Juan Medina Figueredo es un abogado prestado a la revolución, profesor universitario, escritor y poeta. Se inicia en las lides por la construcción de una sociedad más justa siendo estudiante de bachillerato en su Aragua de Barcelona. Cualquier espacio era bueno para la discusión política, leer poemas, dar serenatas, organizar parrandas, paraduras del niño, velorios de cruz de mayo y comenzar a ejercer el incipiente periodismo, escribiendo artículos para un periódico que se editaba en el taller del catire Perales, que terminó allanado por la DISIP, llevándose a varios miembros del círculo «Ángel C. Bello», donde se agrupaban.

En el Central Tacarigua desarrolló parte de su trabajo político y cultural del cual resultó, entre otros aciertos, la fundación del periódico «Cascabel» y una escuelita de primeras letras. En el 1970 se integra al destacamento guerrillero José Félix Ribas. Al concluir estas actividades militares se traslada a Caracas, a la parroquia Petare, específicamente en el barrio San Blas con su presencia amorosa y la humildad que caracteriza a los seres en cuyo corazón canta la nobleza.

En la casa del «viejito» albañil, a quien ayudaba empujando la carretilla atestada de piedras, le enseñaron que: entre los pobres siempre hay un lugar del rancho y un poco de comida para compartir con otro. Su clandestinidad terminó el 13 de junio del año 72, cuando lo sorprendió el «Gang de la muerte» en una carretera cerca del barrio José Félix Ribas. Torturado durante 13 días en el SIFA con descargas eléctricas sobre el cuerpo mojado, quemaduras, patadas y ahogamientos dentro de baldes de agua, resistió heroicamente el tormento que el enemigo inflige a los revolucionarios para «quebrarlos» y hacerlos «cantar», políticas de exterminio de la Cuarta República. A los dos años salió de la cárcel con más fortaleza de la acostumbrada a seguir en las luchas que emprendiera desde su adolescencia.

Autor de dos libros de ensayos: «La Terredad de Orfeo», dedicado a Eugenio Montejo y «Siglo XXI, educación y revolución» (2010). Tres poemarios: «Ardentía» (1985), «Espejos de la metamorfosis y Reverberaciones» (1995). El volumen de cuentos «La Visita del Ángel» (2010) y la novela «Por un leve temblor» (2014). Su obra se ha premiado con tres galardones literarios: «Mucuglifo», Mérida, (1990), el Premio de Narrativa Fundarte, «Estefanía Mosca» y una mención de publicación del mismo fondo editorial.

Bautizo de una de las obras del poeta Juan Medina

El texto «Ardentía» es un acto de devoción y reconocimiento en versos a Jorge Rodríguez, José Aquino Carpio, Carlos Wilfredo García, Jesús Márquez Finol, el «Motilón», José Alexander Ferrer y a Juan Pedro Rojas. Elegías germinadas en la misma piel de los valerosos jóvenes martirizados hasta dejarlos sin aliento, fusilados, desmembrados, lanzados de helicópteros o ahorcados en cualquier celda o Teatro de Operaciones, en la calle o en las montañas donde dejaron los vestigios de sus almas y sus irreductibles posiciones políticas.

Con este hermano que la tierra nos ofrenda no tantas veces como quisiéramos, conversamos y encontramos en los rincones de su memoria y en el texto: Siglo XXI, educación y revolución (2010), páginas 35-40, las respuestas de las interrogantes que le planteamos acerca de varios aspectos de la vida, la personalidad, militancia y los últimos días de Jorge Antonio Rodríguez, el «maestro», el «mártir», junto a quien fue secuestrado en la avenida Sucre de Catia, el fatídico 23 de julio del año 1976. Cuatro sicópatas de la DISIP abordo de dos vehículos los separaron y se llevaron a Jorge hacia la muerte.

 

GM: ¿Cuándo conociste a Jorge Rodríguez y cuál fue tu primera impresión?

