Ramón Viggiani

Una de Policías (4): Ramón Viggiani glosa o comenta su novela policial “Mi hermano está por llegar” (2009), una muy digna muestra del género. JCDN.

Mi hermano está por llegar (2009) de Ramón Viggiani. Valencia, Venezuela: APUC / Cosmográfica.

Esta novela policial venezolana merece no sólo ser leída sino comentada y considerada como una interesante muestra del género.

Ramón Viggiani (Caracas, 1943) es profesor jubilado de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Carabobo.

A la fecha tiene tres novelas publicadas [las otras dos son “Marionetas” (2004) y “Líneas para un retrato” (2012)], sin que pertenezca ni frecuente a ningún grupo literario conocido del Alma Mater ni de la ciudad de Valencia.

Situación curiosa que no le resta calidad ni interés –no importan sus implicaturas político-sociales- a su propuesta narrativa de tendencia realista y discurso transparente que gusta la recreación especulativa del contexto histórico venezolano y mundial.

Ramón Viggiani

Se nos antoja una escritura apolínea dentro de un catolicismo sobrio y discreto, sin descartar las imágenes oníricas, ni los saltos temporales, ni tampoco la indagación sociológica y psicologista que nos retrotrae a Graham Greene, François Mauriac o el Giovanni Papini apostólico de sus últimos libros.

Si bien el personaje protagonista es el malogrado Atilio Vargas, quien vislumbra en estado de coma su vida entera luego de ser víctima de un asalto, la novela posee un tenor coral, no tanto por el número de personajes pivotes sino por la estructuración en red de la trama bajo la modalidad de historias cruzadas.

A tal respecto, las radio y telenovelas convencionales han aplicado de manera esquemática, artificiosa y alienante dicha metodología desde la década de los cincuenta.

En cambio, el cine de autor más reciente la ha desarrollado con pertinencia estética y profundidad de contenidos distantes del discurso edificante y políticamente correcto [“Boogie Nights” y “Magnolia” del norteamericano Paul Thomas Anderson, o “Amores Perros” y “Babel” del mexicano Alejandro González Iñárritu].

Curiosamente, el narrador omnisciente deja de lado la condición objetiva y semi-divina de la preceptiva realista, para asumir un discurso de clase cónsono con la coyuntura confrontacional que sacude a Venezuela hoy.

Este es el de la clase media alta, a la cual pertenece el empresario Atilio Vargas.

Atilio, el legitimado, y Nemesio, el bastardo

Como podrá comprobarse a lo largo de la trama novelística, debajo del igualitarismo histórico del venezolano subyacen profundas diferencias de clase, inadvertidas mediática, artística y académicamente [salvo excepciones notables como “El laberinto de los tres minotauros” de Briceño Guerrero o “El aro y la trama” de Alejndro Moreno] en el pasado siglo XX con fines propagandísticos e ideológicos.

La disfuncionalidad familiar latente que involucra a personajes disímiles, no es gratuita sino obedece a condicionamientos socio-económicos muy concretos.

Ramón Viggiani

Se revisita, pues, el mito de la primogenitura arrebatada a Esaú por Jacob, en la consideración de la distancia entre dos hermanos por parte del padre, Facundo el inmigrante canario: Atilio, el legitimado, y Nemesio, el bastardo.

Enfrentamiento que complica las cosas al punto de provocarle al primero el estado de coma [siendo el victimario Elwilmer, nieto de Nemesio] y luego la muerte por sicariato ordenada por Hans un Mefistófeles post-moderno, mientras que la incubación y la realización de la tragedia pilla desprevenido al segundo quien se sumiría en la depresión.

Por supuesto, que la propuesta autoral no es marxista sino liberal no exenta de un aura religiosa afín al catolicismo.

Nos pone a dudar el hecho de que el novelista sepa contradecirse, pero la escritura diáfana y la óptima estructuración de la historia ennoblece las aparentes contradicciones de fondo más cercanas a lo humano-emotivo que a la publicidad ideológica conservadora.

