EL LIBRO QUE ES CRISTÓBAL RUIZ

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El Libro que es Cristóbal Ruiz es un homenaje literario a nuestro pintor selenita en su 70° cumpleaños y 15° aniversario de su buen viaje astral.

El libro que es Cristóbal Ruiz

José Carlos De Nóbrega

     Nuestro amigo Cristóbal Ruiz (La Luna, Urama, Carabobo, 6/02/1950 – Naguanagua, Carabobo, 5/02/2005) es todavía el Príncipe del Carnaval en Valencia de San Simeón el estilita. Se le extraña hoy, sobre todo cercanas las Carnestolendas que gustan más que la Cuaresma, puesto que la ciudad amerita aún de alguien tan mágico e irreverente que la transforme en un Sambódromo picantísimo propio [eso sí, sin la cursilería de Manualidades Noel ni la fealdad de la ciudad reflejada en la más horrenda Torre Da Vinci] y no en un Mall que nos bombardea.

No sólo fue pintor, sino también actor, pregonero y profeta callejero, poeta y patrimonio artístico de la Valencia de verdad, verdad. Recordamos con sumo contentamiento sus exposiciones individuales en vivo y sus retrospectivas en el Bar La Guairita y en nuestra ciudad a cielo abierto [despejado y encapotado]. Cristóbal murió –no nos toca aquí una crónica policial amarillista ni perfumada que devele ese misterio- en la suya, como obra andante, vivita y coleando en Valencia y en época de Carnavales.

Por tales razones, fue motivo vivaz de la literatura en la ciudad de Michelena y Pocaterra. De conocerlo, Don Arturo lo incluiría en su lienzo sobre el circo para concluirlo, mientras que el compadre José Rafael lo haría acompañante y asesor artístico de Panchito Mandefuá en uno de los mejores relatos picarescos del país.

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Nos referiremos a dos de esas manifestaciones literarias: La Luna es mi pueblo. Memorias del pintor Cristóbal Ruiz (el perro y la rana, 2008) de la poeta Vielsi Arias y Queherido Cadáver (también del 2008) del poeta y artista integral Luis Cedeño. En ambos casos tenemos la colaboración fotográfica cómplice de Orlando Baquero, afín en los afectos.

El libro de Vielsi no es una tesis de grado encallada en el academicismo. Por el contrario, se nos presenta como un ready made que convoca a la Poesía, el cuento literario y oral, la plástica, la fotografía y el reportaje bien sazonado como los desayunos del restaurant “La Línea” de San Blas o las tostadas inolvidables del “Perecito”.

La obra de Cristóbal respira a sus anchas en el laminario diseñado y provisto por la dupla de Vielsi y Orlando, amigos entrañables de Cristóbal más que investigadores del espacio urbano y rural. La yunta de panas artistas celebrando a otro, más lo que profiere la obra del homenajeado, apuntalan la poesía indeclinable del mundo, no en balde su despropósito.

La cronología comentada pulveriza la sobriedad sosa del canon academicista, para convertirse en narrativa dignificada por la oralidad plena: “Un día [1951] el dueño de la hacienda los Galavi le cortó el cabello diciéndole que parecía una mujer, su madre se enfureció y fue con un machete a reclamarle”. La vida de Cristóbal, además del arte, lo llevó a patear a los Pedro Páramo rurales y Doctores Bebé citadinos en sus testículos sacrosantos.

En lo literario, la poesía de Cristóbal Ruiz va a la par de la fluidez cómica y enternecedora del anecdotario referido por él mismo. La antología de textos no es una colección muerta sino una exposición al aire libre que dista de los mausoleos de la Cultura. Qué les parece este texto paródico de uno de nuestros poemas fundacionales: “Mi padre no es el inmigrante, sin embargo está más lejos / que los huevos del avestruz, que al final, es el caviar”.

“Queherido Cadáver”, no es una aproximación novelística falaz a la vida y obra de Cristóbal Ruiz. Por el contrario, es una apuesta resuelta y fragmentada por la colectivización de las voces, esto es una comuna de hablas en donde se destila el leal cocuy barato que quema el gaznate del alma.

La perspectiva del narrador protagonista se escinde en una legión de registros abigarrados e inmediatos: “¿Para quién carajo estoy hablando? Cristóbal conoce, y yo sé que no se trata de libros, sino de la vida: descifra, saca belleza, la ve en la lluvia, en un recoge lata, en la ruina. No es normal”.

Se vindica al personaje marginal rebotándolo a lo largo de un juego equívoco y despiadado de espejos que desdice el deber ser, la caridad cristiana de pacotilla y la conmiseración pequeñoburguesa que extravían a los satisfechos.

La Poética del Delirio es el recurso dramático que se forja una respiración esquizoide del habla: “Yo soy el toro y me robo la vida (…) Todo y todos son el torero, con ese caballo traidor y ese jinete con lanza y esos payasos que corren con los trapos rojos y ese gentío que grita que me maten, y hasta esas flores en las cabezas de las mujeres me quieren muerto”.

El discurso lírico de la novela recrea esta tragicomedia valenciana en los pasillos de la Facultad de Educación, el boulevard de Derecho y el Bar La Guairita no sólo como referentes geo-históricos, sino en tanto astillas desparramadas de la Plaza La Monumental y sus oropeles de clase, dado que nuestra ciudad persiste en abrevar la insulsez de sus instituciones y la sangre coagulada de las maulas fuerzas vivas.

Huelga sugerir que si ven esos libros mal puestos, diseñen una coreografía exitosa para el arrebatón, no vaya a ser que se los pierdan por culpa de la bibliofobia que se ha enquistado en la Universidad y otros espacios públicos de nuestra ciudad.

A escuchar la Poesía del Alba de nuestro Rey Arlequín, Cristóbal Ruiz.

A 70 años de su primer berrido y 15 de su viaje astral.

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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