De Jorge Rodríguez tuve noticias de su liderazgo en una alianza electoral, en la Universidad Central de Venezuela, con la Izquierda Cristiana dirigida por Rafael Iribarren, Oliver Belisario, Saúl Rivas y Pedro Luis Castellanos. Sería aproximadamente el año de 1968, crucial en el deslinde con el revisionismo, el burocratismo y la política de paz democrática que adelantaba el Partido Comunista de Venezuela, el cual abandonaba todo propósito de continuar con la lucha armada en Venezuela.

La primera visión que tuve de Jorge Rodríguez fue en la Universidad de Carabobo durante el movimiento de renovación universitaria, en 1969. Ese día vi cruzar un automóvil negro, viejo, marca Dodge, desde el portón donde me encontraba frente a la avenida Bolívar de Valencia hasta el interior del rectorado. «Ahí pasó el maestro», me dijo un viejo militante del MIR, con admiración hacia el personaje. A mí me impregnó esa impresión, pero no llegué a ver al «maestro», que se dirigía a una reunión política semi clandestina. Jorge había aparecido en la prensa por esos días con proposiciones frente a la política de pacificación adelantada por el gobierno de Rafael Caldera. La policía política andaba detrás de dirigentes como él. Sin verlo, me formé la imagen de un joven líder como un relámpago.

 

GM: ¿Cuándo se vuelven a encontrar?

En el año 1970 un grupo de compañeros de la Residencia «Humberto Méndez Figueredo», nuestro centro de relaciones, se dirigieron hacia las sementeras de la zona campesina de San Luis y La Culata. Allí, bajo el impulso de Casiano Díaz, se aliaron a la Liga Agraria, los campesinos y sus líderes como Cansini, que enfrentaban planes de desalojo de esas tierras pertenecientes a Reinaldo Cervini y la Bigott, en las cuales se pensaba construir el cementerio Jardines del Recuerdo.

Fue en este caserío que lo vi por segunda vez una mañana que asistí a una reunión con los compañeros que se encontraban en el lugar. Por la puerta del rancho campesino, se asomó con una sonrisa, y me preguntó ¿Tú eres el poeta?. A partir de allí comenzamos a vernos con más frecuencia. Asistimos a una reunión en una escuela de la carretera vieja de Tocuyito, en la cual participé junto a Casiano Díaz y escuchamos las orientaciones de Jorge y Fernando Soto Rojas, quien nos relató la experiencia de los guerrilleros que rápidamente cambiaban el uniforme por la ropa de paisano en las zonas suburbanas confundiéndose con sus pobladores. Jorge, algunas veces, se alojó en la casita de mi familia en el callejón Rosarito, frente al Gimnasio Teodoro Gubaira y me enseñó las posiciones de tiro, con una pequeña pistola que cargaba.

 

GM: ¿Cuáles otros acontecimientos recuerdas que ocurrieron ese mismo año?

La fundación el 15 de mayo de la Organización de Revolucionarios (OR), insistiendo en que había que salir a trabajar con la gente en los barrios, en las zonas campesinas, pero no abandonar la Universidad. También se planteó la lucha por transformar las estructuras burocráticas del movimiento estudiantil. Había que hacer las dos cosas, caminar con los dos pies. Acordamos dirigirnos hacia las zonas suburbanas y desarrollar la combinación de las formas de lucha y organización: abiertas y clandestinas, legales e ilegales, pacíficas y armadas.

El único número del periódico «Cascabel»

El otro episodio fue en el barrio «Cascabel» ubicado en el Central Tacarigua donde fundamos un periódico del cual salió un solo número. Llegué allí por iniciativa de Oswaldo Martínez («Marcos»), joven coriano, estudiante de derecho y recién ingresado desde el MIR a la OR. Me contactó con un obrero y sus familiares en el barrio «Cascabel», entre ellos, Luis, que había quedado ciego por los efluentes de la pintura en la fábrica en la cual trabajaba. Allí concebí la idea de un periódico político-cultural, subsidiado por la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo. Lo bautizamos con el nombre del sector. El militante obrero era caricaturista y dibujó el logotipo del periódico. A principios del año estalló una huelga de los trabajadores de la FORD donde hubo protestas y manifestaciones en varias partes de Valencia.