Un poco de la trama de la novela de Ramón Viggiani 

El plato de lentejas en esta historia, no es más que una medalla guanche por la que Atilio y Nemesio han disputado desde hace mucho tiempo.

Para Facundo y Atilio, este fetiche se refiere a un código canario de limpieza de la sangre; mientras que para Nemesio implica no sólo la aclaración de sus orígenes, sino un objeto cuasi mágico que le restituya la mestiza pertenencia ennoblecedora a la estirpe, excediendo todo valor de mercado.

La familia bifurcada por un afán clasista de lado y lado, erige una especie de ingenio azucarero: La Casa Grande [donde se realiza el atraco] y las barracas [lugar de planeación del delito].

Ello es una reproducción en escala de las relaciones políticas, socio-económicas y culturales de la sociedad nacional y del continente, que abre abismos insondables que se quieren ocultar.

Volviendo a lo estrictamente policial, el comisario Jacinto Díaz, el impecable del CICPC, se encarga del caso del asalto a la casa de Atilio ubicada en Valencia.

Atlio, la víctima

Sólo que iría comprobando paulatinamente el cruce de historias y también de casos de homicidio, uno de los cuales él mismo había llevado unos cuantos años antes en Caracas.

El cándido de Atilio sería la víctima propiciatoria tanto de la disfuncionalidad familiar, como la de extramuros: Un episodio de su infancia, el ser testigo del asesinato del portugués frente a su casa originaria en Caracas, lo vincularía para su desgracia con su victimario definitivo Hans Von Hagen, el verdugo, un criminal profesional casi invencible que lo aniquilaría muchos años después desde el exilio europeo tratante de blancas y de muertes por encargo.

La evocación comatosa del pasado por parte del paciente en cuidados intensivos, conduce a una novela de iniciación y formación que involucra a una muy significativa recua de los personajes activos y pasivos respecto al trágico y violento presente novelado: Atilio, por supuesto, el memoriante extremo, Nemesio, Facundo, Nichole, Malinche, Hans, Sandra, Luisa la hermana [fallecida a los 12] de nuestros Esaú y Jacob, entre otros.

Además de la infancia, Atilio despliega ante los lectores en su delirio acolchado, sus días universitarios en Caracas y París en la coyuntura del romántico y rebelde Mayo Francés del 68. ¿Quién recuerda la matanza de Tlatelolco de ese mismo año?

Asimismo, mediada la decepción ideológica (relativa a los ideales libertarios) y amorosa (respecto a Nichole), el profesional Vargas se dedicará al emprendimiento industrial de “Alimentos Marsella C.A.”, el cual apuntalará la vida pequeño burguesa de su mentor.

Hay una aparente ingenuidad coqueta en el ejercicio narrativo omnisciente que, si bien, distrae al lector, lo llevará más tarde con buen pulso técnico a la develación del misterio y los móviles del suceso policial de fondo.

Indagación conservadora y religiosa del mal republicano

Paralelamente al pasado retrotraído en circunstancias adversas y a la resolución del caso policial, tenemos entre líneas una indagación conservadora y religiosa del mal republicano [y, claro está, de cada quien y cada cual] en la Venezuela actual.

El capítulo 20 realiza una exposición muy particular sobre la circulación impía del dinero en el caso de la empresa de alimentos en cuestión.

Lo cual implica la relación de fuerzas en la realización política de la empresa. Esto es la capitalización del Poder entre Atilio Vargas y los Calderón [Gerardo y Arturo, después los sucesores de este último].

Aduciendo la quiebra de las ilusiones de armonía económica y social, patente en el paulatino desbarranco de la democracia representativa con su burocratismo bipartidista, demagogia y corrupción, la empresa de alimentos traicionaría el objetivo original de interés social concebido en el proyecto de tesis consignado en La Sorbona de la cosmopolita París.

“La empresa nunca acusó pérdidas, pero la disminución en el ritmo de crecimiento se hizo notoria. Los números parecían indicar, al menos a primera vista, que Arturo Calderón había acertado al oponerse al inicio de las actividades no lucrativas de solidaridad social” (Viggiani, 2009, p. 142).

