bergante”.

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La paisajística enaltecida y depresiva, esto es bipolar, comprende diversos ámbitos: El París, ciudad luz a la que se le quemaron los fusibles (parafraseando a Bryce Echenique); la ilusoria Chile que le auguraba a Cirilo y sus mil caras un buen porvenir literario y cinematográfico; e incluso una Bogotá lacrimógena y conservadora de Libertad Lamarque y Jorge Eliécer Gaitán. El lector tiene a su disposición un Diario esperpéntico de Viajes desordenado en lo cronológico y lo temático, en el que preside el sin sentido, la peripecia increíble y las intenciones inconfesables.

El azar caprichoso del aventurero que no posee al final un lugar en el mundo, tiene nombre y propiedades milagrosas y psico-terapéuticas: San Cayetanito, el aliado de un santoral personal y flaco de hambres. Si revisamos el Curricullum publicado en la edición de Monte Ávila Editores de 1972, Renato Rodríguez utilizó diversas vías para ejercer su vocación vagabunda, escritural y de supervivencia: vendedor de seguros, cocinero, fotógrafo free lance y hasta modelo para cuña de cigarrillos Royal. Por lo que el santo panadero de San Cayetano le venía de perlas para satisfacer su hambre hecatómbica.

Un Renato Rodríguez más joven

Por supuesto, no se echa de menos los gags a la manera de los Hermanos Marx, ensuciados de inútiles movimientos físicos y discursivos, esto es el Imperio del Absurdo de Kafka e Ionesco llevado al extremismo. Tenemos la repetición impertinente de las preguntas sobre si se estudió con los Jesuitas (¿y Fidel Castro con Posada Carriles?). La peripecia, de índole paródica y satírica, representa la unidad de acción a lo largo de la novela, no en balde la iluminación espiritual o ideológica se realizan al ritmo disfuncional de los tropezones y caídas de la escalera de Jacob.

El proceso de aprendizaje entre Cirilo (Manuel) y su maestro o padre sustituto Eduardo, ha resultado un fiasco o, peor aún, un desastre voraz como un tsunami. No se nos escapa una parodia cruenta al Arcipreste de Hita y luego “La lección del maestro” de Henry James. Eduardo increpa y desilusiona a su discípulo: “Cirilo, déjate de tonterías, yo edité mi libro, fue un fracaso: Manuel era un personaje falso, por eso fracasé y lo de escribir es una soberana idiotez, no vale la pena perder el tiempo en eso”.

Por estas y muchas razones, es menester revisitar esta simpática y patética novela, a ver si recobramos el humor cálido que nos caracterizaba a los venezolanos. No importa cuán agudo e indignante sea el actual desmadre. Quizás luego de vernos ridiculizados y desnudos en el espejo, nos pongamos a trabajar por un país mejor sin ataduras con potencias tan sólo amigas de sus intereses.

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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