Con unos periodistas y reporteros gráficos del diario El Carabobeño, conseguí varias fotografías bastantes nítidas e impactantes de una de estas protestas. Esa fue nuestra gran portada. Jorge redactó una leyenda satírica y contundente. Consiguió un recorte fotográfico de Daniel Cohn Bendit, «el rojo» del mayo francés, donde aparecía vestido de vaquero, disparando con una pistola en la escena de una película. Jorge escribió una leyenda satírica que publicamos con la foto. Yo escribí una especie de reportaje y biografía de la vida del barrio. Julio Escalona envió de vuelta un elogioso comentario, grabado en un casette, del periódico y de mi reportaje-biografía-barrial.

No puedo olvidar el Encuentro Latinoamericano de Estudiantes realizado en la Universidad de los Andes (ULA), organizado fundamentalmente por Jorge Rodríguez, Guido Ochoa y Ricaurte Leonet, en el cual el gobierno de Caldera impidió la participación de Stokely Carmikel, dirigente del Black Power. Asistieron varias delegaciones internacionales y nacionales. Casi toda América Latina estuvo presente. La declaración final fue elaborada por Jorge Rodríguez.

«El Alambre»

Ese mismo año me comprometí con Jorge a integrarme al destacamento guerrillero José Félix Ribas. Cada aspirante a guerrillero debía conseguir todo su equipo, apoyándose en sus propios recursos, mediante operaciones violentas o de otro tipo. Conseguí la lona para el morral, compré el cuchillo de caza, la linterna, la brújula, las botas, la cobija, la ropa de kaki, el chinchorro de nylon, la cobija, el plástico para cubrirnos de la lluvia, me faltaba la pistola.

En septiembre llegué al campamento guerrillero de «El Alambre», por los lados de la carretera de la costa, cerca de Puerto Píritu. Julio Escalona inspeccionó mi equipo. Faltaban el plato, la escudilla, la cucharilla y el tenedor. Me preguntó por estos útiles. Le respondí que Jorge Rodríguez no me había advertido de su necesidad. Hubo un cruce de casettes con Jorge. De retorno, la respuesta de Jorge dando detalles de las instrucciones que me había comunicado. Julio me puso a escuchar el casette y no tuve más remedio que reconocer mi olvido.

 

GM: ¿Y en los años siguientes?

En el 72 a Jorge lo detienen en Caracas el 3 de febrero y lo trasladan a la cárcel de Maracaibo. Yo había perdido todo contacto con él y cuando lo detienen resguardamos a Julio Escalona en el rancho de un campesino. Sobre esta captura publicada en: Rodríguez, J.( 1979). El pensamiento de Jorge Rodríguez. Editorial Ateneo de Caracas. Venezuela. P. 111-112. Cuenta lo siguiente:

Fui capturado, en forma brutal, y sometido a vejaciones por un comando represivo formado por CARLOS NÚÑEZ TENORIO, JESÚS RAMÓN GARCÍA (Chiche), RAFAEL EMIGDIO PACHECO SAHER (Córdova) Estos mismos individuos (…) allanaron el apartamento donde reside mi esposa y nuestros menores hijos; en ese allanamiento cometieron diversos atropellos y el agente policial Rafael Emigdio Pacheco Saher (a) Córdova, amenazó a mi menor hijo, de sólo 5 años de edad, con una pistola. Luego de mantener secuestrada a mi familia, por espacio de 48 horas, se inició una nueva campaña de provocaciones contra la misma, siendo una vez más los tantas veces mencionados agentes, responsables de la misma.

La mañana del 13 de junio cuatro meses después de la detención de Jorge soy apresado por el mismo «gang de la muerte». Después de trece días de torturas y 30 días en el cuarto piso de la sala de interrogatorio del SIFA o DIM, me conducen en fila junto a mis otros camaradas detenidos aquel día en Petare hasta el viejo cuartel San Carlos, ubicado delante del edificio del SIFA o DIM.