El capitalismo de estado

El capitalismo de estado de Acción Democrática y Copei, luego el advenimiento del socialismo del siglo XXI, su versión más radical y mejorada [insistimos que nos referimos al Capitalismo de Estado -no menos contradictorio ni tampoco menos poder controlador- como tal y no al sostén político de la mesa], afectarían las mal llamadas leyes del mercado, todo un galimatías teórico y abstracto que se traiciona a sí mismo en su aplicación de campo en el mundo real.

Eufemismo econométrico desmentido por sus propios teóricos, Von Hayek y Friedman, cuyos discípulos aventajados les tomarían la palabra en lo que toca al mejor de los soportes político-gubernamentales:

Valen más los totalitarismos duros al estilo de Pinochet o semi-duros en las realizaciones de Fujimori o Carlos Menem en el continente, para incrementar el crecimiento hipertrofiado de los Consorcios, algo así como las 7 hermanas del negocio petrolero fuera de la OPEP, a expensas de la miseria de la mayoría desamparada de la ciudadanía.

El Golpe de Estado de 2002

El empresariado, intentando deshacerse de la gestoría política populista, intentaría un golpe de estado en la Venezuela del 2002, muy cercano a la real histórica de Manuel Antonio Matos respecto al gobierno finisecular de Cipriano Castro, así como también al cup de etat separatista de ficción que se cuenta en la novela “Nostromo” de Joseph Conrad.

En el caso de la empresa de alimentos Marsella, para nada simpatizante de gobierno socialista alguno, los socios se dejaron llevar por un cauto silencio, para dedicarse a la recomposición del poder puertas adentro y al sostenimiento financiero de la Compañía.

Para ese entonces, Atilio ya había salido de esta competencia para siempre. No creeremos que su hijo Gustavo retome fuera de la novela y en un futuro cercano el objetivo secundario de solidaridad social, así lo haya manifestado él mismo al final del relato.

Aspectos fundamentales de la novela de Ramón Viggiani 

 

Ramón Viggiani

Además de la intertextualidad manifiesta en la novela inconclusa de Nichole, subtexto feminista de aire kafkiano, que evidencia su fracaso de vida; el intercambio de memos informativos sobre las pesquisas policiales entre el impecable-compulsivo y también apolíneo comisario venezolano Jacinto Díaz, y el ex patotero Malinche que recaló como inspector francés, que si bien despejan el cangrejo que era el caso, es papeleo que fracasa al reconocer –entre dientes- la crápula criminal imparable del mundo; y el cinismo megalómano de la memoria y las entrevistas que se concede a sí mismo el no menos crapulento Hans, alias Giacomo Borelli, nos quedan tres aspectos puntuales que sostienen la atención frenética de los lectores en la novela de Ramón Viggiani:

1.- Que de la cadena de crímenes en el seno de una misma familia, separada y disfuncional-segregacionista, se infiere el imperio del despropósito socio-económico, detritus de la cultura fetichista del dinero mal concebida y apocalíptica en su realización;

2.- Que, si leemos con una lupa caníbal, la endogamia y el terror al mestizaje inducidos por el aparataje ideológico del Estado vertical y omnímodo, constituye el vértice envilecido de estas historias cruzadas o, tomando literalmente el título y la esencia de la película del argentino Daniel Sifrón, Relatos Salvajes [sin que en apariencia lo asuma nuestro autor y amigo];

3.- Que este texto está muy bien facturado en lo formal: Una poética del Decir inmediata, brevedad funcional de los capítulos que complace la lectura expedita y lúdica, y sobre todo la innegable pericia escritural en el montaje reticular, secuencial y orgánico de tan ingeniosa trama. No obstante sus contradicciones de fondo político y existencial, ocultas o evidentes en el tenor a veces cándido, otras veces apolíneo y en ocasiones optimista que se prende como mártir en la pira del malsano mundo.

 

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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