Biografías portátiles (19): Alejandro Oliveros está dedicada a este poeta, traductor y ensayista carabobeño que formó parte del grupo que fundó la revista «Poesía» de la Universidad de Carabobo. JCDN.

El poeta, traductor y ensayista Alejandro Oliveros

Alejandro Oliveros (Valencia, 1948). La Antología poética (2008) de Alejandro Oliveros publicada por Monte Ávila Editores Latinoamericana en la Biblioteca Básica de
Autores Venezolanos, nos permitió reencontrarnos con un poeta muy apreciado por
nosotros al punto de redescubrirlo con intensidad.

En su discurso poético, conviven y confluyen el cosmopolitismo y una conciencia personal de lo nacional. La fluencia de la poesía norteamericana no consiste en un reflejo plano que falsifique e imposte su poesía, sino una fuente primordial [adherida al intelecto y el universo emotivo propios] en que el poeta abreva y consolida su compleja personalidad.

Portada del ensayo publicado por Monte Ávila Editores

Su revelador libro Imagen, imaginación y creación. Ensayos sobre poesía norteamericana contemporánea (Monte Ávila, 1991) y su pasión por la traducción de poetas como Ezra Pound, Robert Lowell, William Carlos Williams y Elizabeth Bishop, así lo confirman en la cualidad reticular de su propuesta escritural. La relación intrínseca entre la realización del poema en lengua original y su versión en castellano, hace posible la dialogicidad entre los dos poetas, tanto el que lo crea como el que lo versiona.

En Espacios (1974), su primer libro de poesía, priva el tono conversacional y la austeridad e inmediatez discursiva, especialmente cuando tiende puentes paisajísticos a los lectores. A tal efecto, el discurso lírico apela al lenguaje de la plástica con sus bodegones y naturalezas muertas: “El cesto de mimbre, / inmóvil en su ángulo, / percibe la tarde y sus espacios”.

El sonido de la casa (1974), escrito paralelamente con el ambicioso ensayo sobre la poesía norteamericana antes aludido, diversifica sus trochas expresivas hacia la poesía del entorno cotidiano y sus objetos. Observamos la integración del Ars Poética, la crónica, la biografía breve y la bitácora en la configuración de un Decir poético transparente y multisugerente. Desde los perfiles de H.D. y T.S, Eliot, la crónica autobiográfica en textos inolvidables como “Bejuma” y “Cumboto”, hasta las impresiones de viaje en “Nocturno, N.Y.”, “Columbia” y “N.Y.” que retrotraen los afectos familiares y el dulzor tropical de la patria.

La voz sube y baja de los más diversos lugares como si fuese un Diario de Viajes registrando la visita a un cementerio confederado: No hay una confrontación de paisajes sino una vinculación muy trabada, “El otoño es desolación / y nos acercamos a la tierra de Virginia, / tan negra como la de Nirgua y tan honda / en su paciente espera. ¿Qué nos trajo / a este lugar, el más triste de nuestro / viaje? ¿Qué nos reconcilia con esos / miles de muertos desconocidos?”

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Fragmentos (1986) conjuga con mayor oficio su noción transgenérica del texto poético abierto, el que convoca y mixtura la autobiografía, el atisbo ensayístico, la traducción literaria y la [anti]crónica. Los poemas que aluden a los clásicos como las odas de Horacio o a personajes míticos y conmovedores como Circe, traen consigo el juego de espejos y luces que concita la relectura, traducción y reescritura del poema padre: “Con frecuencia, el poeta se rinde / a las astucias de su doble y borra / más que escribe, pero prefiero ser / considerado un necio antes que dejar / a los otros la censura de mis versos”.

La autobiografía gana terreno emotivo cuando se depone el egotismo literario, para considerar y compartir el crecimiento paulatino de su hija: “Sólo Constanza, / a los ocho años / y su viejo gato Tom”. “XVI” se apropia de los cantos de ordeño y fertilidad del campesinado en tanto conjuro y buena ventura: [Suena también la “Lluvia de tu cielo” de Blades y Colón] “Que exista salida para / esta noche de bronquios y jarabes, / que el verde de los valles / regrese y nos envuelva, / que la caña sea dulce / en esta cosecha bisiesta”.

El fragmento dedicado a Pushkin y Ana Ajmátova es un ejercicio de poesía pura, en el que el poeta venezolano construye un puente dialógico muy significativo con sus colegas rusos:“A siete mil kilómetros / de TsárkoyeSeló, Valencia se transforma / bajo la fachada siniestra / de una revolución urbana”.

Retrato de Alejandro Oliveros, como si fuese un personaje de la Comedia de Dante. El fotógrafo es Yuri Valecillo y se publicó en la compilación poética «Rostro y Poesía» de la Universidad de Carabobo

Observamos entonces que en el caso de Oliveros, a diferencia de un poeta cercano como
Eugenio Montejo, no hay una tendencia o apetencia por la nostalgia sino un afán profético
de denuncia ontológica que oscila entre la amargura y el inconformismo. La poesía de lo
cotidiano desgarra la abulia, el tedio y el sinsentido del entorno inmediato, eso sí,
remedando el canibalismo que nos hace trizas y explota en nuestras ciudades. Valga esta
bitácora de incursiones extranjeras que nos hacen volver la mirada al país: “No mejoran las
perspectivas / al regreso: el que fui, / el que acabo de ser, / retoma su epidermis / y
desciende al paisaje / semi-destruido de la ciudad natal, / al terror urbano y humano, /
disimulado apenas / tras las rejas y fachadas / de un espacio inmóvil”.

En Visiones de 1991, leímos ese estupendo poema topográfico y encantadoramente visual que es “Nirgua”, con sus encendidas voces fantasmales: “Acabará el día y veremos de las sombras avanzar / un cortejo conocido. // Son los muertos de Nirgua y Montalbán que vienen / a encontrarse en el solsticio”. Preludios (1993) parte del álbum fotográfico y las anotaciones de impresiones variadas para ratificar la contra-nostalgia: “Has abandonado tus estancias. Ya no existes. Ahora es / la errancia y el desengaño, la intemperie, la orfandad”.

Portada del poemario publicado por la Universidad de Carabobo

Tristia (1996) nos parece un extraordinario y peculiar sonetario que honra -al igual que Ana Enriqueta Terán y los sonetos experimentales de Rafael José Muñoz- este universal género literario. Magna Grecia (1999) representa un conjunto lírico finisecular y apólogo de las metamorfosis inmersas en los clásicos greco-latinos. La traslación recreadora de los mitos y sus personajes protagónicos alcanzan niveles de extraña y reparadora perfección, como la del texto dedicado a Isis, deidad antigua que se asimila a la Virgen Dolorosa de Valencia rescatada en la memoria: “Eres la que reina entre las sombras, / la Virgen Dolorosa de mi infancia en Valencia, / la madre muerta y enterrada, la que descansa en el cielo”.

Portada de este poemario erótico y vitalista del poeta Oliveros

Poemas del cuerpo y otros (2005), excede la carnadura y lo erótico en la reivindicación del cuerpo de la que nos hablaban poetas como Bandeira y Drummond de Andrade. Se trata de una reconciliación paradójica entre la pulpa apetitosa y el alma que la sazona: Por ejemplo, se cita de manera picante a Isidoro de Sevilla, el proto-inquisidor, en tal menester blasfemo: “No siempre el cuerpo es carne, sigue Isidoro, / pero la carne siempre es cuerpo. Es / lo que recorro con las manos. / La carne / amada y temblorosa, su lisura y honduras”. ¿Desquite del panteísmo y el erotismo en el juego lúdico de la expresión poética?

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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