En el cuartel San Carlos me consigo con David Nieves Banch que había sido trasladado desde la cárcel de La Pica, en compañía del negro Vallés, mi compañero de la guerrilla en Puerto La Cruz, por un motín que habían escenificado en la citada prisión, junto a dirigentes de Bandera Roja como Vicente Contreras Duque y Ernesto Virla.

En ese entonces Jorge me escribe desde la cárcel de Sabaneta, en Maracaibo, se muestra muy disgustado por el comportamiento frente a la tortura de la mayoría de mis compañeros del grupo de Petare y me comunica los preparativos para iniciar una huelga de hambre en noviembre de ese año 1972. También recibo carta del camarada Miguel Díaz Zárraga, recluido en la misma prisión de Sabaneta.

Por razones climáticas «40 grados bajo la sombra», Jorge vivía de short y franela, sumergido en un pipote de agua. Por cierto que así se llamó un grupo de poetas, narradores y otros artistas de Maracaibo, en los sesenta, aludiendo al atosigante calor de esa ciudad venezolana. La huelga de hambre se efectúa y la revista «Rocinante», fundada y dirigida por el poeta y cineasta Edmundo Aray, publica un número especial con una foto de Jorge como afiche en sus páginas centrales, el manifiesto de los presos políticos en huelga de hambre, redactado por Jorge y la denuncia de las torturas que sufrí en manos del gang de la muerte, acompañado de mi fotografía.

A raíz de esa huelga de hambre, Jorge sale en libertad, se integra al Comité de los Derechos Humanos, publica el primer número de Basirruque, un dazibao, como vocero del Comité del Voto Nulo y luego de la Liga por los derechos del pueblo y el socialismo, germen de la Liga Socialista. Basirruque fue nuestra escuela de periodismo y Jorge nuestro maestro de redacción. Cada expresión irónica, humorística, metafórica, se convirtió en frase periodística. Así pasó con el «saquito de piedra». En la marcha antiimperialista de Cabimas, pasamos frente a faroles llenos de piedra. Jorge, al frente de la marcha, agarrando la pancarta, comenzó a señalar los faroles y a reírse: ¡saquitos de piedra!. La expresión pasó a las páginas de Basirruque, órgano oficial de la Liga Socialista.

El primero que me visitó fue Agustín Calzadilla acompañando a mi familia. Me dijo: Jorge te manda a decir que te felicita que te comportaste como un revolucionario en la tortura y los que hablaron que vayan al coño de su madre.

Otro día recibí la visita de Jorge. Se asomó por la reja del pabellón A-2 del cuartel y más atrás venían tres muchachas, estudiantes de la escuela de Trabajo Social, de la UCV, representantes de nuestras etnias: la afrodescendiente, la negrita Marjorie, la catirita Nelly, por último la mestiza, la gocha María Elizabeth Méndez, de La Grita. Tras contadas visitas, agarré de una mano a la gocha y me quedé con ella, hasta hoy. Se la debo a Jorge. ¡Qué Dios se lo pague!

Al fin salí en libertad gracias a la solidaridad de los estudiantes de la Universidad de Carabobo y las iniciativas políticas del Comité de Defensa de los Derechos Humanos, presidido por el abogado Agustín Calzadilla y también de mi Organización de Revolucionarios, liderada por Julio Escalona, Jorge Rodríguez, Fernando Soto Rojas, Marcos Gómez y David Nieves Banch».

En el 73 se funda la Liga Socialista con Jorge Rodríguez al frente, Carmelo Laborit, Orlando Yajure, Jesús Martínez y Agustín Calzadilla, entre otros compañeros. Después de largas discusiones en el Comité Político Militar de la OR sobre la necesidad de crear una organización legal se tomó la decisión unánime de fundar la Liga Socialista, estableciendo que en ningún documento aparecieran referencias con el nombre de la organización. Lamentablemente eso ocurrió en una zona del interior del país y el documento de la OR donde se daba cuenta del proceso de formación del partido podía convertirse en un serio problema legal y policial. A raíz de este incidente se acordó cambiar el nombre de Liga Socialista por Liga por los Derechos del Pueblo y el Socialismo. Posteriormente, resultó que este nombre, especialmente para la agitación, resultaba muy largo. Entonces, decidimos retornar al nombre original de Liga Socialista y así quedó.

