Mientras la derecha lo atacaba sin misericordia con aquel latiguillo de «Maduro no es Chávez», en el seno del propio movimiento revolucionario surgieron también adversarios, gente que desconfió de sus capacidades o de su integridad. Unos cuantos se marcharon de su lado con el argumento de que menoscabaría el legado de Chávez. Otros se guardaron sus dudas e hicieron de tripas corazón.

 

«Todos los ojos del mundo estaban puestos en Miraflores, todos evaluándolo, midiéndolo, unos para reconocerlo y otros para destrozarlo. Confieso que en sus primeros discursos busqué a Chávez y no encontré su estilo y soltura, no me quedaba hipnotizada, porque yo pretendía, inclemente e injusta, que Nicolás me hiciera brincar de alegría, que me hiciera llorar de ternura, como lo hizo siempre Chávez. Pero aquel hombre grandote en aquella tarima inmensa parecía estar tratando de encontrar su sitio, un lugar tan complicado que nadie querría tener que ocupar. Después de Chávez, nadie», recordó aquellos primeros tiempos Carola Chávez, en un artículo titulado con una sola palabra: «Nicolás». Como ella, mucha gente quiso asignarle a Maduro la tarea de ser como el comandante. Y, como ella, muchos comprendieron que él es él y así debe ser.

 

Maduro mismo tuvo que decirlo muchas veces, en especial durante los primeros tiempos de su mandato: «No soy Chávez, soy su hijo, soy el primer presidente chavista de la historia». Y comprendió que le tocaba un reto insólito para alguien que había entrado ya a la cincuentena y que, además, lleva su apellido: le tocaba madurar.

 

El tiempo fue pasando entre desafíos cada vez más exigentes y estrategias opositoras cada vez peores. Superó el intento de referendo, superó la derrota de las elecciones parlamentarias, superó los intentos de derrocarlo al estilo brasileño, al estilo paraguayo, al estilo hondureño y al estilo ucraniano. Después de cuatro meses de muertes y violencia pagada en dólares, ha ganado cuatro elecciones, incluyendo esta última que es inequívocamente suya. La adversidad lo forjó como un líder con mérito propio.

 

 

Siempre sacando cuentas

Luego de decir que Nicolás Maduro es el político más inepto que se haya conocido, la derecha se ve obligada a buscar una excusa para sus derrotas ante él porque… ¿cómo quedan parados quienes son derrotados por un sujeto supuestamente tan torpe?

 

Su argumento comodín es el fraude electoral, pero como ya suena a cantaleta vacía, a veces lo aliñan con otra cosa. Una vez dijeron que habían perdido porque Maduro compró a la gente con «el Dakazo». Este año dicen que la compró con el carnet de la patria. Está claro que su desprecio al Presidente va indisolublemente asociado con un desprecio al pueblo.

 

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No han querido ver que Maduro ha tratado siempre de responder a cada treta de la guerra económica con una medida compensatoria, algo que alivie el sufrimiento de la gente, ingeniándoselas cada día, a toda hora, para estirar los reales como hace una madre o un padre de familia. Así, obvian lo obvio: que el pueblo pobre reconoce esos esfuerzos.

 

Es lo que ha hecho y lo que va a seguir haciendo ahora que fue reelecto. En diciembre pasado, la historiadora y tarotista Katty Solórzano, en una entrevista-consulta (fue ambas cosas), pronosticó que las grandes preocupaciones de 2018 para el mandatario habrían de ser económicas. «Este señor va a estar sacando cuentas desde que se levante hasta que se acueste», resumió la lectora de cartas. Se lo había dicho un as de oro.

 

Clodovaldo Hernández

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