Con la virtud de quienes dan todo por dejar en sus semejantes la semilla del patriotismo, Alicia Seijas de Jaimes es símbolo de dulzura, entrega y resistencia.

 

Nacida en el estado Guárico, asumió desde pequeña la cultura como una filosofía de vida, cuando en vez de jugar con muñecas o corretear las vacas o gallinas, algo tan típico en los llanos venezolanos, se convirtió en el alma de las fiestas y reuniones familiares, cantando y bailando con gracia y talento.

 

El “cuatro” que recibió como regalo en la adolescencia se convirtió en su compañero inseparable. Con él empezó su andar formal por la música y sus presentaciones en casi todas las actividades culturales en la escuela José Félix Ribas, donde cursó estudios y posteriormente fue facilitadora.

 

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Al terminar la escuela normal, se fue al estado Portuguesa a ejercer la docencia. Ahí conoció a Rosendo Jaimes, quien sería hasta hace poco su compañero de vida y de aventuras musicales, con quien tuvo dos hijos: Marielena y José Ángel.

 

El destino la trajo a Valencia, donde se dedicó a impartir clases de cuatro, primero en la Escuela de Trabajo “Montalbán”, en Naguanagua, luego en la escuela Bejuma, donde por 20 años formó a miles de alumnos y organizó los eventos culturales.

 

Tras su jubilación emprendió un hermoso proyecto que la marcó: una estudiantina conformada por niños con discapacidad auditiva y con quienes logró hermosas presentaciones y el reconocimiento del talento de estos chicos.

 

Ser docente es un trabajo hermoso

Durante sus años de enseñanza musical, fue merecedora de muchos premios, reconocimientos y condecoraciones.

 

Con esa humildad que caracteriza a los grandes seres humanos que luchan por las buenas causas, esta llanera y docente de corazón, se desliga de todo lo material que represente un halago por parte de quienes la admiran y le reconocen su labor.

 

“No son míos, son parte del apoyo que me dio mi familia, la comunidad, los representantes. Lo más importante son mis alumnos”.

 

Con orgullo muestra el trabajo realizado por los alumnos que han pasado por sus manos, formando y organizando grupos de música llanera y de otros géneros. Con una energía inagotable, continúa dando clases de música.

Su hija y nieta heredaron el amor por la música venezolana

 

Alicia es una cultora capaz de dedicarle el tiempo entero a los niños y niñas que van a recibir sus enseñanzas, haciendo a un lado sus propios problemas. Las situaciones difíciles, la sortea con música, constancia y disciplina.

 

“Hasta que Dios me llame, seguiré trabajando para mi comunidad, deseo seguir muchos años más”.

Ella es un ejemplo de que sí se puede resistir a las adversidades de este mundo capitalista y perverso, lleno de codicia y mercantilismo, por lo que una de sus lecciones de vida es la felicidad que le produce esta experiencia.

 

“Debemos lograr ser felices todos, y eso se puede hacer a través del arte, como lo dijo el maestro Abreu: ‘El que está en el arte es la persona más rica’. Yo me siento rica, y es gracias a la música”.

 

La música es de Dios

“Enseño música, primero porque la música es de Dios. La música es una herramienta ideal para desarrollar la parte intelectual, física y espiritual. Es lo que lleva a uno a hacer con éxito muchas cosas”.

La pasión por la enseñanza musical se refleja en sus estudiantes

 

La música es el color principal que utiliza esta artista en cada uno de los lienzos que llegan a sus manos pidiendo que les enseñe a ejecutar el cuatro, la guitarra, o cualquier otro instrumento.

 

Haciendo de cada uno de ellos, una persona distinta y con otra visión de la vida, capaz de enrumbarse hacia caminos que nunca pensaron transitar.

 

La cara de felicidad de sus alumnos cuando acuden a su casa, ubicada en La Isabelica, y donde tiene su taller de música,  es incomparable.

 

Y es allí cuando la “Profe Alicia”, como le dicen todos, aprovecha la inquietud y el gusto de cada uno de ellos y ellas para inmiscuirlos en el mundo mágico de las notas y las melodías.

 

Una enamorada de la música venezolana

Alicia dice con orgullo que la música venezolana es lo máximo. Esa que se ve reflejada en la crianza de Juana la Avanzadora, de la Negra Matea junto al niño Simón Bolívar. “Eso es lo más grande. No hay comparación pues”, sostiene.

La espiritualidad brota en cada mirada y en cada palabra

 

“La Profe”, como todos la llaman con respeto y cariño, afirma con mucha insistencia que los niños deben oír la música venezolana, porque eso es lo que los identifica con su Patria. Una práctica que ejecutó en sus hijos y nietos acostumbrándolos e inculcándoles que la música venezolana hay que amarla.

 

Una mezcla de sentimientos como el orgullo, el entusiasmo y la felicidad se dejan ver en cada palabra que pronuncia. Un legado de futuros músicos es la mejor semilla que esta venezolana, nacida en el corazón de Venezuela, sigue sembrando.

 

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El deseo por tener la suficiente energía para poder seguir enseñando música en su comunidad la mantiene activa.

 

Actualmente trabaja junto a amigos y vecinos por consolidar su más ambicioso proyecto: “La Zona Cultural de la Isabelica”, en la cual quiere dejar sentadas las bases para consolidar una Escuela de Artes.

 

Mientras en lo social cumple funciones como  Jefa de Calle, trabaja con el Consejo Comunal y los adultos mayores en el Museo de la Cultura; esforzándose por  ese sueño de integrar las escuelas con la comunidad para que exista la formación, promoción y difusión por medio de talleres permanentes de música, de tal manera que haya un espacio adecuado para los niños con discapacidad.

 

Danilo González/Ciudad VLC

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