 

GM: ¿Cómo transcurrieron los dos últimos años en la vida política de Jorge Rodríguez?

Los años de 1975 y 1976 fueron de intensa movilización política, junto a la pequeña organización que nacía y lideraba. El último acto público al cual asistió Jorge acompañado por Agustín Calzadilla, y en el cual tomaron la palabra, se celebró en Boconó, invitados por PRV/RUPTURA, evento en homenaje a Fabricio Ojeda, el 21 de junio de 1976. Jorge realizó una travesía y una odisea para ir a Boconó y volver desde allá hasta Caracas. Tuvo muchas dificultades con su transporte.

Desde Maracaibo, como parte de esa gira, lo acompañó otro aguerrido militante de la Liga Socialista en dicha ciudad: el «Foncho». La represión lo asediaba. Pronunció un discurso en homenaje a los héroes, mártires y desaparecidos de la revolución antiimperialista y socialista en Venezuela. Lejos estaba de saber, conscientemente, que, pronto, apenas tras un mes de su presencia en Boconó, se integraría a la galería de mudos testigos de nuestro proceso político, pero con una lámpara en cada ojo del rostro de su última fotografía, del templo que fue y sigue siendo.

 

GM: A 44 años del ominoso asesinato del líder revolucionario, Jorge Rodríguez, ¿qué guardas en el zócalo de tu memoria?

Guardo desde que comenzó a levantar el puño al grito de «Somos subversivos», en los mítines que antecedieron a su detención y asesinato a golpes. Su mortal desafío que le desbarrancó en los abismos de la tragedia. Guardo la certeza de que en realidad lo que catalizó la decisión policial de su detención y torturas hasta matarlo fue la delación.

Al producirse el secuestro del industrial y agente de la CIA William Frank Niehous, por el grupo de Comandos Revolucionarios Argimiro Gabaldón, y caldearse la situación política y represiva, nos envió una comunicación orientándonos a guardar silencio frente a cualquier detención e interrogatorio policial, recordándonos acogernos al Precepto Constitucional que nos exime de dar declaraciones en nuestra propia contra o en contra de nuestros familiares.

Jorge cargaba la muerte encima

Pocos días antes de su detención estaba leyendo un libro sobre la tortura. Por negligencia nuestra no leímos el título de este texto. Pero Jorge nos mostraba una página y nos comentaba: «la víctima, el prisionero, desde donde lo tienen postrado, levanta y gira su cabeza hacia el verdugo y le dice: ¡Termina de una vez!», para que le diese el hachazo mortal».

La madrugada del miércoles 21 de julio de 1976, David Nieves Banch es detenido junto a Iván Padilla Bravo, debajo de un puente de la avenida Libertador. Los amarran, encapuchan y trasladan para un rancho del litoral de La Guaira, donde son torturados día y noche, sin descanso, hasta la madrugada del jueves 22 de julio de ese año.

Cerca de la medianoche de este mismo día estoy en el hogar de Agustín Calzadilla quien fue detenido meses antes por la Disip, al momento de ser allanado su apartamento. Repica el teléfono, es el «maestro» planteando la necesidad de entrevistarse de inmediato con Calzadilla y conmigo. Nos cita en la iglesia San Pedro, en Los Chaguaramos, donde debíamos descender por una escalera, hasta la calle de atrás. Hablamos con Jorge y nos comunica que David Nieves está desaparecido, que hay una situación de emergencia. Invitamos a Jorge a detener toda circulación pública y a esconderse. Por mi parte, tomaría medidas de seguridad cambiando de habitación.

La ilusión de invulnerabilidad o el hilo de su destino, condujeron a Jorge desde por la mañana el día de su detención, a la Universidad Central de Venezuela lo siguió la policía hasta la casa pública de la Liga Socialista.

