Un cielo de librerías en Sabana Grande es un ensayo del escritor Pedro Téllez sobre sus andanzas lectoras. JCDN.
Un segundo círculo celeste era el de los anuncios gigantes de neón: EFE en colores, Pepsi Cola con su roto yin yang en movimiento, la roja Coca-Cola de cola alternante, cerveza Polar que sube y baja y la piramidal torre La Previsora dando la hora. Luces inmorales. Otras luces necesarias en un tercer círculo lo proporcionaban las mejores librerías de Caracas, agrupadas en constelaciones.
La Cruz del Sur y constelación del mismo nombre en una lateral del boulevard, que era librería, editorial, sala de exposiciones y revista. Era la más histórica y no apuntaba al norte sino al este. La constelación la conforman otras dos librerías: una de textos esotéricos tan del gusto de Armando Molina Duarte y cuyo nombre no recuerdo, y en la base de la cruz la librería Suma. En un lateral el restaurant La Vesubiana. A un costado de la librería almorzamos pasta, y mi papa preguntaba a los dueños por Adriano González León que nunca estaba, luego veíamos una exposición, hacíamos escala en una juguetería educativa, y ya empezando la noche toda la familia nos recogíamos, entre libros y juguetes, en una pequeña habitación del hotel Khursaal. El alimento espiritual corría a cargo de las librerías. Así concluía nuestro viaje a Caracas desde Valencia.
Otras dos constelaciones más al este de la Cruz del Sur eran las osas mayores y menores, o le podríamos decir a la Osa Mayor Constelación del Papagayo por la cafetería contigua a la gran escultura urbana de Jesús Soto, un sol rojo. Una gran librería de novedades en el nivel de la calle tenía un anuncio del Gabo tamaño natural que nos recibía en la puerta. Pero los tesoros siempre están ocultos y bajando la escalera topábamos con las vitrinas de la librería del gran Walter, hoy el último librero del país. Libros finamente escogidos, literatura europea y sureña, libros objetos y de pinturas, esculturas y fotografía. Fotografías adornaban las paredes con escritores de visita o presentaciones de Jorge Luis Borges o Mario Vargas Llosa que en un descuido firmaba sus libros para el lector casual que los hallase. Todo esto creaba un ambiente real maravilloso. Y la Osa Mayor era la conformada por la librería del FCE al lado del Hotel Savoy (no confundir con la heladería Savoy en el otro extremo de la vía etílica y cerca de la segunda librería del FCE). Todo Paz, todo Reyes, todo Pitol, todo sor Juana Inés de la Cruz, los universales clásicos Porrúa traducidos por mexicanos y exiliados españoles, los códices aztecas, y el único libro de Rulfo. Y bajando en la pata de la osa La Gran Pulpería del Libro de Castellano Guédez, que recientemente hizo una historia de las librerías y pulperías de libros desde el siglo XVI al XIX, no llegó ni al XX ni al XXI por humildad, para no concluir con él mismo y su hermano de la librería Historia. La Gran Pulpería es la mayor librería del país en cantidad y calidad. Es un gran agujero negro que traga todos los libros y del que no querríamos salir. El purgatorio como librería.
En el oeste, cruzando la avenida lateral al Gran Café, centro de tertulias literarias desde Sardio, ver hablar entre sí a los autores de los libros que acabamos de comprar: Calzadilla, Juan Nuño, y el pintor Pascual Navarro con una camisa de curiosos bordados. En otra mesa Papillon. Comprendemos que la literatura vive, y luego de esa avenida límite de Sabana Grande, está la constelación de Plaza Venezuela que pasando la Previsora, con otro Soto de pared, y la otra FCE, la librería Ludens con Javier Marichal antes de irse a trabajar con los jesuitas y la librería Le France del educadísimo Pierre Paneico.
El cuarto círculo bajando del cielo, más cercano a nosotros, entonces jóvenes, y próximo al suelo es el de los vendedores ambulantes, a precios accesibles, libros de segunda y tercera mano, y algunos intensos. Siempre compré por igual en las librerías de las constelaciones y en este anillo de asteroides de buhoneros, y pasaba algún cometa con la biblioteca personal completa de algún exiliado. Sólo que con el precio de uno de librería compraba once en los buhoneros. Mi biblioteca personal se debe a ambos, pero más a los libros de la calle. (El libro callejero, hijo de la calle de las siete puñaladas, que recorrí con Luis Enrique Belmonte, pero eso ya es otra historia, digresión a futuro).
Digo que el primer cielo de verdad, de todos, y el cuarto y último cielo de todos, es también firmamento porque se mantiene pese a la crisis, y nos iluminaran hasta el final de nuestros días. La esencia del librero es el vendedor informal: el alfa y omega de la profesión. Las constelaciones se apagaron. Solo el astronauta Walter lo vemos en todas las ferias del libro de Caracas y de las provincias. En Valencia le compré el Atlas de Borges buscado por años en su edición original con cajita.
Un presagio, tan caro a los romanos, me anunció el declinar de las constelaciones, que más bien astrológicamente deberían anunciarnos cosas nuestras. En la librería Suma un cliente autoridad eclesiástica y académica, el padre Ugalde, sale con su maletín y suena el detector de la puerta. Entre pena y con una sonrisa, los empleados le dicen que por las normas deben revisar el maletín. Testigo de ocasión, me acerque para lo que creía un pecado venial del prelado para obsequiar un libro a un niño pobre o una biblioteca de las escuelas Fe y Alegría. Todo lo dora un buen fin, escribía Gracián. Con pena y sonrisa abrió el maletín cuyo único contenido era una gran pistola automática. A modo de explicación, que nadie le solicitó, nos dijo que trabajaba en “sectores populares”. Con el sacerdote del maletín cierro mis recuerdos de la librería Suma.
Todas las librerías de Sabana Grande eran librerías de izquierda por sus títulos y clientes. De la izquierda exquisita y de la militante. Sus libros eran muy costosos. Ahora hay otra red de librerías: las del SUR, del Ministerio del poder popular para la Cultura, ediciones del Perro y la Rana, Monte Avila, Fundarte. Nuevas constelaciones al oeste de la ciudad, practicando la inclusión, con libros a precios accesibles, a menos del costo para que jóvenes de sectores populares hoy puedan hacerse una biblioteca personal para formarse, el complemento de la biblioteca pública. Esta semana entre el 8 y el 18 de noviembre una lluvia de estrellas desciende al casco histórico de la capital. Es la FILVEN 2018 que organiza entre otros Christian Valles del CENAL. No pierdan esa oportunidad.