Vinieron de lejos a celebrar la caída de la dictadura. No sería otra Boyacá ni Pantano de Vargas, pero tenía lo suyo.

 

Rubio llegó del norte (Miami) y los próceres Piñera y Abdo del profundo sur. Como Alejandro Magno, quien llevaba en su ejército poetas que cantaran sus hazañas y dilataran su leyenda, trajeron a Sanz, Nacho, el maltrecho Puma, Montaner, Vives, Juanes y otros trovadores de alto cartel.

 

La batalla sería en el puente Las Tienditas, suerte de Normandía de los invasores del Día D decretado por el “presidente interino”, ese que impuso Trump, democráticamente, claro. En el campo de combate estaría Duque, con aires de mariscal guarimbero. Un corresponsal de escaramuzas de Caracol se botó con este original título: “Se respira una tensa calma”.

 

El objetivo del entrompe era pasar varias gandolas con cajas USAID al otro lado. Detrás vendrían los marines y el “US Army”, única garantía de que el interino dejara de ser interino. Pero la guarimba se les fue de las manos y las acciones de falsa bandera ni los falsos positivos dieron resultado. A los foráneos cantores –de alto cartel, repito- se les fue el gallo, aunque cobraron.

 

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Al final del día, el parte de guerra registraba una periodista chilena y una agente de la PNB lesionadas por tres desertores; dos gandolas quemadas humanitariamente del lado colombiano; un diputado coñaceado por sus mismos guarimberos –fuego amigo, llaman eso-, quienes reclamaban el pago completo de su “trabajo”.

 

A estos les regateaban que el trato era quemar todas las gandolas y solo incendiaron dos.

 

Ningún vehículo USAID alcanzó el objetivo ni por Colombia ni por Brasil, pese al anuncio del chamuscado interino, quien fue desmentido por el canal aliado –de ellos- CNN.

 

Curazao reculó y el gobernador de Borinquen mintió que del viejo San Juan salió un barco hacia “extraña nación” que, como Felipe Pirela, nunca volvió a su “Puerto Rico del alma”.

 

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Los derrotados superhéroes Duque, Piñera y Abdo juraban, cual Julio César, haber cruzado el Rubicón de Las Tienditas y hasta corearon en un latín vallenato: “alea iacta est”.

 

Hoy son el hazmerreír de sus pueblos que les cobrarán el costo de semejante ridículo, ese lugar del que, según el general Perón, no se regresa.

 

Earle Herrera

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