La cita sin regreso

A la mañana siguiente me dirijo a la Universidad para tomar contacto con la organización. El profesor Oscar Battaglini me indica que ya Jorge había pasado por la universidad, que cargaba detrás al gang de la muerte. Me había dejado un mensaje: debía estar a las cinco de la tarde, en Altavista, en la Casa Nacional de La Liga Socialista. Manifesté a Battaglini mi perplejidad, pero finalmente le dije que asistiría a esta cita sólo por tratarse de una orden de Jorge Rodríguez.

Allí él estaría abordando un problema con Marelys Pérez Marcano y Esther Macías Añez, de la Liga de Mujeres, quienes andaban leyendo y difundiendo una tal «Mujer Rota», libro que yo desconocía y desconozco de Simone de Beauviour, la mujer o ex mujer de Sartre, cosa que a Jorge, con su marxismo leninismo clásico y entonces pro chino, le disgustaba y le parecía que provocaría una desviación entre nuestras mujeres, por lo cual creía urgente discutir este asunto con ellas.

miedo dignidad/CiudadVLC

Al ver a Jorge, en el interior de la casa de La Liga Socialista, lo noté agitado «Poeta, estamos rodeados», me advierte. Yo no respondo, sino que, de alguna manera muestro mi desazón y mi estupor por encontrarnos en esa situación innecesaria y previsible. A los pocos minutos sin ningún plan de alerta y emergencia: «Vamos a salir» me dice: «marchamos juntos», él con su maletín y yo a su lado. Le pide la «colita» a Cucho. Ahora viajábamos con boleto directo hacia la muerte.

En la avenida Sucre, de Catia, un motorizado se coloca al frente del Volkswagen del compañero. Nos amenaza con una pistola y Jorge le advierte a Cucho ¡detente, Cucho, detente!». Cruz Moreno se estaciona, nos rodean, salimos, Jorge tira su maletín debajo del carro de Cucho. Los policías gritan: «¡el maletín!, ¡el maletín¡, agarren el maletín!». Lo toman, nos conducen en fila hacia el callejón lateral donde Jorge había dejado el Volkswagen de Delsy, que ya la Digepol lo tenía en sus manos. A Cruz Moreno, a Jorge y a mí nos sientan juntos en el asiento trasero de un «Nova».

Un Digepol pregunta por Jorge Rodríguez. Lo llama para que salga. Jorge sale y lo llevan a otro vehículo. Arranca la caravana cerca del seguro social de «El Tropezón», entramos a la autopista de Caracas, La Guaira, a Jorge lo trasbordan en un Jeep y arrancan en dirección al litoral. A Cruz Moreno y a mí nos trasladan hasta la Digepol en Los Chaguaramos.

Frente a una oficina nos requisan, nos quitan todos nuestros objetos personales: carteras, relojes, llaves, cinturones. Henry López Sisco, a quien desconocía y nunca había visto ni en fotografía, se presentó, muy bajito de estatura vestido de paltó y el pelo amarillo. Nos dijo que más tarde hablaría con nosotros, cosa que, gracias a Dios no ocurrió nunca, librándonos de las perversiones de este torturador asesino. Mientras me mantenían detenido en la DISIP uno de los comisarios de este cuerpo policial dijo a otros policías frente a mí, enrejado detrás de un tigrito, que yo era un preso bajo las órdenes directas del Ministerio de Relaciones Interiores, que por lo tanto había que mantener mucho cuidado conmigo.

Sólo una vez me sacaron del tigrito y me llevaron a interrogatorio, limitándome a señalar que era sindicalista de una organización legal y que me acogía al Precepto Constitucional. Transcribieron mi respuesta a máquina y firmé. Seguramente, para ese momento, ya habían matado a Jorge.

Los torturadores dispusieron de un par de días entre el anochecer del viernes y del domingo, para golpear y quemar a Jorge, hasta reventarlo y matarlo.

