Barca de Papel (23): Discípula de Jung es un comentario a este volumen de cuentos de la polígrafa trujillana Wafi Salih. JCDN. 

Portada del libro en cuestión publicado por Negro sobre Blanco en 2016

Puesto el cebo de las primeras palabras dulces, poco hubiera costado después que nos enlazáramos y nos uniéramos en la mano de Dios. Niko Kazantzakis: Zorba, el griego.

Wafi Salih (Valera, 1966) es una escritora y amiga muy querida por este propagandista compulsivo. Su trabajo poético revela una voz poderosa y enternecedora de múltiples instancias: Desde el cultivo personal, místico y terrenal del haiku en títulos como “Huésped del alba. Poesía reunida” (2006) y “Vigilia de Huesos” (2010); hasta esa paisajística y cartografía del Dolor en la contristación solidaria con el Otro que es “El Dios de las Dunas” (2005), memorial del cordero abatido en El Líbano equiparable a películas como “El Ocaso de un Pueblo” (Volker Slöendorff, 1981) y “Vals con Bashir” (Ari Folman, 2008). En este caso, el Decir Poético se mueve con fidelidad tanto en la celebración de la belleza reposada y cotidiana, como en la inmediatez implacable de la denuncia profética. El Grupo Editorial Negro sobre Blanco nos presenta hoy su primer volumen de cuentos “Discípula de Jung” (Negro sobre Blanco, 2016), materia propicia de esta conversación entusiasta en procura de lectores amigos.

LEE ESTE LIBRO DE CUENTOS DE WAFI SALIH

Este conjunto de cuarenta y ocho relatos, si bien de una riqueza introspectiva, no pretende ser un ejercicio terapéutico ni anti-psiquiátrico. Se nos antoja una exploración de la propia voz escritural que colinda el auto-análisis referido a la edificación del Ars Poética muy suya: Sin desvincular la poesía de la narrativa breve, Wafi desarrolla temas y registros discursivos diferentes respecto a sus poemarios.

Encontramos un tratamiento humorístico de tenor irónico y paródico que propone un diálogo cómplice con el lector: No se trata de escribir historias perfectas, sino forjar atmósferas emotivas, líricas y contingentes en el trabajo mismo del habla. El inicio y el cierre del libro no sólo simula una serpiente mordiéndose la cola, sino un acto de autoestima que le tiende una trampa al egotismo de autor: Ella misma es un personaje acosado por un pretendiente torpe, inocuo y obseso: “no me atrevía a confesarle que todos los días su figura caminaba por mis ojos, abiertos para ella, como dos escaleras infinitas” [Alter ego].

¿Hay una intención solapada por educar sentimentalmente al macho? Quién sabe, sólo que el feminismo auténtico no tiene asidero sin complementarse ni dialogar con el Otro, como ella misma bien lo pondera. Incluso, no evade la contundencia del chiste cruel entre mujeres como indagación en la oralidad que manifiesta un alma escindida víctima de sí: “La amiga de una amiga mía, contaba: Mi marido me abandonó por una mujer joven y fuerte, él, de mal carácter y achacoso, no era un mal hombre, por eso siempre la bendigo, yo no podría con tanto”.

En “Arquetipo” se descuelga un humor amargo, si se quiere compasivo, que triza la dependencia desesperada de la paciente con respecto a su alienista o escrutador de almas: La transferencia no halla contraprestación profesional ni afectiva. “Carta a mi madre”, para consternación de los que nos hacemos llamar sobrios, reivindica al perseguido –indigente y paciente psiquiátrico- que hostigado como el niño del pelo verde del film de Losey, logra evadirse de sí mismo y de su prójimo malsano en el mero enclaustramiento a través de la burla más cruel.

La escritora Wafi Salih

La transparencia expresiva, en tanto vía crucis que conjuga dolor y goce juguetón, decanta la complejidad del discurso en los giros y balbuceos de la perspectiva narrativa, la fusión de géneros literarios y, especialmente, la configuración del clima emocional que chicotea y acaricia al punto el cogote del lector agradecido. “Todo para ti”, no en balde el narrador omnisciente, es una sacudida conducente al amor filial que se exculpa y disculpa en la escritura por encargo de obituarios: el poeta Mariano Díaz Castro se reencuentra en un diálogo conmovedor y humano de ultratumba con Sonia Mercedes. Esto nos retrotrae, valga nuestro terco cariño, la estupenda red de araña que es la novela “La canción de la aguja” de Sol Linares, otro homenaje a la Madre enclavado en lo asombroso y lo paradójico del Amor Loco.

Heredera pero no copista de Ramos Sucre, en la inclinación por la Prosa Poética susceptible de confundirse con el cuento, Wafi Salih nos ofrece cuerpos vitalísimos como “El lenguaje de los pájaros” y “Metáfora del vuelo”: En el primero, la poeta Minerva Santos desmonta el discurso mediático y sus hablillas con el lirismo libertario rematado en el aforismo final, “El lenguaje de los pájaros son los jeroglíficos que dibujan con sus alas en el aire”; mientras que en el segundo, el poema en prosa excede el formato escrito para crear una puesta en escena que raya la magia objetual que revisita al padre descocado de Bruno Schulz o la lengua amarillista del Barón Münchhausen.

Qué les parece entonces este texto confesional que mixtura la poesía, el habla loca y la historia clínica: “Mi no tiempo, cuando me revuelvo en mi yo inflexivo, mi súper yo arruinado, mi ello improbable, muerdo a mi alter ego de viaje, y siento a mi pobre ego desdoblarse en la cruz de su calvario narcisista, ondulo como una cosa detrás de los alambres. Nada puede romper el hechizo de un ser triste, escrito con tinta”. El ejercicio, además de su musicalidad vecina al be bop de Charlie Parker [por supuesto, el gato de Cortázar mediante], connota un ars poético en prosa que nos remite a los Ejercicios Espirituales de Loyola o el Libro de Job según Jung.

Otros cuentos apuntan a la inconformidad con el despliegue impune de los poderes fácticos, sin rehuir la alusión política punzante ni la solidaridad militante con los marginados. “La cabeza de la mapanare” es un documento crítico que si bien desdice la enfermedad infantil de la izquierda, pone contra la pared a los conversos y traidores movidos por hilos inquisitoriales y mercachifles, así como también a los torturadores inclementes. Nos insta a releer con pasión rebelde al mexicano José Revueltas.

“Eridu” constituye un relato magistral que derriba la moralidad pequeñoburguesa, eso sí, por medio de la recreación condolida y amatoria de la Piedad como género plástico y lírico que se obsequia a un paciente de SIDA. “Hereje” cuenta como requisitoria que embiste al Patriarcado castrador de las mujeres, más allá del contexto medieval e inquisitorial: La intolerancia, la subestimación y el asesinato de ellas sigue mancillando el mundo hoy.

Estimado lector, te invito a conocer a una de las nuestras, en el convencimiento de que estos cuentos marcarán tu piel y te conducirán a una experiencia estética gratificante. Este llamado es a bailar por la vida con Wafi y Zorba a orillas del Mar Egeo.

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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