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Octavio Lepage

El domingo 25 de julio de 1976, al anochecer siento un tropel de pasos de botas, apagan las luces, sacan a empujones al italiano detenido en el tigrito ubicado al lado derecho del otro donde yo me encontraba. No alcanzo a ver nada, pero oigo al italiano: «¿Qué pasa? ¿Qué pasa?», de alguna manera siento que lo empujan y lo pasan frente al tigrito donde estoy. ¡A ti no te importa lo que pasa en este país!, le grita alguien. Escucho un bulto que tiran en el tigrito que ocupaba el italiano. Me parece percibir algo envuelto en una colchoneta. Nuevos pasos resuenan atropellados en la escalera que baja al sótano, donde yo yacía en la oscuridad: «doctor, tuvo un yeyo», dice uno de los esbirros. Luego de un momento se retiran escaleras arriba y ya no se escuchó más nada.

 

GM: Se suponía que lo que envolvían en la colchoneta era el cadáver de Jorge, mientras esto ocurría ¿sabías algo de David Nieves?

Supe de David ese martes 27, cuatro días después que detuvieron a Jorge y a mi. Recuerdo que estaba agarrado a las rejas del tigrito en el sótano cuando por la escalera de acceso baja y entra David rodeado por los digepoles. Se me acerca, toma mi cabeza entre sus manos y comienza a besarme la frente. Llora un poco y luego sigue al tigrito que le tienen destinado. Me contó su odisea, las torturas, la detención de las torturas el jueves en la madrugada porque había ocurrido una delación de otro prisionero detenido y torturado en similares circunstancias, dejaron de presentarle las fotos de Jorge y la mía con lentes, sin lentes para que las reconociera.

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David Nieves

Luego lo sacaron hasta un campamento antiguerrillero en los límites de Miranda y Guárico, lo montaron en una avioneta bajo el mando de un oficial del ejército. El digepol lo amenazó con tirarlo desde el aire. David se rió. El oficial dijo al digepol: «vamos a bajar, no te das cuenta que este hombre no va a hablar». Bajaron. Lo trasladaron hasta el aeropuerto de La Carlota y de allí, directo a la Digepol.

El martes siguiente, la abogada Esperanza Martinó, comisionada de la Fiscalía General de la República, apareció en la Digepol. A David lo llevaron a su presencia y fue informado de la muerte de Jorge Rodríguez. Cuando regresa a su tigrito me llama llorando: «¡Poeta, mataron a Jorge!. Él no aguantó la tortura, yo soy más fuerte que él». Luego de su llanto sobrevino un largo silencio. Finalmente, me confirmó como sucesor de Jorge por decisión de éste, en caso de su muerte. «Yo voy para el Cuartel San Carlos, pero a ti te sacaremos de aquí para la calle, a como dé lugar».

Las bárbaras torturas, quemaduras y rotura de huesos observadas en la morgue y denunciadas por el abogado Agustín Calzadilla, son un crimen de lesa humanidad.

La brasa de la llama ardiendo

Habían transcurrido trece días de mi detención. Me llamaron y me llevaron desde el sótano de los tigritos hasta el primer piso. Me dijeron que estaba en libertad. Antes de salir, un digepol, sentado detrás de un escritorio, me dijo: «¿tú eres Juan Medina? ¿No sabes el rollo, el escándalo que hay en la calle?».

Salí a la calle, temí el acostumbrado ruleteo, miré a todos lados y eché a correr, bajando hacia la plaza de Las Tres Gracias, dirigiéndome de inmediato al cubículo del Movimiento estudiantil de Unidad con el Pueblo (MEUP), en la escuela de Sociología, de la Universidad Central de Venezuela.

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Define algunos rasgos de la personalidad de Jorge Rodríguez

La personalidad detallista y quisquillosa de Jorge se conjugaba el humorismo, todo lo convertía en un chiste que difundía entre los camaradas de cualquier rincón por donde anduviera. Así lo había conocido en Valencia, particularmente difundiendo las frases coloridas, sugerentes y oblicuas de los campesinos de San Luis y de La Culata, especialmente de Cansini, el líder de todos ellos.

Fue un revolucionario, padre, esposo e hijo a carta cabal. Alfabetizador y educador. Con mucho coraje, convicción, y temeridad desafiaba abiertamente a los cuerpos represivos, desde una organización política naciente, aún muy débil para resistir una embestida represiva superior a todas las que había experimentado anteriormente y que la colocase al borde del riesgo de su desaparición o involución.

Excelente comunicador, orador y escritor. Buscaba la información con diligencia y rapidez en cualquier fuente para darle veloz interpretación y fundamentar posiciones. Intervenía en foros y reuniones políticas internas o bilaterales, intergrupales, con agudeza, polémica, retórica ilustrativa, popularizadora inmediata frente a la policía, inteligencia y contrainteligencia.

Cada jornada de agitación, propaganda y marchas que organizaba disponiendo con acierto el lugar de cada militante, culminaban con él al frente. Para la militancia y dirigencia de la Liga Socialista, se convirtió en un reactivo catalizador de sus emociones y pensamientos, cumpliendo de primero las decisiones de la dirección de la organización. Poeta, el partido al frente con el cuchillo en la boca y me invitaba a acompañarlo en la ejecución de las decisiones.

Cuando se planteó el cambio de nombre de la Liga por los «Derechos del Pueblo y el Socialismo», hubo una disputa con otros compañeros del Movimiento Estudiantil de Unidad con el Pueblo (MEUP), quienes eran partidarios de continuar con el nombre de «Liga por los Derechos del Pueblo y el Socialismo», y no por el nombre que Jorge había impulsado. Liga Socialista, y por el cual peleó victoriosamente.

miedo dignidad/CiudadVLC

Personalmente, lo vi realizar el logotipo, «el arrechito con el puño en alto», las siglas LS y la estrella de cinco puntas. Frente al oportunismo de los falsos trotskistas fue radical y decidido e implacable con los tránsfugas, traidores y delatores. Cada decisión, campaña y combate político de Jorge y de la Liga Socialista se reflejaba de inmediato como una piedra tirada sobre el agua con sus círculos concéntricos. Marcos Gómez llegó a decirme que Jorge Rodríguez era un conductor militar, porque era capaz de movilizar grandes contingentes humanos.

 

GM: Después de haber conocido a Jorge Rodríguez en casi todas sus dimensiones humanas ¿qué aprendizaje se quedó en tu vida de militante, soñador y poeta?

Jorge fue un entusiasta y alegre comunicador de chistes y experiencias de sus camaradas y un carismático y apasionado dinamizador y movilizador grupal en toda nuestra República. Me instruyó en el uso de mi primera pistola, en la rápida escritura del periodismo y del documento y la organización política, pero, sobre todo, me enseñó la raya que separaba el miedo y la dignidad. Su última lección fue de historia de Venezuela, cantó Gloria Martín. Me quedó y nos quedó el duelo por un recuerdo que amábamos y nos dejaba en orfandad, nos desplomó sobre una cama hasta despertar dos días después. La depresión y la fobia nos asfixiaron por mucho tiempo. La muerte nos encontraba en cualquier rincón y nos embestía, agitando nuestro corazón con taquicardia, sudoración y angustia extrema.

Luego amainó la oscuridad y quedó ardiendo la llama de la brasa, a ratos oculta debajo de la ceniza. Pero retomo la pregunta porque excede a mi situación actual, y asimismo, a mi vida cotidiana, lo más común del común y para quien como yo está empeñado en transitar un camino espiritualista, que busca trascender los conflictos de intereses e ideológicos en nuestra civilización materialista actual.

Asimismo, digo que Jorge Rodríguez vivió y murió con entera y plena fidelidad a sí mismo, con entrega y sacrificio de su propia vida y dolor inmenso, que ofrendó no sólo por lo que pensaba, sino por los que más amaba, sus amigos, sus camaradas y los pobres de la tierra, convencido de que la respuesta a esta fidelidad no sería otra que el recuerdo y el amor de aquellos por los que dio la vida, persuadido de que el olvido no borraría su nombre jamás, sobre todo entre quienes lo conocieron y confiaron en él. Jorge Rodríguez vivió y murió en la esperanza de su resurrección y conmemoración.

Grisel Marroqui

Grisel Marroquí / Ciudad VLC

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